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El episodio VII, Star Wars: el despertar de la fuerza (2015, J. J. Abrams) contaba la historia de Rey (Daisy Ridley), abandonada en un planeta desierto y dedicada a recolectar chatarra. De manera inesperada, en cuanto enfrenta a Kylo Ren (Adam Driver), revela poseer “la fuerza”.

La protagonista de Rogue One, una historia de Star Wars (2016), tercer largometraje del experto en efectos especiales Gareth Edwards, Jyn (Felicity Jones), separada de sus padres, tras sobrevivir bajo la protección de Saw Gerrera (Forest Whitaker) y en un campo de trabajo, encabeza la revuelta contra el imperio para destruir la estrella de la muerte.

Entre Rey y Jyn hay varias similitudes: conflicto desde la infancia, vida clandestina, madurez camino a la transitada rebeldía y un breve nombre para alimentar esta mitología que por sus reiteraciones, confirma, lo estancado de su dramaturgia.

El convencional guión de Chris Weitz & Tony Gilroy sobre argumento de John Knoll & Gary Whitta se basa en el resumen al inicio del episodio IV, La guerra de las galaxias (1977, George Lucas), cinta siempre imitada, nunca igualada.

Edwards con eso hace un gran espectáculo belicista, lleno de acción, personajes nuevos como Cassian (Diego Luna) y Chirrut (Donnie Yen), etcétera. A la fórmula se suma espionaje y artes marciales. También el, pero por supuesto, resto de variopintos renegados que hacen las delicias no del espectador común y corriente sino de la legión de admiradores de este universo en expansión desafortunadamente menos vital a cada nueva entrega. Lucas se inspiró en la obra del mitólogo Joseph Campbell (1904-1987), ya saqueada y convertida en lugar común. Para de verdad mejorar la saga —que por lo pronto tiene títulos hasta 2020—, habría que buscar nuevo teórico. Porque hoy cada filme es un costoso comercial para vender todo tipo de mercancía.

Belleza inesperada (2016), séptima película para cine del especialista en comedia televisiva David Frankel, es una agridulce parábola, mesuradamente escrita por Allan Loeb, sobre una tragedia que experimenta el singular Howard (Will Smith). Cinta similar a Siete almas (2008, Gabrielle Muccino) y En busca de la felicidad (2006, Muccino) —asimismo protagonizadas por Smith—, es medio surrealista y está poblada por un reparto estelar (Edward Norton, Helen Mirren, Kate Winslet, Keira Knightley) que la hacen a la vez dramática y ligera. Una lograda historia que reflexiona sobre los sentimientos, el amor, el tiempo y la muerte; desde el dolor absoluto a la felicidad plena.

Florence, la mejor peor de todas (2016), filme 23 para cine del maestro Stephen Frears, cuenta la singularísima vida de Florence Foster Jenkins (Merryl Streep, sensacional), la peor cantante de ópera de la historia, nacida en 1868 y muerta en 1944 tras “triunfar” en el Carnegie Hall junto a su pícaro acompañante al piano, el originalmente nacido en Durango en 1901, muerto en 1980, Cosmé McMoon (Simon Helberg). Comedia melodramática sobre el amor sin concesiones, ya que el promotor de la carrera de Florence fue su marido St. Clair Bayfield (Hugh Grant), nacido en 1875 y muerto en 1967, quien mantuvo singular relación con su adorada Florence (y otra mujer).

Frears dirige con audacia este retrato sobre el arte, el amor y la certeza de que la sordera emocional se adelanta a ese concepto, posverdad, detallado como la incapacidad musical transformada en un espectáculo sobre una mentira absoluta.

Esta historia tuvo una versión francesa, Marguerite (2015, Xavier Giannoli), también estupenda.

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