Huimanguillo.- En el ejido Zapotal San Miguel, en este municipio limítrofe con Veracruz, se vive un ambiente de muerte. Durante la noche del jueves 26 de marzo una pipa cargada con 60 mil litros de gasolina explotó, con un saldo hasta este miércoles de 14 muertos y al menos 18 heridos.

En las humildes pero pintorescas casas con techo de lámina hay sólo dolor y tristeza. Desde la carretera puede escucharse el llanto de los deudos durante los velorios, o a la hora de enterrar a sus familiares en el panteón, ubicado frente a la iglesia católica de la comunidad.

La explosión, que ha derivado en una cadena de fallecimientos, es resumida por los pobladores como la mayor tragedia en la historia del ejido.

Para las familias afectadas, la desgracia ha sido de diferentes dimensiones. Quizá la más grande la sufren los López Lázaro. Víctor, Rosendo y Juana, tres hermanos con esos apellidos, han muerto como consecuencia de la explosión ocurrida en el kilómetro 77.5 de la carretera Coatzacoalcos-Villahermosa.

Guillermina, otra de las hermanas, se encuentra grave en el Instituto de Seguridad Social del Estado de Tabasco, mientras que José Armando García López, hijo de Juana, también murió. Van cuatro, pero podrían ser más.

El deceso de Rosendo no ha sido reportado por la Fiscalía General del Estado. Este miércoles enterraron a Víctor, quien laboraba en una abarrotera y dejó huérfanas a las niñas Marta, Jennifer y Sandra de 8, 6 y 4 años.

La madre de ellas no tiene trabajo, señala José Reyes López Lázaro, hermano de los fallecidos.

Otro caso son las muertes de Pedro Vargas de los Santos y Javier Vargas Martínez, padre e hijo. El hermano de este último, Juan José Vargas Martínez, es uno de los tres menores trasladados a un hospital en Galveston, Texas.

Además, los primeros fallecidos al momento de la explosión fueron los integrantes del matrimonio integrado por Laura Cristel Vargas Barahona y Rosiel Sánchez Correa, cuyo hermano Ronaldo también perdió la vida posteriormente en un hospital.

En este ejido, desde el sábado son veladas y enterradas entre dos y tres personas diarias. Desde ese día, y aunque ninguno de sus familiares se vio involucrado en la tragedia, el maestro albañil Pedro Díaz Alamilla encabeza un grupo de 30 voluntarios encargado de construir las bóvedas para los fallecidos.

La fatalidad también ha sacado a la luz la solidaridad del ejido. Familias que se dedican a la ganadería han matado reses para repartir comida entre los deudos.

En el pueblo hay versiones encontradas sobre lo sucedido el jueves pasado, pues muchos habitantes del ejido no creen en la versión de las autoridades de que al momento de la explosión sólo hayan muerto dos personas (las otras 12 fallecieron en hospitales). Muchos vieron cómo gente en llamas cruzó la carretera para aventarse a una zanja de agua (jagüey) que está enfrente del lugar donde ocurrió la explosión.

Pedro Díaz Alamilla considera que el gobierno debe enviar gente a revisar ese cuerpo de agua.

—¿Creen que hubo más muertos el día de la explosión?

—Pues sí, porque se vio huir gente a los montes, a los cañales y se tiraron al jagüey; se murieron en el agua.

En Zapotal San Miguel viven alrededor de 2 mil 700 familias, hay un kínder, una primaria, una secundaria y un centro de salud.

La mayoría de las familias se dedican a la siembra de maíz y frijol para el autoconsumo. Otros a la albañilería, a sus mototaxis y los menos a trabajar en alguna tienda o comercio.

En el caso de la agricultura, el jornal se paga a entre 70 y 100 pesos diarios. Hay desempleo y “mucha pobreza” en toda esa región.

Es por eso que cuando hay algún derrame de combustible de un ducto de Petróleos Mexicanos (Pemex), la gente toma cubetas, galones y lo que encuentre; se monta en sus bicicletas, motos o emprende caminatas para ir a recolectar la gasolina o el diesel.

El litro que en las gasolineras cuesta 14 pesos, la gente que lo recolecta de los ductos lo vende en cuatro pesos a los transportistas que pasan por ahí. Los clientes abundan, pues la carretera Villahermosa-Coatzacoalcos es una zona por donde transita mucho transporte de pasajeros y de carga.

El pasado jueves 26 de marzo, cuando la pipa se salió de la carpeta asfáltica y derramó el hidrocarburo, los pobladores llegaron a recolectarlo. De acuerdo con datos del Instituto Estatal de Protección Civil de Tabasco, se les solicitó que no lo hicieran, pero respondieron arrojando piedras a las autoridades. Después ocurrió la explosión.

Sin embargo, el delegado de la comunidad, Benito Martínez Méndez, no está de acuerdo en que se hable de rapiña. “Como autoridad no puedo decir que (el accidente) haya sido por rapiña, lo que sí sabemos es que ocurrió un desastre; nuestra comunidad está pasando por un periodo duro. Hay niños que quedaron sin padre o madre”.

Las personas “están muriendo día a día, hoy muere uno, mañana otro, hay un ambiente de muerte, duro”, agrega Martínez Méndez.

El delegado se encontraba trabajando en el ingenio azucarero Benito Juárez de Cárdenas cuando, por medio de una llamada telefónica, le avisaron de la explosión. De inmediato se trasladó al lugar y se encontró con el desastre: “Lamentos, gritos, la gente corría ardiendo, ambulancias con torretas encendidas y autos particulares trasladando a las personas a los hospitales”.

La explosión no únicamente alcanzó a quienes recolectaban combustible, sino a quienes por causalidad pasaban por el lugar al momento de la explosión. Es el caso del campesino José Jiménez Quiroga, quien conducía su bicicleta y de pronto sintió que algo lo aventó.

“Para apagarse el fuego, en su desesperación, se restregó en el lodo. Iba todo enlodado cuando lo llevaron al Hospital Regional de Cárdenas”, explicó su esposa, Laura Hernández Reyes, el pasado lunes.

Aunque ella y sus tres hijos tenían la esperanza de que José se salvara, falleció el martes pasado.

En el lugar de la explosión las huellas persisten: árboles y pastos quemados, galones y herramientas para la recolección de gasolina, y hasta restos de ropa y zapatos chamuscados. En la carretera, las pipas de diferentes empresas continúan pasando. Muy cerca de ahí, en el rancho que alcanzó a ser afectado en una de sus orillas, se puede ver como pastan una decena de animales.

La gente le pide al gobierno apoyos, empezando por una revisión sobre el número de niños que perdieron a alguno de sus padres.

El pastor de la iglesia apostólica, Gamaliel Ocaña Miranda, destaca que el ánimo de los habitantes de Zapotal está “decaído”.

Señala que hay mucha gente que ve los derrames de combustible como un empleo. Para ello se combinan la necesidad, porque “aquí no hay empleo”, sino que “cada quien vive como puede”, pero también la “ambición de obtener unos pesos más”.

Ahora, algunos van a aprender la lección de no arriesgar sus vidas.

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