"A nosotros los galeses nos gusta más el rugby pero el fútbol también nos atrae". Stevie Guy vive en Sloper Road, a 20 minutos andando del Millennium Stadium de Cardiff, sede de la final de la Champions, y no esconde sus preferencias.

De pronto ha visto cómo su ciudad, que respira rugby, se llenó de aficionados al fútbol con la final de la Liga de Campeones, entre Real Madrid y Juventus.

Además de los miles de aficionados italianos y españoles, destacaban los muchos seguidores latinoamericanos que con banderas de sus países desfilaban por las calles de la ciudad.

Enseñas de Venezuela, México, El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Colombia, Uruguay y Argentina, entre otras, se podían ver en las espaldas de aficionados en las calles adyacentes al Millennium Stadium y el Castillo de Cardiff.

Stevie, muy hospitalario, acompañado de sus dos hijos de corta edad, ofrece de forma desinteresada un aparcamiento en su residencia, en una ciudad que se ha visto desbordada por una avalancha de gente, que solo el fútbol es capaz de lograr, y acerca a este periodista al estadio de la final.

"El rugby es lo que más sigo, pero si puedo tener un autógrafo de Gareth Bale no lo rechazaría", dice bromeando este hombre, que vive frente al estadio del Cardiff City FC, el equipo de fútbol de la ciudad, que juega en la segunda división inglesa.

Los aficionados del Real Madrid y Juventus se apropiaron por un día de la ciudad del rugby, que albergó en 1999 la final del Mundial de este deporte entre Australia y Francia.

Mientras los madridistas se arremolinaban en Churchill Way, cerca del castillo de la ciudad, los juventinos tenían su centro de reunión Callaghan Square, a unos 20 minutos andando, no lejos del estadio del Cardiff City.

En Womanby Street, una pareja de costarricenses, Roberto y María José, paseaban con una bandera de su país.

"Somos de San José y estamos estudiando en Barcelona. Hemos venido porque dos futbolistas de nuestro país, Shirley Cruz y Keylor Navas, disputan las finales de la Liga de Campeones de chicas y de chicos en Cardiff", explican.

Para la final femenina, el jueves, no tuvieron problemas para conseguir entradas, aunque su compatriota perdió el título con el PSG contra el Lyon en los penales.

Para la masculina saben que no podrán verlo en el estadio.

"Estamos parando en Londres. Esta noche no sabemos donde dormiremos porque en Cardiff no hay sitio", explica Roberto.

Lars Valentini es un aficionado uruguayo que llevaba anudada al cuello una gran bandera de su país.

Está parado en Duke Street, mientras espera a sus dos hijos.

"Tratamos de venir desde Montevideo cada año a las finales de Champions desde 2000", afirma Lars, cuyo nombre se debe a un abuelo noruego por parte materna.

Nicolás es un joven colombiano de apenas 18 años, que camina solo por una de las calles cerradas al tráfico, enfundado en su camiseta de Millonarios de Bogotá.

"Estoy estudiando inglés en Cheltenham. Veré el partido en un pub", afirma con resignación el adolescente, que tampoco ha podido encontrar un lugar en Cardiff para pasar la noche.

Juventus tiene a un colombiano, Juan Guillermo Cuadrado, y Real Madrid otro, James Rodríguez, pero Nicolás no tiene el corazón partido.

"Yo voy con James. Mi papá y yo somos seguidores del Real Madrid, aunque tengo dos hermanos hinchas del Barcelona", señala, también resignado.

María José, Roberto, Lars o Nicolás son exponentes de un deporte como el fútbol que se ha globalizado y en el que no hay fronteras.

Y los latinoamericanos se dejaron ver más en las calles de Cardiff que los europeos de otros países que no fueran España o Italia.

El balón ovalado, el auténtico dueño del sentir deportivo de los galeses, desapareció por unas horas de Cardiff.

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