Adoro Halloween, y aunque los puristas de nuestras tradiciones me consideren un bicho raro, también me gusta el Día de Muertos, con sus reglamentarias calaveritas de azúcar, panes huesudos y flores de cempasúchil. De hecho, lo más frecuente hoy en día es combinar ambas festividades en una hibridación que borra casi cualquier tipo de frontera cultural o ideológica. ¿Acaso no es la realidad mexicana un delirante cocktail que contiene de todo un poco?

Bajo el signo de All Hallow’s Eve…

Halloween me atrae porque nos permite acceder a un recurso sumamente gozoso y catártico: el disfraz. Los chavitos, por supuesto, son quienes más se divierten. El 31 de octubre, desde que sale el sol y hasta que el cuerpo aguante, los niños se convierten en vampiros, brujas, momias, hombres lobo, fantasmas, demonios y otros seres de ultratumba cuya misión es atiborrarse de golosinas. Sí, ya sé que muchos me dirán que es una gringada y me cuestionarán qué tiene que ver Halloween con la moda.

Vamos por partes.

En primer lugar, Halloween es una fiesta de origen celta, no estadounidense, aunque es en la Unión Americana donde se celebra por todo lo alto. Los niños se disfrazan y exigen caramelos de puerta en puerta con la frase trick or treat. Si los adultos les proporcionan dulces o cualquier otro tipo de recompensa, se interpreta que han aceptado el trato; si se niegan, los muy gandallitas arrojan huevos o espuma de afeitar contra sus puertas.

La palabra Halloween es una derivación de la expresión inglesa All Hallow's Eve, y la fiesta fue exportada a Estados Unidos por diversos emigrantes, sobre todo irlandeses, hacia 1846. La historia se remonta más de dos mil quinientos años atrás, cuando el año celta terminaba justo el 31 de octubre de nuestro calendario. Ese día, se suponía que los espíritus podían salir de los cementerios y apoderarse de los cuerpos de los vivos. Para evitarlo, la gente ensuciaba sus casas y colocaba en las fachadas huesos, calaveras y demás cosas desagradables, para que los muertos se asustaran y pasaran de largo. De ahí viene la tradición de decorar con motivos siniestros.

¿Qué disfraz usaría Mary Shelley esta noche?

En segundo lugar, Halloween tiene mucho que ver con la moda mexicana, tanto directa como indirectamente. Prueba fehaciente son nuestros charoleados darketos, más próximos a Morticia Addams o algún miembro del legendario programa de televisión The Munsters, que a Peter Murphy o Siouxsie Sioux. Sin embargo, el vínculo entre esta festividad y la moda no se limita a una serie de elementos dramáticos, más o menos góticos y fantásticos que enriquecen la imagen dark, sino que se extiende hacia un punto clave que ya se había mencionado: el disfraz. Y aquí sí que hay cosas oscuras, como caracterizarse de Donald Trump, por ejemplo, el más patético y repulsivo de todos los engendros.

Para relacionarnos con los demás, la sociedad nos enseña patrones de percepción y comportamiento, al tiempo que desarrollamos un sistema de creencias que podemos llamar personalidad (del griego prosopom, que significa máscara). Esta máscara suele mediar entre lo que somos y el mundo social, que responde a pactos y conceptos. Necesitamos, por lo tanto, un “disfraz” para manejarnos en este mundo de formas y relaciones intrincadas. Y es ahí cuando la moda global hace su acto de aparición.

Por desgracia, muchas veces extraviamos la conciencia de nuestro origen, identificándonos únicamente con el instrumento que hemos creado como necesidad adaptativa social, es decir, el antifaz, considerándolo nuestro verdadero yo. Quizá por esto Halloween me resulta tan atractivo, ya que al amparo de un tono festivo, nos invita a reflexionar quiénes somos, ya sea disfrazados de monstruos, espíritus o incluso fashion victims, mientras la moda –juez y parte– se convierte en la auténtica villana del cuento.

balenciaga72@yahoo.com.mx

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