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Santiago.— En una carta de octubre de 1958, el escritor chileno José Donoso decía al diplomático Carlos Morla Lynch: “...al escribir de lo que amamos olvidándonos de nosotros mismos, en el fondo estamos escribiendo el más apasionado autorretrato y nos entregamos generosamente a los lectores, les enseñamos nuestro revés, como están amarrados los hilos de la tapicería, que es la única manera de darse cuenta si la tapicería es de buena clase o no”.

El Donoso más revelador no es el que habla de sí mismo, sino el que habla de los otros. O de los libros de los otros. El que se muestra mejor cuando describe a quienes lo rodean, enseñando con esto su propio “revés”, para usar una expresión que recuerda el leitmotiv de La figura en el tapiz, de Henry James: la “pequeña treta” que se extendería, de libro en libro, por toda la obra de un escritor, formando un diseño secreto que sus críticos buscan desentrañar.

Los Diarios de Donoso son el revés de su tapicería.

Sus cartas y documentos se encuentran depositados en la Biblioteca de la Universidad de Iowa. Los diarios de José Donoso, según explica Cecilia García-Huidobro McA en su introducción; completan 64 cuadernos de acuerdo a la numeración, pero son 80 en total. Se dividen en dos colecciones: la primera abarca desde 1950 hasta 1966 y está en Iowa; la segunda (1966-1995) se guarda en la Universidad de Princeton.

Donoso in progress recoge la primera serie, de acuerdo a una decisión editorial adoptada por la Universidad Diego Portales en conjunto con Pilar Donoso. Más de diez mil hojas o un millón de palabras manuscritas.

Se agrupan, antecedidos por inquisitivas presentaciones de la editora, en diez secciones temáticas, desde “He pasado el día leyendo”, acerca de las copiosas lecturas del autor, hasta “El pájaro en el nido”, un minucioso registro de la composición —un verdadero parto— de El obsceno pájaro de la noche, nacido como un cuento en 1959 (“El último Azcoitía”) para luego crecer monstruosamente y cambiar de nombre en varias oportunidades, hasta que en 1962 adquiere el título con el que se publica la novela en 1970. Su origen, declarado en el epígrafe, está en una carta que Henry James padre envía a sus hijos William y Henry, tomada por Donoso del libro Henry James, del crítico F. W. Dupee. El chileno copia estas líneas en su diario, el 15 de enero de 1962. “Todo hombre, aunque solo alcance la madurez intelectual de un adolescente, comienza a sospechar que la vida no es una farsa, ni siquiera una refinada comedia, sino que da flores y frutos en la adversidad, desde la profunda y trágica escasez primordial en la cual el sujeto ve arrancadas sus raíces. El legado natural de todo quien es capaz de una vida espiritual es un bosque indómito donde aúlla el lobo y parlotea el obsceno pájaro de la noche”.

Diarios tempranos no solo permite acceder al taller de novelas fundamentales como Coronación, El obsceno pájaro de la noche, Este domingo y El lugar sin límites, sino también a múltiples textos descartados por el autor. En el largo anexo final hay tres poemas y seis relatos que permanecían “entrampados” en sus cuadernos: el proyecto de novela “Paula Mancheño” (1957) y cinco cuentos escritos en 1958, cuatro de ellos inéditos y uno (“Pasos en la noche”) nunca recogido en libro.

La abortada saga de los Yáñez. Tanto estos manuscritos como otros que se mencionan en los diarios resultarán desconocidos para los lectores de José Donoso. Hay, por ejemplo, un proyecto de “novelita sentimental” acerca de sus grandes amigos de juventud.

Mientras terminaba Coronación, el autor acaricia la idea de escribir una novela satírica sobre la burguesía ilustrada que veranea en Isla Negra y Zapallar, unificando ambos balnearios en uno solo, “Cabo Colorado”, en el que aparecerían Pablo Neruda y el diplomático Matías Errázuriz, pero también las sesiones espiritistas de Carlos Larraín de Castro y las Morla, Acario Cotapos y “Los hijos de los pescadores que de pronto comienzan a vestirse a la italiana, a tener problemas psicológicos y a darse largos baños de sol con ‘Skol’ en la playa”.

Estos argumentos desechados constituyen los pentimenti o arrepentimientos del artista en el diseño que estaba urdiendo durante sus primeros años. Lo no dicho, lo reprimido, lo trunco, es tan elocuente como aquello que creció hasta adquirir un acta de nacimiento. Sobre todo cuando habla del propio linaje.

