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Hay nombres y fechas que no coinciden en tiempo o se confunden en él, pero la imagen es épica y constituye una de las piezas que a lo largo de más de 200 años han construido la historia del edificio que hoy alberga el Instituto Cultural Cabañas: durante la toma de Guadalajara en la guerra de Reforma, (del 14 de septiembre al 14 de octubre de 1858) el ejército liberal avanzaba para tomar el hospicio Cabañas, esa fortaleza de cantera que se levantaba a las afueras de la ciudad por el lado poniente y que ya había sido usada como cuartel militar durante la guerra de Independencia.

Al verlos avanzar, Ignacia de Osés, directora de las Hermanas de la Caridad —monjas que administraban el hospicio— salió a confrontarlos en las escalinatas de la entrada y para contenerlos mostró un documento firmado por un alto mando militar que se comprometía a respetar la edificación (Manuel Galindo Gaitán, en el séptimo volumen de Estampas de Guadalajara, afirma que aquel papel estaba firmado por Manuel Macario Diéguez y entonces la historia y el tiempo se desfasan, pues el militar revolucionario nació hasta 1874).

Sin embargo, los empeños de la monja no funcionaron y lo que siguió fue una lluvia de artillería sobre la edificación; así lo relata Galindo Gaitán: “Cuando sor Ignacia se enteró de que los disparos de los cañones empezaban a hacer blanco cerca de la cúpula, la religiosa se estremeció, fue al hasta el altar de aquel santuario a orar en momentos de tanta angustia mientras en su mente maduraba una idea desesperada (…). Trepó a las azoteas del edificio en medio de continuos cañonazos, se acercó a la cúpula y buscó la escalerilla por donde, echada sobre la joroba de la bóveda, se arrastró hasta llegar a la cima, donde logró sostenerse en pie asida a las columnas de la linternilla. Era la hora del Ángelus y su imagen se podía ver desde cualquier punto de la ciudad, sólo sobresalía a ella la estatuilla de la Caridad que remataba la cúpula del hospicio. La monja elevó sus manos en actitud de súplica y todos la vieron. “Los disparos de metralla aumentaron, sin embargo, ella permaneció inmóvil en actitud de súplica, lo que acabó por obligar a los jefes militares a suspender el bombardeo”, describe el documento.

Entre los 23 patios y las 106 habitaciones de este edificio nombrado en 1997 como Patrimonio de la Humanidad peregrinan más historias y leyendas, así hay quienes siguen buscando el fantasma de la monja que, según dicen, se aparece en esta fortaleza; otros recuerdan que aquí fue donde se inventó por accidente la jericalla —típico postre tapatío— y algunos hablan de un túnel de poco más de medio kilómetro que comunicaba el templo de San Juan de Dios con el hospicio para evitar que las monjas y las niñas cruzaran un barrio lleno de cantinas y prostíbulos cuando acudían a misa.

Los archivos dicen…

La historia consensuada sobre el hospicio Cabañas señala que en 1796 llega a la Nueva Galicia el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo con la encomienda de ser el sucesor del fray Antonio Alcalde, quien creó el Hospital Civil de Guadalajara y la Real Universidad de Guadalajara. Así, Cabañas decidió construir un albergue para recién nacidos abandonados o cuyas familias no pudieran mantener, aunque por órdenes del rey Carlos IV también se atendió a ancianos, lisiados, enfermos, huérfanos y pobres.

En 1805 Cabañas encarga la obra al afamado arquitecto Manuel Tolsá, quien en España traza los planos pero nunca viaja a la Nueva Galicia para ver la obra, encargada entonces a José Gutiérrez, alumno de Tolsá.

En febrero de 1810, aún inconcluso, el hospicio abre sus puertas con el nombre de la Casa de la Caridad y la Misericordia, pero sólo funcionó unos meses, pues la vorágine de la recién iniciada guerra de Independencia lo convierte en cuartel militar durante 18 años, hasta 1828, cuando el clero recupera el control del edificio y lo restaura para reabrirlo un año más tarde como originalmente fue concebido: albergue.

Documentos históricos dan cuenta de otras tomas de este inmueble debido a conflictos político-militares (1834, 1846, 1852, 1858 y 1910), pero nunca tan prolongados como el encabezado por el brigadier José de la Cruz durante la guerra de Independencia.

En 1836 el obispo Diego de Aranda y Carpinteiro decide terminar la obra diseñada por Tolsá y la encarga a Manuel Gómez de Ibarra, discípulo de José Gutiérrez; finalmente, en 1845 los planos y el edificio coinciden palmo a palmo.
Para 1850 el arzobispado deja en manos de las hermanas de la Caridad la operación del hospicio y lo nombra con el apellido de su fundador; Nueve años después, tras la guerra de Reforma, el Cabañas pasa a ser propiedad de la nación y con ello pierde buena parte de su territorio, que fue fraccionado y entregado a pequeños propietarios, incluso, en la parte sur se construyó la plaza de toros El Progreso, que dejó de existir para dar paso, en 1958 al mercado Libertad, mejor conocido como San Juan de Dios.

Cuenta Silvia Linet Flores, integrante del Consejo de Cronistas de Guadalajara, que antes de esa época el hospicio era autosuficiente, pues en el frente, donde ahora se localiza parte de la plaza Tapatía, tenía grandes huertas para alimentar a los albergados.

