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Los ilusionistas 2 (2016), décimo largometraje para cine y séptimo de ficción del especialista en filmes musicales de inventivas coreografías y ex niño prodigio egresado de la USC, Jon M. Chu, retoma la idea del equipo de magos que en la primera parte (2013, Louis Leterrier) organizaban con sus habilidades ingeniosos robos. En esta entrega la fórmula es la misma, sólo cambiando un personaje, Lula (Lizzy Kaplan), y por supuesto de villano.

Ahora son reclutados para los peculiares intereses de Walter (Daniel Radcliffe).

Al igual que la cinta previa, lo interesante es el manejo de los efectos especiales, de forma por demás creativa, para hacer verosímiles todos y cada uno de los trucos de magia presentados, así sean los más sencillos. El tema de la magia es lo que hace que esta película cobre una inusitada fuerza, puesto que se propone como algo a la vez posible e imposible. En esta paradoja es donde radica el interés de la historia: cada truco propuesto debe realizarse de cierta forma para que Walter obtenga lo que quiere (y el espectador crea que podría suceder lo que tal cual plantea el filme).

Como en toda trama similar, las vueltas de tuerca tienen que estar a la orden del día. Y es aquí donde el estilo visual, a cargo del libanés Peter Deming, funciona con imágenes traslúcidas y un soberbio ejército de efectos visuales que hace tangible la magia, manteniéndose en el terreno de lo que sería factible.

Chu es inspirado en sus imágenes sólo que la historia es demasiado dependiente de la primera parte, por lo que entrega una fría secuela que sólo por momentos emociona.

Conexión mortal (2016), cuarto largometraje del ex creativo Tod Williams tras su promisorio debut The adventures of Sebastian Cole (1998), es la adaptación de la novela Cell (2006) de Stephen King, que en su momento era una adelantada parábola sobre la enajenación mental provocada por el abuso de celulares. Diez años después de publicada, las imágenes que imagina Williams con su fotógrafo Michael Simmonds, responden al filme de horror más convencional, aunque intente en más de un sentido replantear el género de los zombis con cierta gracia y humor. Eso sí, su reparto le da la vitalidad necesaria para mantener el interés.

Sr. Pig (2016), cuarto largometraje del actor-director-guionista-productor Diego Luna, es un bien intencionado filme sobre las relaciones mexicano-estadounidenses que sirve como bildungsroman, o sea, es (casi casi) una novela de crecimiento (también de reconciliación), para dos personajes, Eubanks (Danny Glover), su hija Eunice (Maya Rudolph)… y muy surrealistamente un cerdo. Pero al igual que en sus filmes previos, la inspiración inicial de Luna se desvanece rápido con una anécdota demasiado contemplativa, limitada, que tempranamente agota sus posibilidades para subrayar una y otra vez lo evidente de su propuesta.

Mente implacable (2016), cuarto largometraje del inquieto israelí Ariel Vroman —tras su brutal biografía criminal El hombre de hielo (2012)—, es mitad thriller mitad filme de ciencia ficción que juega con las identidades del agente Bill (Ryan Reynolds) y del psicópata Jericho (Kevin Costner) casi con la misma intensidad que Contra/cara (1997, John Woo). Vroman le da énfasis a la acción y al juego con la memoria como manera de humanizar a Jericho y convertirlo en un instrumento criminal de enorme eficacia. La exageración implícita del argumento (perseguir un hacker, evitar otro apocalipsis), sin embargo, banaliza lo que pudo funcionar mejor de haber mantenido su original planteamiento.

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