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Tonalá, Jalisco.— Cuando César Gutiérrez quiso ser torero, nunca pudo estrenar un traje de luces. Hoy, con un taller en Tonalá, su trabajo como sastre taurino es uno de los más reconocidos de México.

César Gutiérrez tenía 13 años cuando su padre le regaló su primer atuendo para que toreara en San Marcos, Jalisco. La antigüedad del traje —aproximadamente 80 años— hacía que prácticamente se deshiciera con el movimiento. Gutiérrez fue a la mercería a comprar chaquiras y lentejuelas de plástico para arreglarlo. Se tardó 24 horas.

Fue su primer trabajo de sastrería, un oficio que aprendió solo. “No me quedó muy bien, pero era mi primer traje. Por fin iba a cumplir mi sueño de vestirme de luces”. A los cuatro días de portarlo por primera vez, en otra presentación, un toro lo revolcó y le destrozó la tela.

Gutiérrez pasó diez años queriendo ser torero. Una década de peregrinar por toda la República buscando la oportunidad en los pueblos más apartados de lidiar un toro.

Fue en estos años que supo lo cara que es la compostura de los trajes de lidia para los toreros que inician.

La falta de oportunidades dio al traste con el sueño de Gutiérrez. Pero encontró en la hechura de trajes una forma de ganarse la vida dentro de la fiesta brava.

En 2004 hizo una casaca (el saco que usan los matadores) miniatura para colgar en el retrovisor de un automóvil. Por medio de un amigo en común, esta casaca llegó a manos de Germinal Ureña, uno de los sastres taurinos más reconocidos entonces. A Ureña le gustó el trabajo e invito a Gutiérrez a trabajar con él.

Trabajaron a distancia. Ureña le enviaba los trajes a componer y Gutiérrez se los regresaba con los arreglos necesarios.

Los matadores, a quienes les cosía Ureña, empezaron a buscar directamente a César para que les confeccionara y arreglara sus ternos. Germinal Ureña se enceló.

“Fue complicado porque el maestro [Ureña] creyó que lo estaba desplazando y me dejó de enviar trabajo. No me despidió, sencillamente ya no me mandaba nada de trajes. Yo no tenía la clientela suficiente para establecerme por mi cuenta”.

Esta situación coincidió con la feria de San Marcos de Aguascalientes de 2006. Gutiérrez bordó entonces carteras y bolsos de dama para venderlos en la feria hidrocálida.

“Me fue muy bien vendiéndolas, y además dejaba ver mi trabajo, veían que tenía calidad para hacer las cosas. Así aumentó el trabajo”. Esto le permitió establecer su taller.

Confección especial. En 2013, el empresario Juan Pablo Corona le regaló a Joselito Adame un terno verde botella y oro, confeccionado por César Gutiérrez. Así inició una relación sastre-torero que se mantiene.

A principios de 2013, Adame solicitó un traje de luces sui generis. El matador se presentaría en la corrida picassiana de Málaga, España, y era necesario que las prendas tuvieran motivos inspirados en la obra de Pablo Picasso. En quince días, César confeccionó el terno. Fragmentos de las pinturas La mujer en el espejo y Tauromaquia fueron llevados a la tela para tapizar el traje.

Otros trabajos poco usuales de confección taurina de Gutiérrez son los que portaron Eulalio López “Zotoluco”, Diego Silveti y Joselito Adame en la corrida insurgente de San Miguel de Allende en 2016. La particularidad de este festejo es que la vestimenta de los lidiadores evocaba la moda de principios del siglo XIX, años de la rebelión insurgente en México. Gutiérrez confeccionó los trajes para los tres.

Sobre la mesa de trabajo de César Gutiérrez se acomodan los rasos de seda, las lentejuelas bañadas en oro y el canutillo. “Son materiales extra finos, muy costosos, por eso [los trajes] no son baratos”.

El sastre se surte constantemente (aproximadamente cada mes) de materia prima europea. Las fábricas especializadas en mercería de Francia y España envían directamente a su taller los materiales.

“En México casi no me surto, cuando lo he hecho no quedo muy satisfecho. Prefiero no arriesgarme. El torero pone mucha ilusión en estas prendas como para que la calidad no sea la óptima”.

El color que más piden los clientes de Gutiérrez es el azul, en sus distintas tonalidades.

En cuanto a la confección, en promedio un trabajo, dedicándose exclusivamente a él, tarda entre un mes y mes y medio.

El costo varía según la posibilidad de cada torero. El más económico unos cuarenta mil pesos, precio que aumenta según la pasamanería, o los adornos. Un traje puede llegar a los cien mil pesos.

Pero la satisfacción de Gutiérrez al ver sus obras en el ruedo, la salida en hombros de los matadores que las portan, sobrepasan cualquier valor económico que se pueda pagar por su trabajo.

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