En Uruapan todo era alegre y pintoresco. Era la ciudad conocida como “el Paraíso Michoacano” o “la Perla del Cupatitzio”. Para cualquier lado que se dirigía la mirada, la vista se recreaba con paisajes de diversos matices y configuraciones, documentó el enviado de EL UNIVERSAL, Manuel Beltrán Romo, en una publicación de El Gran Diario de México del primero de enero de 1942.

El corresponsal de ese tiempo advertía con euforia en sus letras que la fama de Uruapan había trascendido hasta el extranjero debido a que cada casa era un florido jardín o una huerta exuberante de exquisitas frutas, además de que sus alrededores no tenían comparación, en su hermosura, con ningún otro lugar del país.

Llegar a Uruapan era muy difícil, pues primero se tenía que ir de Morelia a Carapan y luego de ahí a Paracho; no había cercanía ni con la región de la costa ni con la zona de Tierra Caliente ni con la capital de estado.

Ahora existe una excelente comunicación carretera con estos destinos, ubicados sobre la autopista Siglo 21 Morelia-Lázaro Cárdenas, que ha hecho de Uruapan un destino cercano y un vértice geográfico entra la mayoría de las regiones de la entidad.

Por su peso social, político y económico, esta ciudad aún permanece como la segunda más grande e importante de la entidad; sin embargo pasó de ser un lugar atractivo para el turista por sus tradiciones y peculiaridades a un sitio invadido por la narcocultura.

Matices de narcocultura

“La nota de EL UNIVERSAL de 1942 describe muy bien como era Uruapan; era una ciudad en la que abundaba el agua, en la que se daba prácticamente todo con un clima privilegiado, en la que había muchos cultivos de frutas, en la que había dos fábricas de hilados y tejidos donde se producían lacas artesanales; era y sigue siendo la segunda ciudad en importancia del estado, esto no ha cambiado, pero algunos otros aspectos sí”, rememora el historiador michoacano Arturo Herrera Cornejo.

Narra cómo mucho de la presencia de migrantes de las regiones cercanas de la Meseta Purépecha, de la zona de Tierra Caliente, convirtieron a Uruapan en su principal centro urbano, con casi 400 mil habitantes.

Esto, considera Herrera Cornejo, ha originado el abandono de las viejas tradiciones y la cultura natural de los uruapenses, que han sido sustituidas en su máxima plenitud por la influencia de otras zonas del estado, como la narcocultura de la Tierra Caliente.

“Era un bellísimo rincón michoacano privilegiado de la naturaleza, pero ahora se empezaron a construir muchas casas de tipo moderno, lo que causó que las fincas de adobe con tejados de barro sostenidos con madera y grandes jardines hayan desaparecido”, explica el historiador.

“Nada se puede ocultar cuando actualmente se habla de Uruapan como esa ciudad que perdió también su aspecto físico a pesar de que en la década de los 40 era llamada ‘El Paraíso Michoacano’... y no estaba mal apropiado el nombre, porque en realidad toda la ciudad era un sorprendente vergel”, agrega.

Oro verde

Bastante de sus atractivos que lo hacían, después de Morelia, el municipio más concurrido y adulado por visitantes nacionales y extranjeros han desaparecido; aunque hay tradiciones que aún se conservan, como la realización del Tianguis Artesanal —único en el mundo—, en el que se exhiben las mejores piezas elaboradas a mano por habitantes de la región purépecha.

Aún se produce y comercializa en el mercado estatal, en grano y en licores, una de las variedades más peculiares de café traídas a este lugar por Mariano Michelena; sin embargo, ahora Uruapan se ha convertido en un potencial territorio productor de aguacate: el llamado “oro verde” que en las últimas décadas ha sido el principal soporte económico de ese municipio y uno de los más preponderantes para el estado.

Fundada en 1531 por Fray Juan de San Miguel, Uruapan está situada a los dos grados de longitud y a los 19 grados 25 minutos de latitud. Su clima es templado cálido. Está a mil 611 metros sobre el nivel del mar.

El origen de cultivo del aguacate ocurrió a fines de los años 60, cuando se introdujo esta variedad, con mucho éxito, por el excelente clima. Entonces empezaron a extenderse las huertas y su demanda, sobre todo a partir de que el gobierno de Víctor Manuel Tinoco Rubí, a finales de los 90, abrió las fronteras a Estados Unidos, después de muchos años de estar cerradas.

