José Fernando Zelaya, de 22 años, ya ha sido deportado dos veces a Honduras, su país natal. Es de Olancho, allá dejó a su madre y hermanos. Dice que ya no se puede quedar en ese país porque la delincuencia está muy dura.

Trabajaba programando música en una discoteca, al tiempo que estudiaba el segundo año para educador, pero fue amenazado por la delincuencia y huyó por su vida.

Fue deportado por segunda ocasión en septiembre. “Soy olanchano, pero si las autoridades mexicanas me dieran permiso de trabajar no tendría necesidad de continuar el camino. Aquí la migra y los policías nos tratan como los mexicanos son tratados en Estados Unidos, nos discriminan y nos roban.

“Cuando nos llegan a emplear, los patrones pagan menos o nos corren sin salario, con la amenaza de entregarnos a migración,” se queja.

Antes de ser deportado la última vez, duró tres meses en travesía desde Tabasco hasta Caborca, Sonora. Ahí lo “enganchó la maña”; no tenía dinero para pasar y le dijeron “vamos a la burra”, le colocaron una mochila con 25 kilogramos de marihuana y después de caminar siete días con la droga, lo agarró la policía norteamericana; lo mandaron de regreso a su país.

En Sonora, para subsistir, José Fernando pide dinero en los cruceros y se esconde de la policía para que no lo “levanten” como le acaba de suceder en Nogales, donde estuvo 36 horas detenido.

En Nogales, las cosas no se le facilitaron para cruzar por tercera vez a EU, y de nuevo se fue a Caborca, para repetir su odisea.

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