Con sus manos, Pablo levanta las paredes, pero no de un muro fronterizo, sino de un molde de donde saldrá un furibundo Donald Trump. Le da forma a una bola de yeso cerámico con movimientos automáticos, pero por momentos recuerda sobre quién trabaja y se enoja. Aunque no sabe de política, le molestan los comentarios que ha oído del candidato republicano de Estados Unidos, de quien -dice- es un racista, y vaya que sabe del término: el hombre de 32 años estuvo en Nueva Jersey hace ocho y no le gustó el trato, por lo que regresó sin chistar a Yehualtepec, Puebla, donde trabaja en la segunda empresa más importante de máscaras en el país.

Mientras llena el molde con látex líquido, Pablo comenta que no regresaría a Estados Unidos, menos sí gana Trump. Camina unos pasos y de otro recipiente desprende un gringo pálido en un material que se asemeja al chicle; no se distingue su forma, pero la boca, los dientes salidos y el copete dejan ver a un aspirante presidencial colérico, atemorizante y amenazante. Es apenas una escurrida silueta desinflada, justo como el personaje de la vida real después del último debate presidencial.

Su “rostro” estará colgado entre dos y cuatro horas en un tendedero —en un terreno cercano al taller de máscaras— a expensas del sol y el calor; éstos determinarán cuándo estará seco para pasar por las manos de Miriam, quien en la planta baja de la fábrica le retirará las rebabas y lo colocará en una secadora para vulcanizarlo y dejarle una textura tersa, pareja.

En la parte de arriba, Anastasio ya tiene listas las pinturas. Con maestría mueve el aerógrafo y le da color al “güerito”, con una gama de tonos que asemejan la piel humana. Para lograr ese efecto se apoya con una esponja, agua y una secadora de mano, luego le pinta el pelo y finalmente, con pinceles, se dedica al detalle fino: líneas de expresión, labios color rosa y ojos enrojecidos y entrecerrados, que hacen más prominentes las arrugas del hombre de 70 años.

Trump queda listo y sigue en la carrera, pero no por la presidencia de la nación más poderosa del mundo, aquí compite por llevarse la Noche de Brujas, de Halloween, que cada vez gana más adeptos en México.

En un cuarto de unos 20 metros “convive” con el hombre lobo, brujas, payasos siniestros, un bebé de dos cabezas y un sinfín de diablos y monstruos dispuestos a aterrar, justo como hace Trump con los migrantes mexicanos.

Un improvisado face to face muestra al clásico Trump y a una Hillary Clinton sonriente y segura. No están invitados a la misma fiesta: el primero busca ser el rey de Halloween; la segunda va para reina del carnaval.

Así nacieron, en escenarios distintos y distantes. Para Halloween pidieron al Trump republicano convertido en un personaje terrorífico. Algunos —dice Rafa Domínguez, el dueño del negocio— lo usarán para ridiculizar la figura del hombre que ha intentado humillar y se ha burlado de los mexicanos, pues saben que no provoca miedo, sino risas. Del otro lado, Hillary no ha sido requerida en esta ocasión como un personaje de terror, por eso la apuesta es que su rostro se ponga a la venta para el próximo año, a partir de febrero, cuando se realicen los carnavales en las distintas ciudades del país, previo a la Semana Santa, la segunda temporada fuerte en la venta de máscaras.

Vivir entre monstruos

Faltan poco días para la celebración estadounidense que ya ha cobrado relevancia en México y las más de mil máscaras de Donald Trump han recorrido cientos de kilómetros para llegar a los puntos de venta en varias partes del país, desde el mercado de Sonora, en la Ciudad de México, hasta otras entidades como Oaxaca o Chiapas.

Su figura nació en el taller de Yehultepec. Omar Domínguez, el hijo del dueño, tuvo que ver imágenes, estudiar su rostro, algunos discursos y conocer su historia. Acostumbrado a crear figuras de monstruos, no fue difícil construir un rostro humano.

