Por mucho tiempo los países, individual o conjuntamente, han luchado infructuosamente contra uno de los males más terribles que un ser humano puede sufrir: el hambre. Campañas para erradicarla a nivel mundial han ido y venido y este flagelo, que debiera avergonzar a los gobiernos, persiste casi inmutable, no obstante que hasta hoy no se trata de un problema de seguridad alimentaria, pues se producen alimentos suficientes para todos los habitantes del planeta, pero no se distribuyen de manera equitativa.

A pesar de los avances alcanzados hasta hoy, si uno vuelve la mirada hacia inicios del siglo pasado, la cifra de personas con hambre en todo el mundo sólo alcanza a variar por decenas de miles.

Y hasta 2016, según el informe El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo publicado ayer por la UNICEF, la OMS, la FAO y otras agencias de la ONU, eran 815 millones —cerca de ocho veces la población nacional— el número de personas que no consumen la cantidad de calorías mínima para sus necesidades vitales, es decir, que por las noches se van a la cama con el estómago vacío.

Solamente de un año a otro, y tras más de una década de avances en la lucha contra el hambre, en 2016 el número de hambrientos aumentó en 38 millones de personas respecto a 2015, cuando eran 777 millones, y su porcentaje, equivalente a un escandaloso 11% de la población mundial, volvió a situarse en niveles de 2012. Estas cifras no son realmente novedad, pero se trata del repunte de un indicador que venía descendiendo desde 2003.

Las causas del repunte aún no están del todo claras, pero la ONU explica que el hambre es una problemática fuertemente asociada con la violencia —según la FAO, dos tercios de quienes pasan hambre viven en países afectados por la violencia—. La ONU además advierte de manera enfática que la mayoría de países con pobreza ha sufrido desastres naturales relacionados con el clima. Es decir, hoy también factores como el cambio climático, el tremendo crecimiento demográfico mundial —especialmente en Asia y África—, así como el aumento de la brecha de desigualdad en prácticamente todo el mundo, inciden de igual o mayor forma que la violencia.

Aún no está claro si el incremento del hambre es una irregularidad aislada o el comienzo de una nueva tendencia pero, ante el repunte del hambre, la comunidad internacional debe redoblar esfuerzos para proteger a los más pobres y, como instó el director general de la FAO, José Graziano da Silva, combinar la ayuda humanitaria de emergencia con acciones de desarrollo que, además de garantizar su supervivencia, salven los medios de vida de esas personas.

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