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“Yo estoy todo el día acá y yo sé, ¡no hay uno cuerdo!”, dice Jorge a una amiga que va a visitar a un familiar en el Panteón Nuestra Señora de la Merced, en el Cementerio de Chacarita, el mismo que alberga los restos de Gustavo Cerati.

El hombre, de unos 60 años, blanca cabellera y que lleva trabajando ahí por dos décadas, es quien cuida el primer piso, en donde descansa el músico argentino dentro del nicho número 2912. Para él, a las decenas de visitantes que llegan a diario con el ex líder de Soda Stereo les “falta un tornillo”, pero no duda ni un momento del fenómeno del que es testigo tras la muerte de Gustavo en 2014.

El sitio elegido para rendirle honores es un edificio nuevo (se inauguró en 1992) y por su modernidad rompe el estilo de acabados y cruces que caracteriza al cementerio que se creó a mediados del siglo XIX debido a la necesidad de colocar los cadáveres que dejó la fiebre amarilla en Argentina.

Con grandes ventanales, rodeado de unos cuantos árboles, cercano a una fuente y con pisos de mármol, el panteón privado pertenece a Cáritas Buenos Aires, que forman parte de la iglesia católica.

Los trabajadores confiesan que es el mejor. Suele decirse que nada es por casualidad, pero en este caso el cuerpo de Gustavo Cerati llegó a esa ubicación más bien por azar. Así al menos lo recuerda Jorge, que ya ha hecho de la tarde una reunión de anécdotas y risas.

“No sabían en dónde ponerlo y agarró la hermana y nos hizo poner a todos los cuidadores: el del subsuelo, planta baja, primer piso y segundo piso. Me eligió a mí. ‘¿Y usted en dónde está?’. En el primero. ‘Bueno, en el primero’”, contó carcajeándose.

Descanso eterno. En uno de los nichos más grandes del lugar se identifica con una desgastada placa de metal con letras hechas en láser negro un nombre, pero no es uno más sino el más concurrido: Gustavo Adrian Cerati “Gus” 11-8-1959 / 4-9-2014. Y de modo más personalizado un símbolo del infinito, tal como su álbum póstumo lanzado en 2015.

“Gracias por venir y alegrar nuestros días en todo el mundo” o “Gus: el + grande entre los grandes. Genio absoluto”, son algunas de los mensajes que sobresalen de las cartas que dejan los fans, así como banderas, plumillas de guitarra, cigarrillos y flores.

José tiene trabajando en el panteón cinco años, aunque su padre se acaba de jubilar en diciembre después de cumplir 28. Aunque a él le toca ser el guardián de otro piso, es observador del movimiento constante en el nicho 2912 e incluso a veces dirige a los despistados que no lo encuentran.

“Todos los que vienen acá se creen que Cerati tiene un monumento y es todo normal”, confiesa. “Tiene unos 12 ramos y ahora son pocos”, completa mientras de a poco ve llegar uno u otro fan a dejar algo nuevo.

La familia no va casi nunca, a casi tres años que se encuentra allí. Sus hijos Lisa y Benito sólo acudieron el día que llegó y la mamá solamente un par de veces. A ella, comentan los empleados, se le perdona porque es una mujer de edad y en la última visita la vieron con achaques en la columna.

“La madre ya es grande, vino unas dos veces. Ella se justifica y es macanuda porque el primer día le preguntamos si dejábamos entrar a la gente, porque por ahí quería estar sola; contestó que no había problema y subieron dos. ‘¿Viste?, me sonrió’, se gritaban cuando la vieron”, rememora el más adulto de los cuidadores.

“La hermana más chica viene a pagar y no sube. Me dijo: ‘acá no me va a ver porque no me gusta el panteón’”.

La cuota de mantenimiento mensual es de 125 pesos argentinos (unos 157 pesos mexicanos) y la familia la paga por tres, porque el padre Juan José Cerati (que desde 1992 estaba acomodado en otro nicho) ahora yace al lado de su hijo y ya está apartado (aunque vacío) el lugar para la madre, Lilian.

Los guardias coinciden que de los que van, un 90% son extranjeros y cuentan con entusiasmo el accionar de tal o cual visitante, entre ellos el de la mujer que quiere pasar la eternidad con su ídolo.

“Compró el nicho de al lado y lo pagó en ese minuto a 70 mil mangos (88 mil pesos mexicanos), en tres cuotas”.

A Jorge le molesta que los fans se paseen y no pregunten, además que no lo saluden. Incrédulo, considera que los chicos que visitan al cantante tal vez no harán lo mismo por su propia familia, así que le sorprende la manera en la que pierden su tiempo y su dinero”.

“Una vez vinieron cinco venezolanos. Se sacaron fotos y les digo ‘chicos, esto es sólo la placa porque acá no está Gustavo’. Después les dije que sí estaba porque con las redes sociales se corre rápido”.

Como si de un secreto se tratara, cuenta otra historia. “Llegaron dos (jóvenes) entre 13 y 14 años y me preguntaron en dónde estaba. ‘Allá a la vuelta’. Y fueron pero diciendo: ‘No sé si lo voy a poder ver porque me hace mucho mal, espero que no me pase nada’. Capaz que se les muere su padre o su madre y no hacen lo mismo”.

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