Érase una vez una joven de una isla polinesia que soñaba con surcar los mares y abandonar su isla, pero antes debía dejar a su familia, enfrentar todos sus miedos y no dejarse vencer por sus detractores.

Esta niña migrante por convicción decidió no quedarse en su isla, ¿por qué? Esa fue la pregunta que tuvo que  llevó a Lin-Manuel Miranda a escribir el tema “How far I’ll go” (Cuán lejos llegaré), de la cinta Moana, que este año está nominado en la categoría de Mejor Canción.

Lin Manuel considera que esta historia  ejemplifica el camino  que debe recorrer todo aquel que quiera desafiar lo convencional. En especial, ese periplo que padecen las minorías.

“Musicalmente este tema me aportó mucho porque los ritmos son únicos, no es el Caribe de donde yo provengo”, dice el compositor en entrevista con EL UNIVERSAL.

“Empezamos ahí, pero para mí lo divertido fue transmitir un mensaje: la hija del jefe de una tribu que no se conforma con quedarse en su isla; quise exponer esa tenacidad y fue increíble el resultado”, detalla.

La letra, que han cantado cientos de niños que han visto esta cinta de Disney, no es casual: “¿Ves la luz que brilla en el mar? Esa que es deslumbrante. Nadie sabe qué tan profundo es ese lugar, pero parece estar llamándome”.

Lin-Manuel  es defensor de quienes desafían  esa oscuridad de ese océano llamado  intolerancia. Su obra, Hamilton (uno de los musicales más exitosos de Broadway),  retrata a  ritmo de hip-hop la vida de un migrante caribeño que sirvió al Ejército de George Washington.

Este año, tras ganar 11 Tony (que reconocen al teatro), además del Grammy y el Pulitzer por Hamilton, él es su propio estandarte en los  Oscar pues es uno de los dos latinos nominados (el otro es el mexicano Rodrigo Prieto).

Ser latino y crítico político no es tan sencillo cuando se aspira a un premio de la Academia.

En noviembre pasado, el presidente Donald Trump exigió una disculpa al elenco de Hamilton luego de que éste se dirigirera al vicepresidente Mike Pene en una de sus funciones.

“Nosotros somos el Estados Unidos diverso que está alarmado y nervioso por que su nuevo gobierno no nos proteja”, dijo un actor al político.

Como lo hizo con el tema por el que está nominado al Oscar y con su multipremiado musical, Lin-Manuel asegura que  prefiere hacer política desde lo que mejor sabe hacer, el arte.

“Yo no voté por el que ganó (Trump), pero ahora debemos de llenar el mundo de ideas y reflejar el deseo de la gente. Seguiremos luchando por llevar la voz de los que menos tienen, ahora más que nunca. Seguiremos luchando por la gente que no se siente representada por él ”, afirma.

Un Oscar que da voz.   No importa cuántos nuevos  representantes de minorías estén nominado al Oscar, esto no ha sido suficiente para reflejar el espectro que representan.

Un informe de 2012 del diario Los Angeles Times señalaba que el 94 por ciento de los miembros de la Academia de Hollywood eran blancos y 77 % hombres.

Las nominaciones siempre han estado sesgadas. El año pasado esto generó una protesta que fue llamada Oscar so white (Oscar demasiado blanco), como protesta a la poca representación de actores de raza negra, algunos ignorados pese a notables actuaciones, como Michael B. Jordan del filme Creed: corazón de campeón.

Además de esta polémica, a ésta se le suma la de otras minorías y grupos rezagados, como  mujeres, homosexuales, latinos  y musulmanes.

Una de las protestas más memorables se dio en  1973, cuando la actriz Sacheen Littlefeather (del filme Pequeña pluma) pasó al estrado en lugar del actor Marlon Brando, quien rechazó la estatuilla por El Padrino. 

La activista reclamó la represión policial en Wounded Knee,  una reserva Pine Ridge de Dakota del Sur. La zona fue defendida en esos días por nativos, lo que provocó tiroteos que dejaron muertos y heridos.

