A breves días de que se cumpla un año de su triunfo en las urnas, el presidente de EU, Donald Trump, ha demostrado que, ¿irremediablemente?, sólo se sirve a sí mismo y a sus “principios”, y por ende es, basándonos en la evidencia disponible, incapaz de gobernar un país, mucho menos uno tan diverso como Estados Unidos.

La sentencia no es visceral y se sustenta en el hecho de que, tras meses de “gobernar” a la nación más poderosa del mundo, la actitud y formas de conducirse del magnate, los mensajes que manda y el tono que emplea, así como la propia sustancia de sus “políticas públicas” —cargadas de racismo, proteccionismo y de añejas fórmulas económicas probadamente fallidas—, han dejado como saldo a un Estados Unidos más dividido, más violento y más desprestigiado y cerrado ante el mundo.

Naturalmente, no se puede culpar de ello solamente a Trump, pues, paradójicamente, nada de lo anterior es nuevo en EU, pero es un caldo de cultivo surgido de la ignorancia, frustración y pobreza de miles de estadounidenses, que el mandatario ha sabido capitalizar y amplificar para reforzar su exigua base electoral.

Pero la causa del caótico estado de cosas actual en la Casa Blanca no es sólo la parte ideológica de Trump, ya conocida y por demás problemática, sino también su evidente impericia política y para relacionarse con cualquiera que piense distinto, algo contranatura en un político. Incluso, su falta de conocimiento en temas de política pública y sus ataques contra aliados en su propio partido han dejado heridas incluso entre sus correligionarios del Partido Republicano.

Lo mismo en el escenario internacional, en el que, en medio de un reacomodo de fuerzas con China y Rusia, en definitiva ha puesto en entredicho la tan presumida autoridad moral de Estados Unidos en temas ambientales, de calentamiento global, derechos humanos, ciencia, migración.

Trump pues, es un político, un presidente inexperto, conflictivo y divisivo, pero, sorprendentemente, para su base dura sigue siendo alguien confiable. Sin embargo, con un 32% de aprobación, el magnate alcanza un nuevo récord a la baja, que sólo se compara con Richard Nixon y George W. Bush.

Queda aún más de la mitad de la administración Trump en la Casa Blanca y es poco lo que pude darse por sentado. Lo que es seguro es que, en adelante, nuevos retos se le irán sumando al gobernante, tanto en el plano interno como en el exterior: los resultados de las elecciones intermedias, el Russiagate, las renegociaciones del TLCAN, entre muchos otros.

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