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Fue como si el castigado pueblo celeste lo presintiera. El “script” era muy parecido a lo vivido muchas veces durante los más recientes años, pero nadie abandonó su butaca. Es la fe inyectada por el entrenador español Francisco Jémez, quien celebró como nadie el agónico empate con Monterrey (2-2).

Unidad que sabe a gloria a los Cementeros y a amargura para los Rayados, que dejaron ir una ventaja de dos anotaciones. Hace una semana, vinieron de atrás para igualarle a un disminuido Guadalajara. Siete días después, protagonizaron el otro lado de la trama.

Final que enloqueció a un pueblo ávido de alegrías. El temple presumido por los Cementeros, que fueron impulsados por un director técnico que sacó elementos con vocación defensiva e ingresó a futbolistas cuyo hábitat es el área rival, contagió fe en la gente.

Es por eso que el inmueble rugió cuando el zaguero Nicolás Sánchez metió la pelota en su portería (93’). El central argentino Julián Velázquez cimbró el larguero del marco defendido por Hugo González, quien debutó con el Monterrey, pero sorprendió al refuerzo norteño, quien no pudo evitar el rebote... Ni el autogol.

Éxtasis para un pueblo que nunca claudicó, por más que el guión había sido muy parecido a aquellos marcados por el terror. La Máquina arrinconó a Rayados, sobre todo después del cartón carmesí a Walter Ayoví (57’), pero el visitante se las había ingeniado para mantener la mínima ventaja.

No resistió más y alargó su racha sin ganar en la antigua Ciudad de los Deportes. No lo hace desde diciembre de 2009, cuando se impuso en la vuelta de la final. A partir de entonces, ha visitado siete veces a los Cementeros, con saldo de dos igualadas y cinco caídas.

La que sí rompió fue la de no hacer goles en la casa del Cruz Azul. Su anemia ofensiva terminó en 337 minutos. Dorlan Pabón la hizo añicos con aquella ejecución de penalti que el meta José de Jesús Corona estuvo a punto de detener (21’).

Pero el problema cruzazulino es precisamente ese. Coquetean con el éxito... Y muchas veces todo termina en decepción.

Como la mostrada por el defensa Omar Mendoza cuando el silbante se negó a conceder un penalti, sin importar la clara mano que cometió el central José María Basanta dentro del área norteña. Fue el inicio del show de la cuarteta de jueces, quienes tampoco sancionaron una clara pena máxima en favor del Monterrey. Lo peor llegó a ocho minutos del final, cuando el ariete uruguayo Martín Cauteruccio había marcado el 2-2, pero el asistente Christian Espinosa consideró que estaba en fuera de juego. Inexistente.

Polémica en un cotejo de ida y vuelta, con La Máquina como principal protagonista. Decidió encarar a uno de los planteles más poderosos en la hoy llamada Liga MX.

El volante uruguayo Carlos Sánchez pareció asestar el golpe definitivo. No desperdició el mágico servicio del contención guaraní Celso Ortiz (40’). Jugada dolorosa para los regiomontanos. El charrúa se lesionó al anotar.

Sin él sobre el lienzo verde, los Rayados perdieron fuerza, esa que los azules recuperaron para el complemento. Los de casa se acercaron con el inobjetable penalti anotado por Ángel Mena (53). Obsequio para el atacante ecuatoriano, quien hizo su primer gol en el balompié mexicano justo el día que cumplió 29 años de edad.

Detalle imperceptible para Jémez, quien padeció a causa de las fallas de Jorge Benítez y Martín Rodríguez, aunque realmente se desquició con la anulación del tanto firmado por Cauteruccio.

A unos metros, el “Turco” fue como un espejo. Vestido elegantemente, el estratega de los Rayados echó cientos de vistazos a su costoso reloj. Cada minuto fue eterno para él. Lo único a lo que aspiraba su conjunto era a preservar la victoria. Ampliar la ventaja nunca fue opción, sobre todo en inferioridad numérica.

No lo consiguió. La multitud festejaba el autogol de Sánchez, pero Nadie como Jémez, cuyo arrojo ha dado fe al lastimado pueblo celeste.

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