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Hace ya muchos años que nuestra querida Betsy Pecanins empezó a perder la voz, o mejor dicho, que empezó a mudar de voz.

De aquel caudaloso torrente que tenía en su juventud, le quedaba ya sólo un poquitito, apenas un charquito de sonido que, alimentado cada seis meses con inyecciones de botox en las cuerdas vocales, le permitía darse a entender en el mundo.

Sin embargo, lejos de autocompadecerse o de vivir de sus glorias pasadas, Betsy tuvo la humildad y la sabiduría para asumir que el canto va más allá de cultivar una voz de envidiable plumaje. Cantar es también saborear la palabra, disfrutar sus colores y acentos, pero, sobre todo, asumir el valor para romper el cascarón que nos permita nacer una y otra vez.

Aunque componía canciones desde muy joven, fue gracias a la disfonía espasmódica que Betsy pudo reconciliarse con algunos cómplices que, a veces, ni ella misma recordaba que tenía: la rima, el ritmo, la métrica, la metáfora. Las palabras que en su caso siempre habían estado subordinadas a la melodía se volvieron el eje de su obra. Sin prisa pero sin pausa, fue conociéndolas de cerca, descubriendo lo que cada una de ellas tenía para ofrecerle.

Así, más que en el botox, la nueva voz de Betsy se hizo fuerte en los adobes de la lírica. En su llama brillan versos de Jaime López, Rafa Mendoza, Memo Briseño, Magali Lara y David Huerta. Durante las muchas tardes que trabajamos juntos los temas de Ave Phoenix, no faltaron las anécdotas sobre Bob Dylan, sobre Guillermo Velázquez y los huapangueros de Xichú, sobre el rap y el Spoken Word. Con una avidez envidiable, asimilaba un tema —los otosílabos, los versos alejandrinos, las aliteraciones— y 10 días después ya tenía lista la maqueta de una canción con arreglos y todo. Quienes la frecuentamos estos últimos años sabemos que, cuando no estaba en el hospital, Betsy pasaba el día tramando nuevas melodías, versos y ritmos. En el fondo, ella sabía que el fadeout no se detendría.

Apenas este diciembre había concluido la beca de FONCA que le permitió a Betsy componer los dos discos que tenía en el tintero. Tres años que, literalmente, le peleó a la Catrina a cuentagotas. Mil días en los que trabajó para dejarnos la mejor de las herencias: un puñado de piezas autobiográficas en las que canta, versa, trova y rapea sobre el cuerpo, sobre el mundo, sobre México, Ayotzinapa, Ciudad Juárez, la vida, la salud, la familia, el amor y la muerte. No conforme con hacer las partituras y los demos de cada pieza, Betsy encontró el tiempo y la fuerza para llevar sus composiciones al escenario en el Teatro de la Ciudad en dos conciertos junto a sus eternos aliados: Jorge García, Felipe Souza, Alfonso Rosas, Mónica del Águila, Héctor Aguilar y Eduardo Granados.

Nos queda la responsabilidad de no dejar caer su canto. En nuestras manos está el permitir que el Fénix renazca una vez más. Grabar las piezas en el estudio, ahora que aún están frescas en los dedos y en la memoria, y permitir así que la conozcan las próximas generaciones. Desde aquí abrazo a su familia, en especial a su hija, Tessa. Comparto aquí unos versos que Betsy alcanzó a escuchar en vida, celebrando su amistad y su talento.

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