Aunque el hospicio pasó a ser propiedad del Estado, las 16 monjas que lo habitaban siguieron haciéndose cargo de su operación hasta 1874, cuando Sebastián Lerdo de Tejada las expulsó del país junto con los jesuitas. Desde entonces la administración de la emblemática construcción neoclásica está a cargo del gobierno de Jalisco, que en mayo de 1980, durante el mandato de Flavio Romero de Velazco, decidió convertirla en museo y enviar a los albergados a un nuevo espacio por el rumbo de Plaza del Sol.

Un museo que gana espacio

Mucho antes de que se decidiera hacer del Cabañas un espacio para la cultura, esa impronta quedó plasmada en parte de sus muros cuando, entre 1937 y 1939, por invitación del entonces gobernador, Everardo Topete, el pintor jalisciense José Clemente Orozco realizó 57 murales en la capilla mayor, trastocando así, definitivamente, su vocación religiosa. Uno de los más emblemáticos murales del artista zapotlense reside en la cúpula de este espacio, desde donde el “Hombre en llamas” parece caminar por encima de quienes lo admiran desde la tierra.

El 23 de noviembre de 1983, tras una serie de restauraciones, el Instituto Cultural Cabañas abre sus puertas. En un principio albergó a la Secretaría de Cultura, pero poco a poco el arte ganó territorio: hoy cuenta con 28 salas de exposición, una sala de cine y una escuela de arte.

Olga Ramírez Campuzano, actual directora del instituto, recuerda como uno de los capítulos más importantes de este museo la intervención que en 2014 realizó el artista francés Daniel Buren, considerado padre del conceptualismo y quién ha intervenido sitios como el Palacio de Versalles, el Palais Royal de París o la Ciudad Prohibida de Pequín.

“A veces me preguntan cómo le hice para traerlo, pero él llegó solito: nunca había venido a América Latina y después de recorrerla en un viaje llegó aquí y quiso hacer su obra; intervino 19 patios y la capilla Tolsá. El día de la inauguración llegó gente de otros sitios del mundo y el país, causó mucha controversia, pero así es el arte”, recuerda Ramírez al respecto. Hoy la capilla Tolsá, en la parte trasera del instituto, sigue tal cual la dejó el mítico artista.

Sin recursos

El Cabañas enfrenta una dificultad año con año y se llama presupuesto: la directora del instituto explica que el gobierno de Jalisco destina 16 millones de pesos anuales para la operación de este organismo público descentralizado, pero tan sólo su nómina es de 22.9 millones al año.

“Eso significa que tenemos que gestionar recursos de otros sitios, hay que rentarlo y buscar recursos en otros lugares, aunque no se renta para todo... hay muchos requisitos”, afirma Ramírez Campuzano.

A través del Congreso de Jalisco se consiguieron recursos para restaurar la obra y con eso se logró trabajar en los murales de Orozco, que no se limpiaban desde que fueron pintados. Además, con recursos federales actualmente se realiza una restauración a fondo: “Es como una señora de 200 años muy bien maquillada, pero hay que ver sus intestinos y eso es lo que estamos haciendo”, indica la directora.

“Esta es mi casa”

“R” conoce cada rincón del Cabañas. De niña vivió en el hospicio y hoy trabaja en el aseo de la zona donde está la escuela de artes; todos aquí la conocen y saben que no le gustan ni las entrevistas ni las fotos: “Pero inténtalo”, dicen cuando se les pregunta por ella.

Aparece desde el fondo de un largo pasillo, camina despacio porque le duele una rodilla. Al detenerse mira fijamente y duda un poco.

—Ande, platíquenos poquito de cuando vivió aquí de niña...

—Te platico pero no me tomes fotos ni pongas mi nombre en el periódico...

—¿Me deja grabarla?

—¡No, espérate! Te platico, pero ¿qué quieres saber?

—Se me va a olvidar si no grabo…

—No se te va a olvidar nada—, dice ella mientras hace un ademán cariñoso de dar un coscorrón.

—Bueno… ¿Cómo era un día común en el hospicio?

—Los niños estaban de un lado [en el ala norte] y las niñas en otro [en el ala sur]. Nos levantábamos a las seis de la mañana, te bañabas, desayunabas y te ibas a la escuela. Aquí también venían niños de otros lados. Luego salías como a la una y media y a comer; en la tarde hacías tus labores y tu tarea hasta las siete, luego cenabas y a las nueve todos teníamos que estar dormidos. Como en todos lados, si te portabas mal, te castigaban. La alberca la usábamos a veces los niños y a veces las niñas.

—¿Cómo los castigaban?

—Pues no dejaban salir el fin de semana a los que iban con su familia o no te llevaban a los viajes, porque a veces íbamos a Los Camachos o a San Juan Cosalá [dos balnearios cercanos a Guadalajara].

–¿Hace cuánto salió del hospicio?

–¡Hmmm! ¿Y por qué te voy a decir mi edad?

–¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene del hospicio?

–Cuando a los que cantábamos en el coro nos llevaron a conocer Estados Unidos y Disneylandia. Vimos cómo se hacían las películas.

–¿Le gustan los murales de Orozco?

–De niña yo le daba el recorrido a los turistas. Tú dime...

–¿Y quién se los explicó a usted?

–Nadie, aprendí leyendo.

–¿Le gusta este lugar?

–Es mi casa.

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