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Los libros, viniles, ángulos y formas de la Casa Barragán son ahora testigos de una reverberación símbolica cargada de memorias mexicanas.

La cuarta estancia FEMSA-Casa Luis Barragán presenta una intervención sonora en el recinto que fue incluido en 2004 en la lista del Patrimonio Mundial por la UNESCO. El proyecto Hípico. Música, caballos y arquitectura: un corrido es presentado por Edgardo Aragón, joven artista egresado de “La Esmeralda” y originario de Ocotlán, Oaxaca; sus piezas han sido expuestas en París, Madrid, Los Ángeles, Tel-Aviv y Nueva York.

En esta aproximación al espacio confluyen las luces y colores, la historia y los rincones de un recinto estéticamente significativo por sí mismo.

La exposición es una intervención sonora presente en cinco espacios de la casa, aquellos donde el arquitecto Luis Barragán se acercaba a su pasión por la música; la propuesta funciona también para confrontar la construcción de la identidad mexicana desde la figura del caballo y la música como grandes mitos nacionales.

La propuesta es la miniatura de una vida en forma de sonatas que deconstruyen el espirítu melómano de Barragán; una condensación musical de las voluntades estéticas que también funciona como reflejo-paradoja de un ensayo histórico de nuestras ficciones registradas, aquellas que nos dan lugar como nación.

Al entrar se manifiesta un todo musical erigido desde distintas piezas de
la casa; saxofones que se acompañan ante armonías reconocibles de los ayeres revolucionarios y una guitarra que los sigue a lo lejos, mientras la ejecución de un pianista explicitaba el dramatismo de la obra construida.

Logran acoplarse obras de Arnold Schönberg, Julián Carrillo, Manuel M. Ponce y corridos populares; son piezas que aún se encuentran en forma de viniles en los cuartos del arquitecto, Premio Pritzker de Arquitectura 1980. Un arcano eco retumba también desde bocinas ocultas; en el jardín escapan los acústicos, allí, desde un computador, se deconstruye de forma electrónica el sonido del silbato de la muerte, aquel que utilizaban los aztecas para llamados a la guerra. Ahora sirve para reencontrar la mística de la historia, acercarse al pasado originario y conjugarlo con la contemporaneidad de Ponce.

Un par de saxofones juegan con corridos de la Revolución relacionados al caballo, aquel símbolo de identidad nacional que pasó de ser imagen popular usado para ganar una batalla, hasta llegar a ser representación sofisticada de las clases altas del país; imagen tan difusa como nuestra propia historia.

Un festín sonoro. La casa no es espacio de la escena, forma parte misma de la obra, se revitaliza con cada nota; una habitación pautada rodea a cada ejecutante. Esta es una apropiación estética de un espacio exquisito.

La frescura de los jovenes ejecutantes edulcora el festín sonoro; hay atrevimiento, un estilo de blues que brinda brío en cada pieza para que siempre sea distinta la musicalización.

Patrick Charpenel, uno de los dos curadores y críticos encargados de la colaboración, dijo del proyecto:

“De manera respetuosa y muy valiente, presentamos proyectos que se integran dentro del propio esqueleto de esta obra arquitectónica. Buscamos generar un diálogo entre las expresiones más experimentales del arte contemporáneo dentro del espacio, para cruzarlas con el universo de Barragán. Así, cada proyecto está pensado para hablar de la vida e intereses del arquitecto, por lo que la gente vive de una forma mucho más intensa la experiencia de acercarse a él”.

Esta muestra es curada por Eugenia Braniff, encargada en los demás proyectos de la colaboración.

La exposición estará desde hoy al 10 diciembre; hasta entonces, todos los sábados habrá interpretaciones en vivo de la música; entre semana se presentarán grabaciones de la pieza.

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