Dicen que los niños son muy crueles. Muy bien, pues te tengo noticias, querido lector: son unos tiernos angelitos comparados con los adolescentes. Con el término del verano llegan, también, dos bendiciones: el final de una pésima cartelera cinematográfica –ideada para complacer a  los chamacos que estuvieron  de vacaciones– y la reclusión en las aulas escolares de todos esos engendros juveniles que, sin importar el descenso de la temperatura, siempre andan como burros en primavera. Aunque pensándolo bien, en realidad tienen más similitudes con una jauría de dálmatas: ¡por perros y por manchados!

EL FUERTE LO ES…

Hace poco estaba en el baño de Sanborns de Parque Delta (un centro comercial realmente bizarre que no tiene ningún empacho en poner la boutique de Brooks Brothers y la de Tous al lado de Soriana) cuando de pronto irrumpió una horda de pubertos que se traían de bajada a un chavito con un look muy interesante: una mezcla bien lograda de Madonna en los años 80 y algún miembro de la aristocracia decimonónica,  una alegre fusión entre Oscar Wilde y una call girl ochentena.

Pues bien, el quinceañero en cuestión se las estaba viendo negras ante la mofa de sus “amigos” y/o compañeros de escuela, quienes no lo bajaban de loca, joto inmundo, mariquita, ridículo, enfermo mental, top model frustrada y una serie de términos que ni el homofóbico más resentido  hubiera pronunciado. El pobre tipo no daba una y sólo atinaba a decirles: “¡Ya no me chinguen!”. Y los otros, obviamente, dale que te doy. Cuando se aburrieron de molestarlo, lo dejaron botado  con los ojos inyectados de rabia y un gesto de frustración que me heló la sangre.

Recordé cuando a mí me hacían exactamente lo mismo, y yo, al igual que ese quinceañero, me tenía que aguantar todo lo que me decían, hasta que un día –impulsado por el hastío y lo que me quedaba de dignidad– armé la de Dios es Cristo, es decir, un numerito con gritos y sombrerazos que puso a todos en su lugar y dio mucho de qué hablar en la escuela. A partir de entonces nadie volvió a decir ni pío sobre mi apariencia, de hecho, en el lapso de una semana ya era el “Asesor Oficial” de la imagen de todos, y mi palabra en materia de moda era ley. Incluso quienes habían sido mis más acérrimos enemigos me llegaron a pedir consejo sobre su indumentaria. Insisto: el fuerte es fuerte hasta que el débil quiere.

LA MODA ES PARA LOS VALIENTES

Estuve a punto de decirle a ese chavo que se defendiera con garras y colmillos, que sacara al guerrero (o guerrera) que llevaba dentro, pero la verdad me dio miedo que después me acusaran de acosar a un menor de edad, así que lo único que pude decirle fue: “Tu look está  bien armado, y por favor, dime dónde conseguiste ese chaleco de brocado”. Él se quedó con cara de what?, pero creo que captó  la idea.

Hay algo que es crucial asumir: la libertad no se implora, se conquista. El mundo se vuelve más tolerante gracias a la lucha cotidiana e incansable de los valientes, de aquellos que han asumido que tienen el derecho insoslayable de expresarse y ser ellos mismos –o quien les venga en gana– a través de la ropa, el maquillaje, los accesorios y las fragancias. La moda puede ser un apacible campo lleno de flores pero, también, un campo de batalla en el que sólo triunfa aquel que actúa guiado por su corazón y halla en la honestidad y la entereza las mejores armas contra la intolerancia y la discriminación. Cuando se es muy joven, parecería que ese combate es casi imposible de librar. Por lo tanto, quiero señalarles dos puntos a quienes se encuentran  en una situación semejante: en primer término, no están solos, somos muchas las personas que podemos apoyarlos, únicamente es cuestión de que nos ubiquen; en segundo lugar, nadie dijo que fuera fácil pelear por los ideales propios, pero es más, mucho más difícil no hacerlo. Si ya te decidiste a tomar el fusil, bienvenido al mundo de la moda. Y como dijo Ernesto “Che” Guevara: “¡Hasta la victoria, siempre!” 
  
balenciaga72@yahoo.com.mx

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