Cada día que pasa desde el fatídico terremoto de 7.1 grados Richter del martes pasado, en medio de la admirable movilización ciudadana en apoyo a las labores de rescate y ayuda a los damnificados, se hace evidente que tras 32 años del temblor de 1985, el conjunto de nuestras instituciones públicas —eso que se conoce como “aparato del Estado mexicano”— no están preparadas para hacer frente a una crisis producto de algún fenómeno natural como la que vivimos ahora.

Que ha habido avances , ni duda cabe. Sin embargo, cuando se revisa la respuesta dada por el conjunto de instituciones públicas en el ámbito de sus diversas competencias a la emergencia de esta semana, sale a la luz que no hay una estrategia de Estado previamente diseñada para afrontar este tipo de situaciones extremas. No existe pues, o no se ha visto, a excepción de las Fuerzas Armadas, coordinación entre todo el aparato gubernamental para aminorar en el menor tiempo posible el impacto de una catástrofe y sus costos humanos y materiales.

Y no nos referimos sólo al hecho de que, en contextos de emergencia, se supone que todo organismo público o privado deba contar con un equipo plenamente apto de Protección Civil. Más bien se requiere que las instancias de Salud, por ejemplo, convengan líneas de acción para casos extremos con otras como Seguridad Pública, Comunicaciones y Transportes, Sedatu, etcétera. Cada dependencia debería tener capacidad de acción propia en estos casos, en coordinación con todas las demás.

Porque lo que hoy vemos, hay que decirlo, no es inacción e ineptitud en las labores de los equipos oficiales, sino insuficiencia, ya que han quedado rebasados por la ciudadanía, que de manera espontánea se ha organizado para establecer albergues, proveer de comida y artículos de primera necesidad a los afectados, dar alojamiento a brigadistas, entre muchas otras expresiones de civismo y solidaridad que han admirado al mundo y que sin duda han coadyuvado a salvar vidas.

Hoy pues es la ciudadanía —de la mano de la sociedad civil organizada— la que, ni dudarlo, ha sacado adelante a la capital del país en estos días de temor, histeria colectiva y tristeza.

En estas poco más de tres décadas se aprendió mucho en términos de cultura de la prevención, hoy por ejemplo prácticamente cualquier habitante de la capital ha realizado un simulacro alguna vez en su vida. Asimismo, las leyes se hicieron más estrictas en los requerimientos de construcción, con miras a garantizar edificaciones más seguras.

No obstante, es en su capacidad de respuesta y coordinación ante condiciones de urgencia, que los órganos de gobierno nos quedan a deber.

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