Juchitán.— Reyna no tiene una tumba sobre la cuál llorar. Ni en México ni en El Salvador, su país. Tampoco tiene un cuerpo qué reconocer, mucho menos sepultar y llevarle flores de vez en cuando a un panteón. Por eso se conmueve cada vez que visita el cementerio de fosas comunes de la ciudad zapoteca de Juchitán, en el istmo de Tehuantepec, al sur del estado de Oaxaca.

Esta es la tercera ocasión que Reyna Isabel Portillo visita esta fosa localizado detrás del panteón municipal Domingo de Ramos de Juchitán, y que fue acondicionada para sepultar a personas que no son identificadas.

Hace tres años Reyna se quebró en llanto junto con sus compañeras de la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos al llegar al lugar y encontrarlo como un basurero; en el lugar fueron sepultados de manera provisional 11 salvadoreños que murieron en un naufragio en las costas de San Francisco Ixhuatán, entre los límites de Chiapas y Oaxaca en octubre de 2007.

“Vine la primera vez y todas las madres lloramos al ver este panteón como un basurero, con la basura quemada, con animales muertos sobre las fosas. No importa si son migrantes o no los enterrados aquí, merecen un poco de humanidad. Ahora mi corazón se alegra al ver que el lugar está más limpio y con árboles”, comentó con la voz entrecortada esta mujer de 52 años, integrante del Comité de familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos (Cofamide).

Reyna busca desde hace seis años a su hijo Marvin Leonel Álvarez Portillo, quien desapareció el 15 de julio del 2010 en Reynosa. Lo último que supo de él fue se sumergió en el agua del río en la frontera con Estados Unidos al ver que los cazaba un helicóptero de la migra estadounidense.

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