Patricia Arquette hizo su propio reclamo en en la ceremonia de 2015 (cuando ganó a Mejor actriz por Boyhood: momentos de una vida). Al recibir su estatuilla aprovechó para lanzar  un discurso a favor de la igualdad de salarios en Hollywood, que privilegia a los hombres.

“Nos dio voz, pero no cambió mucho”, reconoce en entrevista. “Sólo 4% de los proyectos está siendo dirigido por mujeres. Por lo tanto, mientras no tenemos gente de color y mujeres representadas en la forma en que deben estaremos perdiendo historias importantes”.

Arquette, quien no se ve a sí misma como experta en temas de igualdad de género, considera que su discurso, si bien se potenció, no deja de ser el mismo con el que fue educada.

El mismo de miles de personas que no tienen voz y mucho menos una plataforma como la del Oscar, de ahí la importancia de haber sido reconocida en esta ceremonia.

“Un millón de personas habían dicho esto antes,  ha habido realmente gente trabajando a tiempo completo para cambiar estas políticas y nadie las ha escuchado. Sólo estoy diciendo lo que muchos: ¿por qué una mujer afroamericana o latina o una mujer blanca, debe ser penalizada por su género?; y luego, ¿por qué una afro-americanas, lesbianas, latinas debe ser más penalizada por su color de piel y orientación sexual?”, cuestiona.

 Cine representativo.  Hay, además, un gremio que ha intentado encontrar su voz entre el alud que puede ser Hollywood: el cine independiente, que además  engloba muchas veces a los otros grupos minoritarios .

Este año destaca Luz de luna, filme que tuvo un costo de sólo 5 millones de dólares, en contraste con Hasta el último hombre, cinta por Mel Gibson cuyo presupuesto superó los 40 millones.

No es la primera vez, un caso sobresaliente se dio en 2005, cuando la cinta Entre copas, del cineasta  Alexander Payne, ganó el Oscar al Mejor guión adaptado, además de estar nominada en otras cuatro categorías, que incluyó Mejor director y Película (y haber obtenido el Globo de Oro a Mejor película dramática).

Payne, que no ha dejado el cine independiente, considera que no debería de existir una premiación, pero la ve necesaria como plataforma.

“No creo que los filmes hechos con sinceridad y delicadeza deban estar expuesto a una violenta competición impuesta por el capitalismo, sin embargo, se disfruta  estar seleccionado”, reconoce en entrevista.

El director remarca la diferencia entre las  distintas propuestas por su estética, narrativa y hasta presupuesto, aunque considera meritoria la proyección que se obtiene tras una estatuilla.

“En general es bueno estar incluido en una competencia artificial de artes porque eso significa que todos te verán y continuarás haciendo filmes: aprovechas el momento. Pero no puedes tomártelo muy en serio porque el arte no puede delimitarse a una competición, no hay mejor película”, reafirma.

Arquette contrasta ese interés. Para ella sí hay  más proyectos pero, o siguen siendo parte de la maquinaria de Hollywood, o son tan osados que no fructifican.

“Creo que el público y la prensa realmente piensan que todo cambia drásticamente en lo laboral cuando ganas un Oscar, pero  no. No es que recibas muchísimas más ofertas; me ofrecieron un montón de películas que no se realizaron  por completo; que no tenían su financiamiento; o eran directores  primerizos, de esos que no están, ya sabes, completamente allí, en el gremio”, dice la actriz estadounidense.

Payne, de hecho, ha filmado sólo dos largometrajes desde que obtuvo su estatuilla en 2005: Los descendientes (2011), protagonizado por George Clooney, nominado a cinco premios y ganador por Mejor guión adaptado; y Nebraska (2013), que compitió por seis premios de la Academia incluido Mejor película.

El realizador espera que algún día  la proyección que se da tras obtener un Oscar vaya más que una percepción instantánea que se difumina con el tiempo, pues son espacios que los creadores han ganado y deben defenderse.

“Hay películas que han ganado el Oscar y no son las mejores así que lo mejor de estar nominado es que es divertido y, por un breve momento,  te llaman para unirte a  proyectos, valoran lo que siempre has hecho o dicho, incluso tu IQ, tu inteligencia, se incrementa un 30 por ciento a los ojos de otro”, bromea.

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