“Tiene un gesto enérgico, casi gritando, y es como en sus discursos: intimidante, con comentarios racistas”, dice el joven de 26 años, ingeniero en Sistemas de Información, quien desde hace siete años ha creado gran parte de las 400 máscaras que tienen en el mercado.

Omar nació cuando el negocio tenía dos años. Crecer entre monstruos le daba miedo, confiesa, y la figura que le provocaba más temor, sin duda, era “Eso, el payaso asesino”, hasta que llegó el momento en que se acostumbró y “se curó de espanto”. Tendría unos siete años, recuerda.

Voltea a ver su padre, quien en ese momento se encuentra en medio de las máscaras de Donald Trump. Rafael Domínguez coincide con su hijo: el “güerito” es un tipo racista, la gente está molesta y más que para espantar, quieren la máscara para mofarse de él, dice.

Narra que cuando sus compradores le pidieron la máscara, se la encargó a Omar. Para esta temporada llevan manufacturadas unas mil. “Aunque el molde es el mismo, cada una es distinta: los detalles son elaborados a mano en la etapa final, eso las hace únicas”, presume.

Confiesa que cuando recibió varios pedidos de la máscara de Trump, concibió también a Hillary, aunque inició la producción de ese modelo para tenerla lista a principios de 2017, pues piensa que ella puede ganar en las elecciones estadounidenses de noviembre próximo.

Los protagonistas

Durante todo el año realizan más de 30 mil máscaras que se comercializan principalmente en las temporadas de Halloween y del carnaval, pero siempre deben estar preparados. Los días con más trabajo llegan a ocupar hasta 15 empleados, pues todo se hace manualmente.

La primera figura política con la que trabajó fue el rostro del ex presidente Carlos Salinas de Gortari, quien en la segunda mitad de la década de los 90 tomó gran relevancia en medio del encono popular; después vinieron otros como el también ex mandatario Ernesto Zedillo y en 2009 el más exitoso de sus personajes fue Barack Obama, pues cuando el presidente de Estados Unidos visitó México logró comercializar cerca de 5 mil máscaras. Recientemente le han solicitado a Juan Gabriel, pues sus fans han querido recordar así al Divo de Juárez.

En esta temporada los payasos siniestros son los más famosos. Hasta el momento lleva 5 mil máscaras con diversos rostros, cuyas expresiones son terroríficas, sin embargo, revela, los clientes siempre regresarán a los personajes clásicos: diablos, hombres lobo, vampiros y brujas.

Don Rafa ha querido llevar sus productos a otras partes del mundo, pero se ha topado con una serie de requisitos que lo detienen; actualmente trabaja en cubrir los trámites para llegar a Europa: sabe que sus máscaras están en Sudamérica porque desde Ecuador vienen a comprarle sus monstruos. El plan a seguir es que sea él mismo quien los exporte.

Mientras habla de sus planes, muestra su taller en Yehualtepec, un municipio poblano en donde viven más de 22 mil personas. Comenta orgulloso el proceso de producción: desde el momento en que la figura toma forma en plastilina, hasta el momento de empaquetarla y enviarla a varios estados de la república.

Recuerda que hace 28 años —cuando inició el negocio— los productos que usaba eran tóxicos, pues era lo único que había en el mercado, hoy —dice con orgullo— todo es natural, desde el látex que compra en Veracruz hasta las pinturas con base de agua.

Toma la cara del republicano y muestra el material pálido, prueba de que su producto proviene del árbol de hule, a diferencia de otros que son de látex sintético realizado con químicos. Él sólo en contadas ocasiones lo compra, cuando sus productores nacionales —en Veracruz, Campeche y Chiapas— no se dan abasto para surtir.

Suelta la máscara y la apila con las otras que están en el piso. Queda así, escurrido en medio de decenas de rostros iguales, listos para ser pintados y usados en la parafernalia de Halloween, en donde más que miedo, le apuestan a que Trump provoque risas.

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