Héctor Robles Villegas tiene 10 años, es un niño 100% deportista. Esperó con ansia que le saliera músculo en sus piernas para entrar a practicar futbol, el deporte que le apasiona y que espera jugar un día con el Club Barcelona.

El incendio de la Guardería ABC, el 5 de junio de 2009, le quemó gran parte de su cuerpo y le quedó la carne pegada en sus huesos.

Con cuidados de sus padres se ha ido recuperando a pesar de que estuvo a punto de morir por las quemaduras de tercer grado que sufrió en 60% de su cuerpo, cuando tenía tres años.

Es un niño hiperactivo. Desde hace dos años lleva clases de taekwando, disciplina en la que ha ganado cuatro medallas de oro; ya logró la cinta azul avanzada y para el próximo verano podría conseguir la cinta negra.

Además de cursar el cuarto año de primaria, estudia violín y solfeo en la Casa de la Cultura en Hermosillo y dedica tiempo a su pasión, practica futbol de barrio.

Para todo es sobresaliente, expresa con orgullo su madre Adriana Guadalupe Villegas, quien lo observa patear con fuerza un balón en el parque Madero.

Comenta que le da miedo que vaya a lastimarse, pero con el ímpetu que tiene es imposible detenerlo, a tal grado de que se subió en hombros —a papuchi se dice en Sonora— de un compañero de escuela y ambos cayeron al suelo. Ahí, sin meter las manos, hace días perdió un diente.

Su vida transcurre entre una actividad y otra, sin embargo, a veces le cansa entrar y salir tantas veces a los quirófanos.

El UNIVERSAL lo entrevistó en el parque recreativo, donde al cabo de unos minutos ya estaba jugando con su balón y empezó a bromear con la cámara, sonreía y le hacía tomas a su mamá. Se le veía feliz.

Su madre narró la experiencia que vivió Héctor cuando fue a Philadelphia al Encuentro Mundial de las Familias, donde vio de cerca al papa Francisco. Si no hubiera vivido la tragedia, su experiencia no hubiese sido igual, asegura.

Yo le dije: “Los eslabones de tu cadena por algo se están uniendo”, porque para Dios los tiempos son perfectos. “Ni antes, ni después”, parafrasea.

Aún recuerda cuando el día del incendio lo halló hasta las 19:00 horas en un hospital privado, pensó que ya no lo tendría más, se dirigió hacia la capilla y habló con Dios. “Si me lo vas a dejar, déjamelo como esté, si es tu voluntad, llévatelo”. Volvió a nacer, expresa con una sonrisa.

Reconoce que en ocasiones hay bajones en el ánimo, pero todo se compensa con las satisfacciones que tanto Héctor como sus dos hijas le dan y vuelve a sentir la felicidad.

El incendio del 5 de junio de 2009 le dio un giro completo a la vida familiar; los primeros tres años fueron muy difíciles, de ausencias, vivía con Héctor más tiempo en Sacramento, California, que con el resto de su familia en Hermosillo.

Héctor tenía quemaduras de tercer grado en 60% de su cuerpo, estaban quemadas por completo todas sus extremidades, le injertaron toda la cara, parte del cráneo, se le quemaron sus ojos, pudo ver hasta después de un mes de operado.

Lleva 19 cirugías, múltiples reconstrucciones, pasó su niñez entre sillas de ruedas y quirófanos, hoy en día es un adulto atrapado en el cuerpo de un niño; se le adelantó la adolescencia, confiesa.

Su recuperación ha sido difícil porque tiene el carácter muy fuerte, comenta. “En ocasiones me preguntaba, ‘¿cuándo se me va a quitar esto’ y me extendía sus bracitos? Yo siempre le he hablado con la verdad, le decía: ‘Nunca, nunca, tú tienes que quererte como eres, todos somos diferentes por fuera, pero por dentro somos los mismos. “Dios te dio la oportunidad de estar aquí y él quiere que tú le ayudes a otros niños”. Poco a poco fue cambiando.

En un principio se quejaba de bullyng en la escuela, pero hicimos un trabajo de sensibilización y ahora no hay quien lo pare, es inquieto, el reporte escolar es que habla mucho.

Es generoso, es muy buen niño, ya hizo su primera comunión, su confirmación, sigue en la iglesia, somos de una familia de domingo en la iglesia.

Ya tomó iniciación de guitarra y tiene batería en casa, tiene mucho potencial para la música. Ese talento también se lo detectó Tito Quiroz, premio Nacional de la Juventud 2015, a quien conoció en Philadephia y le llevó a la casa un violín de regalo para que desarrolle esa virtud.

Siempre estoy pensando ahora con qué me va a salir, y aunque me dé miedo por cualquier riesgo de lastimarse lo apoyo, como en el futbol que ya lo trae en la sangre porque aprendió a caminar con un balón, dice.

Héctor regresa de jugar y con un cuaderno hace claquetazo a la cámara y se mete en los brazos de su madre que lo abraza. Ambos se miran y sonríen.

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