Xalapa. — Caminaban sonrientes, seguros de sí mismos y felices. Los aspirantes presidenciales y liderazgos del PAN y PRD parecían reinas y reyes del carnaval de Veracruz, antiguo bastión priísta que hoy pasó a sus manos.

En la calle Encanto de la ciudad de Xalapa, donde se asienta el Poder Legislativo, llegaban encantados los del partido de derecha Acción Nacional (PAN) y los del izquierdista de la Revolución Democrática (PRD), por la proeza de haber obtenido la Joya de la Corona… aunque ésta se encuentre hecha tirones.

Todos vinieron a arropar a Miguel Ángel Yunes Linares, el ex priísta que durante décadas buscó dirigir los destinos de su estado y que al final lo consiguió siendo panista, con una alianza opositora que tendrá en su poder —por dos años— el cuarto padrón electoral más grande del país. Un dato que todos parecían conocer, incluyendo la ex primera dama Margarita Zavala y el dirigente nacional del PAN, Ricardo Anaya.

También estuvo presente Rafael Moreno Valle, gobernador de Puebla y su fiel seguidor, Antonio Gali, gobernador electo del mismo estado.

Diego Fernández de Cevallos, El Jefe Diego, fue uno de los primeros en llegar al encuentro en el que se celebraba la caída de un régimen que duró 86 años. Con su barba impecable, rechazó ser defensor de Duarte, pero alertó: “No debe haber impunidad, pero tampoco linchamiento”.

Como en el Carnaval de Veracruz, donde todos se mezclan como si fueran hermanos, los perredistas Agustín Basave, Miguel Ángel Mancera, Graco Ramírez y hasta Jesús Zambrano se codearon con los personajes albiazules Javier Lozano, Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel.

Todos enaltecían la alianza que desterró al PRI y a Javier Duarte. Sólo dos priístas se atrevieron a llegar a la fiesta: los senadores José Yunes Zorrilla y Héctor Yunes Landa (el segundo primo hermano del gobernador), pero todo acabó mal cuando abandonaron la sesión solemne por no haber sido tratados con respeto. Mientras tanto, 27 diputados locales del PRI, Morena y la fracción de Juntos Veracruz permanecieron en el recinto. Nada arruinaría la fiesta. Ni la quiebra financiera ni los miles de desaparecidos ni las movilizaciones. Los panistas reían y los perredistas se frotaban las manos.

Yunes Linares era feliz. En el primer minuto del día había tomado posesión de Palacio de Gobierno, revisó oficinas y en el despacho principal ordenó tirar la silla con el gran escudo de Veracruz hecho en madera que ocupó el defenestrado Duarte. “No es la silla de un gobernador, es la silla de un rey, de un rey de la corrupción”.

En la puerta principal del Congreso se mantenía estoico y con su sonrisa a flor de piel en medio de empujones, jaloneos y gritos que sufrió al ingresar al Congreso… y a la gubernatura.

Los aplausos sonaron en el salón de sesiones; su nieta María, una pequeñita de ojos alegres, lo recibió con un enorme abrazo y luego, con toda la experiencia del mundo, bendijo al abuelo con su mano derecha en el rostro emocionado del hombre.

Yunes Linares Subió a la máxima tribuna del estado, respiró hondo y sonrío como nunca en su vida… Llegó a la gubernatura de Veracruz.

Horas más tarde se rodeó de miles de seguidores congregados en la mítica Plaza Lerdo, lugar utilizado para las protestas ciudadanas.

“Logramos el cambio, sí se pudo, dijo en medio del grito de “¡Miguel, Miguel!” que protagonizaron hombres y mujeres con escobas y cubetas en mano para sacar la mugre que, aseguraron, dejó el Partido Revolucionario Institucional.

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