Querétaro.— Son movimientos pausados, con más instinto que convicción. Es la fe de un pueblo que se sabe derrotado en la madre de todas las disputas, pero no abandona a su batallón.

La Corregidora aguardó tres décadas para otro juego en el que se decidiera el título, pero éste tenía –antes del jueves- un valor especial. Aquel del 28 de mayo de 1985 tuvo como protagonistas a los Pumas y al América, dos colosos que suelen resguardarse en Querétaro cuando necesitan otro hogar, lo que explica la efímera ilusión que despertó el debut de los Gallos Blancos en la serie por el título.

Pero la magia del ‘Rey Midas’ y Ronaldinho no bastó para romper el conjuro que atrapa al ‘Aztequita’, porque su primera final dentro del Máximo Circuito con su huésped más amado llega decidida.

Lo que explica el silencio previo al silbatazo inicial de Francisco Chacón. Ahí están las playeras con el ‘49’ en la espalda, las crestas de gallo elaboradas con terciopelo y hasta la camiseta de la coronación que nunca fue, mas el sentimiento es de nostalgia, doloroso.

¿Cómo se sueña con lo imposible? La afición queretana ofrece un amplio catálogo de opciones. Desde los gritos de esperanza hasta el llanto inconsolable, sin ignorar a esa figura femenina que atrapa miradas dentro y fuera del inmueble.

Ataviada con los colores del Querétaro, la ‘Catrina’ aparece con su infaltable calavera. Es albiverde. Presagio de una muerte que tampoco llegó, porque es la noche de las ilusiones rotas.

Incluso para quienes se acercan con el anhelo de presenciar un encuentro histórico en la ciudad, sin importar que los dirigidos por Víctor Manuel Vucetich cargan con el pesado 0-5 en contra sufrido sobre el campo del Corona. La reventa sí gana, no como quería, pero lo consigue. La desventaja del local obliga a ofrecer entradas en no más de mil 200 pesos, aunque en taquilla ninguna rebasó los 400.

“Antes de la ida, querían tres mil o más”, acusa Antonio González, quien llega al estadio “porque tengo bono gallo y no me queda de otra, pero tampoco hay muchas ganas. Ojalá puedan ganar, aunque ya no les alcance”.

Sentimiento que se multiplica en casi todas las tribunas, excepto esa diminuta zona que se tiñe de verde y blanco. Ahí, la fiesta es eterna. Inició en La Comarca Lagunera y no se detiene ni por las amenazas de algunos.

La tensión aumenta cuando un grupo de aficionados locales amaga con tirar golpes si los simpatizantes norteños no dejan de presumir la amplia ventaja que su equipo logró. La reyerta parece empezar… Hasta que intervienen elementos de la policía municipal.

Mil 500 efectivos son desplegados para que la final tenga al lienzo verde como único campo de batalla. Ofrece los resultados esperados.

También el azul mosaico planeado desde el lunes, cuando la ilusión de ser campeón estaba intacta. Miles de lágrimas recorren las mejillas queretanas. Es el néctar del dolor, de la impotencia, de la confirmación de que su estadio tiene una maldición.

Ya no hay más descensos, al menos no por ahora, aunque los corazones vuelven a exprimirse. Las últimas gotas que les quedan se van cuando comprueban que ni con cinco anotaciones de desventaja Vucetich otorga la titularidad a Ronaldinho, ese astro que –todo parece indicar- ha cerrado su capítulo en el futbol mexicano.

Lo que explica la lentitud con la que todos se moviron. Fue un acto de fe, no de convencimiento. Jamás abandonaron al batallón que los hizo soñar… Aunque les privó de gozar el partido más importante de sus vidas.

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