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Federica hace una pausa antes de contar cómo ha ido descubriendo las formas en las que Sebastián, su hijo de nueve años, le dice que la ama. No puede contener el llanto porque su pequeño de nueve años, diagnosticado con autismo a los tres, le llama Rey Wafle y es a veces un poco brusco, no le gusta estar con mucha gente pero le deja saber a su mamá que la ama.

“Justo le cambiamos el medicamento, ahorita está mucho más amoroso, últimamente me dice mamá te amo, te extraño. Me dice unas cosas lindísimas que no pasan normalmente, a veces pienso ‘si este niño supiera lo mucho que lo amo, cómo puede saber cuánto lo ama su mamá, todo lo que hace por él’, el movimiento que hago para que él este mejor, a veces pienso que no lo sabe, que a lo mejor no me quiere, le vale, pero estos días, con el cambio de médicamente ha sido un: mamá no te vayas, te extraño”.

Ha sido difícil, dice, y también un proceso de aprendizaje para ella y para María, su pequeña de 10 años.

Sonriendo recuerda que ella llegó a su vida a los tres meses, un día en que, sin esperarlo, le llamaron del albergue para decirle que algo había pasado; y ella, espantada, acudió a ver de qué se trataba. La noticia era que se había convertido en mamá.

“Llegando al albergue me dijeron: queremos felicitarla, ha sido aceptada como madre adoptiva y queremos presentarle a su hija, y entonces entró María, recuerdo que tuve tres minutos para hablarle a mi mamá y decirle: ¡voy a conocer a mi hija! Y no sabía ni siquiera si era niña o niño y en ese momento entró ella en cunero, de tres meses y con una flor para mí entre sus manos. Señora, ¿acepta a esta bebé como su hija? Me preguntaron y yo lloraba, dije que por supuesto que sí. Me quedé sola con María y le juré amor eterno, le juré que la iba amar para toda la vida que la iba a cuidar”.

Más adelante llegó Sebastián. Él tenía un año y medio cuando se unió a sus vidas y para recibirlo, Federica le platicó a María que su hermanito las había invitado a Disney. Como toda hermana mayor, poco después de la llegada del nuevo integrante (a quien le lleva un año) se preguntaba si se iba a quedar para siempre porque ella quería que su mamá fuera sólo suya.

“Después evidentemente María y yo pasamos el proceso de ‘perder’ a mi hijo, no sabíamos qué tenía, empezó a pegarse en todos lados, dejó de hacer mil cosas y después de muchos tratamientos nos diagnosticaron que tiene autismo. Aprendes a vivir con ese dolor, que tienes para siempre, porque tú tienes expectativas de un hijo que a veces nos hacemos tontamente, como que va a ser futbolista”, platicó.

Fue desde entonces que se dio cuenta de la poca información que hay sobre esta enfermedad en el país, los pocos apoyos que existen y así decidió sumarse a Imagina en Movimiento A.C. (www.imagina.org.mx) una asociación que busca crear mejores condiciones de vida para chicos y grandes que tienen autismo.

Al preguntarle qué futuro ve para Sebastián, responde: “Para las personas que vivimos con un hijo con autismo esa es la pregunta, que no sabemos qué va a pasar con ellos, a mí me gustaría dejarle un futuro sólido, terminar de comprar mi casa, tener un ahorro, tener un lugar donde él, si yo falto, tenga un ahorro, que esté cuidado. Sé que María va a tomar su camino, yo quiero que ella sea intensamente feliz, que se case y que yo sea la abuela feliz pero que no cargue conmigo. Yo creo que mi hijo y yo nos vamos a cargar”.

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