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El camino está lleno de árboles secos de un tono gris. La vía asfaltada que conduce a San Miguel Totolapan, el municipio más violento de la Tierra Caliente, por sí sola da miedo: se observan casas horadadas por balas gruesas, cruces de madera en el camino y el portentoso cerro de El Águila, donde respiró por última vez el maestro Joaquín Real Toledo.

Es el pueblo de Santa Ana de El Águila, en San Miguel Totolapan, donde según la PGR se disputan el territorio al menos dos células delictivas: La Familia Michoacana y Guerreros Unidos.

El lunes 11 de enero, en la secundaria Técnica 114, un grupo de plagiarios enviados por El Tequilero secuestraron a cinco maestros; el sábado a sólo dos kilómetros del plantel, los restos de Real Toledo fueron hallados por la Policía Ministerial del Estado (PME).

La historia que cruzó fronteras nacionales sobre el rapto de 27 personas, tuvo dos víctimas mortales, personajes muy queridos de Arcelia y Tlalchapa. En el primer caso, Eutimio Tinoco a quien apodaban de cariño Rey de la Tortilla, y el maestro Joaquín Real, originario del segundo municipio.

Los restos del profesor estaban en estado de descomposición, y el fiscal de Guerrero, Xavier Olea, admitió que había sido asesinado desde el día del plagio. El maestro fue sepultado el sábado en Villa Madero Guerrero. Real Toledo, quien dio las palabras de adiós en varios sepulcros de su municipio, tuvo muchos oradores en el propio.

Su familia exige justicia y reclama a la fiscalía que nunca buscaron al maestro, además, auguran que con la complicidad de las corporaciones con el crimen organizado, “los ciudadanos siempre vamos a padecerla igual”.

Agradecieron las muestras de solidaridad de quienes ayudaron y se quedaron sin comer por apoyarlos con el pago del rescate.

La mayor de cinco hijos —tres de ellos menores de edad— que tuvo el maestro que falleció a los 48 años de edad, cuenta que cuando se enteraron del rapto las familias y amigos de los cinco profesores se movilizaron.

Todos recibieron llamadas pidiendo tres millones de pesos, pero la cifra bajó hasta 700 mil.

La hija, de mirada ojiverde, tan intensa como la del profe Joaquín, cuenta que “los tipos decían que mi padre estaba bien. Yo nada más veía a los federales paseándose” y considera que si le hubieran dicho antes “sé que hubiera sido doloroso, pero no arriesgándose tanto para entregar ese rescate que pedían. Se les dio casi lo que pedían. No salió de la familia todas fueron aportaciones”, pero al final mintieron.

En Tlalchapa varias personas contaron que el docente siempre fue buen amigo y trabajó en varias secundarias antes de irse a Santa Ana. Amalia Mora, la alcaldesa de Tlalchapa, recuerda al maestro como un apasionado en su trabajo y la educación de los niños, un buen orador, declamador, y que era el narrador de sus partidos de futbol.

Joaquín Real Toledo fue despedido por decenas de personas. En el acto funerario hubo poesías, tantas como las que él declamó a sus amigos en una tarde alegre. La Chacha Micaela y música típica de la región también acompañaron su último adiós.

El maestro tuvo que ir al municipio de Ajuchitlán por las nuevas disposiciones de la reforma educativa, o de lo contrario perdería su plaza. En ese municipio pegado a San Miguel Totolapan, la Secretaría de Seguridad Pública reportó otro rapto multitudinario hace más de un año, pero la autoridad no hizo nada al respecto.

En la Tierra Caliente los operativos son constantes, pero la violencia priva de su cotidianidad a doctores, maestros, choferes, comerciantes y estudiantes. No hay tregua.

La hija de Joaquín recordó en el funeral cuando hizo su examen profesional y su papá dijo: “Yo sólo quiero darle gracias a la Nacional de maestros”, pero empezó a llorar. “Nos quiso ver realizados. Creía en la educación”.

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