Los viajeros que en el siglo XIX llegaron de Estados Unidos y Europa para explorar la América desconocida, fueron seducidos por los relatos de soldados, administradores y religiosos españoles que les precedieron, explicó el a través de un comunicado.

El historiador Félix Alejandro Lerma Rodríguez, quien imparte en el Museo Nacional de Antropología el curso Viajeros en la arqueología de México y Centroamérica, siglos XVI al XIX, desmitifica la visión anglosajona que refiere a estos aventureros del siglo XIX como los pioneros de la arqueología en tierras americanas, una perspectiva que pasa por alto el reconocimiento que de los territorios novohispanos hicieron conquistadores y oidores en los siglos XVI y XVII, y las exploraciones científicas promovidas por la propia Corona española en plena Ilustración.

Curiosidad, ambición, resistencia física y, en algunos casos, la necesidad de escapar de una realidad sofocante, son características de estos hombres que describieron las “ruinas” dispersas en la Nueva España, desde el septentrión hasta su parte más al sur, que abarcó además del estado mexicano de Chiapas, los territorios de Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.

El curso que imparte el historiador tiene por hilo conductor aquellos personajes que trasladaron sus experiencias a un relato de viajes, un escrito en primera persona.

Destacan las cartas de relación, en las cuales los conquistadores hacían una relatoría de sus acciones para justificar el envío de recursos por parte de la Corona, “por tanto son apologías, defensas y alegatos. Hay referencias a la geografía y una afirmación de que esas tierras pueden dominarse; si bien no hay un punto de vista arqueológico, son de interés porque indican cuáles eran los bienes de prestigio de los pueblos nativos”.

Félix Lerma opina que a diferencia de esas relatorías escritas por personajes como Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, los relatos de viaje de los oidores que arribaron a mediados del siglo XVI tienen una narración más natural, vívida e incluso novelesca.

Tal es el caso de Diego García de Palacio, de la Real Audiencia de Guatemala, a quien se debe el primer reporte de un sitio maya de la época Clásica: Copán, en Honduras; asimismo, hizo descripciones de monumentos arqueológicos ubicados en las inmediaciones del Lago de Güija, cuyas aguas comparten El Salvador y Guatemala.

Un punto de inflexión en la historia de los viajeros novohispanos se dio en 1784, un año que, como indica el arqueólogo Carlos Navarrete en un libro suyo, representa “el inicio de la aventura arqueológica maya”. Aun cuando en 1746 el cura de Tumbalá, Antonio de Solís, dio casualmente con las ruinas de Palenque, fue en 1784 que José Estachería, presidente de la Audiencia de Guatemala, ordenó una inspección, obteniendo los primeros dibujos y descripción arquitectónica de El Palacio.

Las expediciones que se llevarían a cabo en Palenque —un sitio que comenzaba a forjar su leyenda— y otras regiones del virreinato, se dieron a disposición de Carlos III, el mismo gobernante que antes de asumir la Corona española, siendo rey de Nápoles y Sicilia (1734-1759), auspició las exploraciones en Pompeya y Herculano.

Por esas mismas fechas, hacia 1790, se descubrirían las esculturas de la Coatlicue y la Piedra del Sol en la Plaza Mayor de la Ciudad de México. El sabio novohispano Antonio de León y Gama las estudió y dos años más tarde publicó Descripción histórica y cronológica de las dos piedras…, “que es en realidad un tratado con interpretaciones muy acertadas para su época”, comenta el doctor Félix Lerma.

Son de mencionar también las primeras descripciones de Xochicalco y El Tajín que se deben a José Antonio Alzate y Pedro José de Márquez; o las hechas por los jesuitas, entre ellos Francisco Javier Clavijero, de las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco en Baja California Sur. Ellos habían nacido en territorio novohispano y de alguna forma reivindicaban una idea de “americanidad”.

Por su parte, Alexander von Humboldt y Guillermo Dupaix, éste último capitán de dragones flamenco que entre 1805 y 1809 dirigió la Real Expedición Anticuaria —cuyo fin era documentar en texto e imagen las antigüedades dispersas en el vasto virreinato—, son, a decir del doctor Félix Lerma, “la bisagra entre los viajeros de la  Colonia y los decimonónicos”.

Entre el estallido del movimiento independentista y los “toma y daca” entre liberales y conservadores, el siglo XIX representó una oportunidad para los viajeros ingleses, estadounidenses, franceses, alemanes y austriacos que llegaron como emprendedores. “Vinieron a probar suerte, a crear empresas, a unos les fue bien y a otros no tanto, como a Jean Frederick Waldeck, pero muchos vieron en el arte y la arquitectura prehispánicos una vía de promoción”.

“Todas esas herramientas van a complementar y a cambiar las crónicas de viaje, a poner imagen a todo aquello de lo que la gente sólo había oído hablar”, concluye el titular del curso que se imparte los sábados de abril en el Museo Nacional de Antropología.

nrv

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