Su familia materna, los Yáñez, le inspira en 1956 una saga que hubiera sido deliciosa. “Escribir un ‘Buddenbrooks’ (sic) chileno. Llamarlo ‘Los Yhana’. Una especie de Forsyte Saga chileno”, anota refiriéndose a la novelas de Thomas Mann y John Galsworthy. Alcanza incluso a diagramar un árbol genealógico y una tabla de personajes esbozados con una libertad de la que no pudo disfrutar en vida, cuando su libro Conjeturas sobre la memoria de mi tribu (1996) fue censurado por parientes que se tomaron en serio la leyenda familiar según la cual María Josefa Ponce de León —la madre de Eliodoro Yáñez—, para educar a sus seis hijos, había tenido que regentar una carreta que iba de pueblo en pueblo acarreando mujeres de la vida. Ni más ni menos que como en La carreta (1932), del uruguayo Enrique Amorim. Lamentablemente, abandonó la saga de “Los Yhana”.

Bastante más avanzado quedó, en cambio, el argumento de una pieza dramática sobre la bohemia de los años 20 y 30 que se juntaba en el bar Hércules. Sus protagonistas están basados en el poeta Alberto Rojas Jiménez, Blanquita McFadzen Vicuña y el mítico Queque Sanhueza, que llegaría a ser secretario de Neruda.

Queda en evidencia, sobre todo en sus primeras anotaciones diaristas, lo importante que son para Donoso los personajes; muchas veces, su punto de partida. Sin mencionarla, hace suya la célebre nota de Scott Fitzgerald en el manuscrito de su novela inconclusa El último magnate: “Action is character”. Desde su primera época, en efecto, a Donoso lo obsesiona construir sus ficciones a partir de este principio.

“Faulkner —a través de una película que de él vi y que no es demasiado buena— me ha impresionado terriblemente, sobre todo demostrándome una cosa: que si bien el cuento y la literatura de símbolo ético, Kafka, Buzzati, is all very well, la literatura que trata de llegar a una verdad a través de personajes, no necesariamente psicologismo, es quizás aún más grande, y además creo que es lo que yo personalmente más siento. ¡Qué inmensa fuerza tienen los personajes de Faulkner! Qué humanos, qué grandes son, es el tipo de literatura —en escala— que a mí me gustaría hacer y que haré” (2 de noviembre, 1958).

Tomando modelos reales, en el taller secreto del escritor se fraguaron historias que se alimentan de una contingencia recurrente. A mediados de 1961, se propone hacer una novela sobre el “momento de crisis y decadencia de la alta burguesía chilena”, centrada en una “gran madre compasiva, generosa y comprensiva, pero terriblemente errada, que por compasión saca de la cárcel a un tipo por medio de amistades e influencias, y cuando cree que lo esta reformando, la estafa y comete otro crimen”.

El gesto obsceno de la muerte. Respecto de la obra maestra de Donoso y el rol que en ella jugaron algunos personajes que conoció, hay una experiencia, posiblemente decisiva, que vivió en Buenos Aires el 5 de abril de 1959, cuando era el único huésped en una pensión cuya dueña era una prostituta francesa retirada. “Hoy encontré muerta a la pobre Mme. Jeanne. Me levanté a las 10, fui a su cuarto y la vi, tendida en su jergón, desnuda, con un gesto obsceno, y la boca llena de espuma. Todo el horror de la soledad. Todo el horror de la vida y de la muerte. Todas las nivelaciones y perspectivas. Todo el dolor. ¡Pobre vieja! What is man that thou art mindful of him? Todo el miedo, también, por lo inmediato e indigno, de la muerte. Por el ser ‘cosa’, por la suciedad. ¡No quiero morir!”.

Los muertos de José Donoso retornan a la vida en sus ficciones. Vuelven cargados de reproches, insistentes, como las almas en pena de Juan Rulfo, un autor al que el chileno blinda de las críticas que sí formula a otros escritores del boom (“Pero claro que Rulfo es fuera de serie en todo y en todas partes”), especialmente a Cortázar.

La editora de Diarios tempranos decide “no destruir el laboratorio”, sino abrir sus puertas para que el lector se asome a él por su cuenta y riesgo.

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