Por eso es que un cambio importantísimo en el entorno de Uruapan fue la proliferación en los cultivos de aguacate, una de las mayores fuentes de divisas para el estado de Michoacán; sin embargo, esto representó la deforestación de gran parte de los cerros aledaños a Uruapan.

Debido a su expansión, agricultores han devorado las áreas naturales protegidas y los bosques que, en su momento, llegaron a ser pulmones y fuentes potenciales de mantos acuíferos. También ha cambiado el entorno y se ha agotado el abastecimiento de agua, luego de que esta ciudad fue reconocida por contar con más de 100 manantiales de los que brotaba agua cristalina en todo tiempo.

Pobladores aseguran que el agua que sudaban los cerros, las peñas y demás recursos naturales era bebida y saboreada con ese sabor terroso y fresco por sus habitantes sin necesidad de filtrarla, sin cloración o intervención de sustancias químicas.

Esos interminables litros del vital líquido eran también entubados directamente al brotar del manantial denominado “La Yerbabuena”, a un desnivel de 31.45 metros y en referencia a la misma estación del tren. Eso pasó a la historia; ahora “La Yerbabuena” es solo un recuerdo y un cúmulo de asfalto.

El manantial llamado “La Rodilla del Diablo”, situado a un kilómetro del centro de la ciudad, es el principal cuerpo de agua y forma el caudal del río Cupatitzio. Este manantial aún existe y es parte del parque nacional Eduardo Ruíz, reserva que en general ha tenido muchos problemas porque, de acuerdo con habitantes, algunas zonas ya están muy descuidadas, por ello la preocupación de muchos uruapenses de conservarla y mantenerlo lo mejor posible.

Los lugares más dignos de conocerse en Uruapan eran hasta los años 70: “La Tzaráracua”, “La Rodilla del Diablo”, “El Gólgota”; “La Camelina”, “La Empacadora” y el sitio de recreo que se llama “Mesa de la China”, que ofrecía a los visitantes un gran panorama.

Seguía

“¡Qué caray!”, expresa el historiador Arturo Herrera cuando cae en la realidad y lamenta que en la actualidad hay menos agua, que los manantiales se han ido agotando y que “La Tzaráracua” está contaminada y se vierten gran parte los deshechos de los drenajes de Uruapan.

“En el caso específico de ‘La Rodilla del Diablo se ha conservado en su estado natural, ya que es ahí donde nace el Río Cupatitzio; y en el caso de “la Tzaráracua” desafortunadamente ésta se convirtió en la desembocadura y punto de descarga de aguas negras de toda la ciudad”, reitera el especialista.

Uruapan, en 1942, contaba con dos fábricas de hilados y tejidos que eran “La Providencia” y “San Pedro”. Le daban trabajo a muchos de sus habitantes e incluso de los poblados aledaños. La primera ya no existe y ese terreno es ocupado por el caserío urbano, mientras que la segunda es ahora un salón de fiestas que conserva los salones de los telares donde antes se tejía y que ahora ya son ocupados por mesas y manteles, vasos y elegante cubiertos. Un galerón ha perdido el ruido que generaba el choque manual de las maderas con las que se maquilaban los textiles y ahora sólo suenna los acordes de la mejor banda grupera o de algún grupo musical.

En aquel entonces Uruapan tenía igualmente dos plantas generadoras de energía eléctrica y podían instalarse otras más debido a que las muchas caídas de agua que formaba el río Cupatitzio podían ser aprovechadas desde la empacadora con una producción de 500 y hasta mil 500 caballos de fuerza.

La principal industria en la ciudad era la manufactura de las famosas “lacas” que tanta estima habían alcanzado en el país y en el extranjero, aunque ahora se producen más en la Casa de los 11 Patios del municipio de Pátzcuaro, ubicado a 53 kilómetros de distancia.

Es decir, prácticamente ya desapareció la fabricación de lacas en Uruapan, técnica de elaboración que llegó en barco de los países orientales y que consiste en pintar de negro las jícaras de madera y decorarlas a mano con hoja de oro y pinturas llamativas.

Hasta los mensajes dirigidos a la ciudadanía han cambiado, pues antes se decía: “Visite usted Uruapan, el vergel más espléndido de Michoacán”, leyenda que se plasmaba en los murales de hierro o grandes bardas de adobe y que ahora ha sido suplantada por los narcomensajes en mantas o incluso las consignas en grafitis de las organizaciones sociales, sindicales, magisteriales o gremiales.

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