En 1936 Mussolini invadió Etiopía, y México, junto a otros países, protestó la acción militar. A diferencia de otras naciones, México nunca abandonó su postura. Ese mismo año, Isidro Fabela, embajador de México ante la Liga de las Naciones, tomó la palabra y expresó contundente la posición de México: “En nombre de mi país declaro, de la manera más enérgica, que protesto contra toda maniobra tendiente a expulsar del seno de la Sociedad de Naciones a ningún miembro de ella”. Hasta el día de hoy una plaza con el nombre de nuestro país le recuerda a los etíopes la gesta mexicana.

En esos años, México también confrontó a Occidente en torno a la Guerra Civil Española. México criticó la posición de no intervención en España, advirtiendo del avance del totalitarismo en Europa. Ante el asedio del franquismo, México fue contundente: ayudó militarmente a la república y después dio asilo a exiliados. Al norte de Madrid una placa lee: “Extranjero, detente y descúbrete: este es el presidente de México, Lázaro Cárdenas, el padre de los españoles sin patria y sin derechos, perseguidos por la tiranía y desheredados por el odio”.

En República Checa también hay una plaza que se llama Lázaro Cárdenas. Tras la invasión nazi a Checoslovaquia, México fue uno de los primeros países en reconocer el gobierno de Checoslovaquia en el exilio. Más allá de ello, cuando la invasión nazi destruyó por completo al pueblo de Lídice, algunas naciones decidieron una resistencia simbólica; en la Ciudad de México, la colonia de San Jerónimo adquiriría un apellido: Lídice. La atrocidad alemana había acabado con un espacio físico, pero no había podido acabar con Lídice.

México participó en las cumbres de los no alineados, apoyó a los movimientos que luchaban contra las tiranías centroamericanas y en 1969 promovió y firmó un tratado de desnuclearización hoy conocido como El Tratado de Tlatelolco. En épocas más recientes México se salió dignamente del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y abrió su política exterior para permitir participación en las misiones de la ONU. Pero en los últimos dos sexenios todo cambió, México abandonó esta tradición, debilitando su posición en el mundo. En estos años la política exterior se sometió a los intereses de EU y la proyección de México en el mundo fue reducida a la captación de turismo.

Esto ha coincidido con una creciente noción de que como México tiene muchos problemas de violencia y desigualdad internos no tiene nada que hacer en el extranjero. Esta visión parroquial no es nueva, el historiado Mario Ojeda recuerda que la diplomacia de Cárdenas fue muy criticada en su época por las mismas razones. Lo que hoy vemos como grandes gestas humanitarias, fueron en su momento vistas como innecesarias. La diferencia es que durante años el problema de México fue no usar su política exterior como base moral de su política interior, pero para solucionar este problema hemos optado por la peor salida: homologar la política exterior con la fracasada política interior.

Hoy nuestro cuerpo diplomático sigue contando con individualidades destacadas, pero poco pueden hacer contra una visión miope de Estado. México se sometió a Washington, le dio la espalda a América Latina, abandonó su responsabilidad en Centroamérica y el Caribe y olvidó su histórica postura ante el mundo. México no figuró en los tratados de Paz de Colombia, no supo ser parte de las negociaciones entre Cuba y EU, se volvió un títere mal logrado de EU ante Venezuela e ignoró la situación de los refugiados en Siria y Centroamérica. No sólo ya no se hacen plazas en honor a México, sino que la voz del país ha dejado de ser relevante.

La política exterior mexicana ha perdido la identidad de su historia y no ha adoptado en su lugar visiones innovadoras. Un tema fundamental es el desconocimiento de la política exterior sobre temas de diplomacia pública; lo que ha ocasionado que cedamos el esparcimiento de nuestra cultura a la visión yanqui de la mexicanidad. Al mismo tiempo se ha minimizado la importancia de la política cultural y desestimado el potencial de vincularse con la población de origen mexicano en EU más allá del fútbol y asuntos consulares.

El último debate presidencial debía ser sobre política exterior, pero en lugar de ello giró en torno a Donald Trump. Las respuestas de los candidatos demuestran que carecen de herramientas, conocimiento y voluntad de recuperar el rol de México en el mundo y con ello desestiman instrumentos importantes para mejorar la situación interna.

Analista político. @emiliolezama

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