“Vamos a presentar las iniciativas para cancelar la reforma educativa y dar a conocer un plan distinto, un marco legal ajustado a las nuevas circunstancias”, declaró Andrés Manuel López Obrador, el pasado 20 de agosto. ¡Fantástico! ¡No esperemos más! Tomémosle la palabra al presidente electo y vamos a asegurarnos de proyectar a México hacia un futuro en el que tenga garantizado un lugar privilegiado entre las naciones más rezagadas del mundo, por sus bajos niveles tanto en la tasa de cobertura y en la tasa de finalización de la educación como en la calidad de todo el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Veamos qué pasaría si se cancela la reforma educativa. De entrada, se tirarían al cesto de la basura más de 50 mil millones de pesos que, conforme a estimaciones confiables, se han destinado a los siete programas con los que ha operado la reforma en más de cinco años. Ese dinero, con el que se podrían construir 52 hospitales de especialidad o 3 mil escuelas u otorgar créditos de Fonacot, por la cantidad de 12 mil 500 pesos, a cuatro millones de mexicanos, sería totalmente desperdiciado.

Se le quitaría al Estado la rectoría de la educación para ponerla en las manos de una particular que tiene nombre y apellido: Elba Esther Gordillo. Con ello, las posibilidades de ingreso, ascenso y mejora salarial de los maestros dependerían totalmente de favores políticos y compadrazgos; tendrían que pagar para ascender en el escalafón magisterial o para heredar sus plazas a otras personas, sin importar si estas cuentan con la vocación y la preparación adecuada para formar a las nuevas generaciones de mexicanos.

No habría evaluación docente y las maestras y maestros ya no tendrían que preocuparse por mejorar sus conocimientos y habilidades didácticas, ni por contribuir a alcanzar una educación de calidad a la altura de las necesidades del país. En el centro del proceso educativo estaría la grilla sindical y el afán por complacer los caprichos de sus líderes, dejando de lado el mejoramiento de los métodos de enseñanza y las instalaciones escolares; y, por supuesto, la instrucción adecuada de los niños y jóvenes.

Las escuelas pasarían de ser centros de enseñanza a centros de operación política de un sindicato, más preocupado por servir y servirse del gobierno que por la educación de calidad.

Sin los niveles de exigencia a los que son sometidos los niños y jóvenes en otras partes, especialmente en los países vecinos que son nuestros socios y competidores, los estudiantes mexicanos no tendrían ninguna oportunidad de triunfar en un mundo que vive nuevas condiciones y que les impone renovados desafíos. Ya no se promovería la engorrosa enseñanza del inglés entre maestros ni entre alumnos, cancelando así cualquier oportunidad de que los mexicanos nos beneficiemos de los procesos de integración regional.

Los métodos de enseñanza serían los de antes; aquellos en los que los niños y jóvenes aprenden de memoria algunos conocimientos y no desarrollan habilidades y competencias prácticas. Se daría prioridad a la repetición de “fórmulas ya probadas”, en lugar de que los estudiantes aprendan a resolver problemas, a plantear nuevas soluciones y a buscar la innovación.

Cancelar la reforma pondría en riesgo el Nuevo Modelo Educativo y los nuevos planes y programas de estudio del Sistema Educativo Nacional, que es uno de los cinco más grandes del mundo, con más de 36 millones de alumnos y más de dos millones de maestros. Disminuiría la calidad de la educación básica; difícilmente se podrían abatir los índices de deserción escolar, que en el caso de la educación media superior es de poco más de 40%; y no se podría avanzar en el incremento de la cobertura de la educación superior.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico sostiene que todas las reformas educativas en el mundo toman tiempo, en algunos casos más y en otros menos. La OCDE afirma que la educativa es una reforma más importante incluso que la energética, por la magnitud del cambio en el destino del país, si tiene el éxito que se espera.

La educación impacta en el desarrollo de las naciones. Si son necesarias, hagamos reformas a la reforma educativa; pero no la cancelemos. Seamos responsables con millones de niños y jóvenes que tienen el derecho humano y constitucional de recibir una educación de muchísimo mejor calidad.

Diputada Federal. @cynthialopezc1

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