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Buenos Aires.— Guido Pizarro estaba incontrolable. Mientras la delirante multitud cimbraba al estadio Monumental, el contención argentino de los Tigres pegó varios gritos al árbitro uruguayo Darío Ubriaco. Le recordó aquella jugada en la que Lucas Alario debió ver el cartón carmesí en los albores del juego.

Ya nada fue igual para uno de los dos pelados utilizados por Ricardo Ferretti en la trinchera. Se sintió robado... Al igual que varios de sus compañeros, quienes derramaron lágrimas de impotencia tras el silbatazo final.

No hubo batacazo en el barrio de Núñez. Tercera desilusión del futbol mexicano en la final de América. El River Plate llegó a la otra orilla (3-0, idéntico global), gracias a su tesón, el empuje de la muchedumbre, la anemia ofensiva del rival y hasta dos empujones del silbante.

Lo que explicó la frustración de Pizarro cuando las lágrimas de Alario se confundieron con las interminables gotas. La tormenta bonaerense sólo hizo más accidentado el triunfo de las ‘Gallinas’, que celebraron hasta quedarse sin aliento la tercera Copa Libertadores del equipo, hoy dirigido por Marcelo Gallardo, primera desde 1996.

El mítico equipo de la banda roja es el genuino monarca del nuevo mundo. Sus títulos libertador y en la Sudamericana lo constatan, aunque los felinos jamás pudieron deshacerse de la impotencia experimentada desde que el juez perdonó la expulsión a Alario, entronizado como el nuevo héroe rojiblanco.

Presionados, los visitantes sucumbieron en la batalla de los sentimientos antes de irse al camerino para el descanso. Las tempraneras amonestaciones de Israel Jiménez, Anselmo Vendrechovski y Arturo Rivas laceraron su ilusión. Poco a poco, las decisiones que no estaban en sus manos les disminuyeron.

Y aquellas que sí los noquearon. Por eso, Egidio Arévalo hizo una rabieta tras la inverosímil falla de Rafael Sobis. André-Pierre Gignac lo dejó mano a mano ante Marcelo Barovero, mas un capricho del balompié le privó de controlar la pelota. El guerrero uruguayo repitió la dramática escena segundos después, tras la falta de valor por parte de Jürgen Damm.

El chico más caro en el reciente Draft (10 millones de dólares) se deshizo de tres futbolistas, pero no se animó a disparar. Cedió la responsabilidad al goleador francés, quien no esperaba el esférico y lo abanicó.

Todo terminó cuando Javier Aquino comprobó que está ligado a la catástrofe. La gacela veracruzana de ascendencia alemana realizó el enorme desborde, pero el ex futbolista del Villarreal y el Rayo Vallecano hizo el ridículo al cabecear.

Al igual que durante la fase grupal, cuando superaron al Juan Aurich en Perú (5-4), los futbolistas del ‘Tuca’ dieron vida al River Plate. Lo pagaron caro.

Para entonces, Alario y Ubriaco ya habían clavado la daga con la jugada en la que el lateral izquierdo Leonel Vangioni recordó que el hoy monarca también debía poner de su parte para cumplir el trámite. Su electrizante acción fue coronada por el certero cabezazo del hombre que se debió ir antes al camerino, frente a la burda marca de la ‘Palmera’ Rivas.

El silbante terminó de enterrarla con la señalización de aquel polémico penalti de Aquino sobre Carlos Sánchez. El propio volante uruguayo lo cambió por gol (74’). Todo terminó.

La anotación de Ramiro Funes Mori (78’) sólo fue el colofón a la más dulce velada millonaria en casi dos décadas. No importó la ayuda arbitral, al menos, no a sus integrantes. Menos a un jubiloso pueblo que se embriagó de gloria.

A diferencia de los Tigres, que ya ni siquiera buscaron a Ubriaco. En el fondo, siempre supieron que para dar a México su primera Libertadores debían superar al rival, el árbitro y sus propios miedos. Al final, no pudieron con ninguno.

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