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En el libro Mercados en la ciudad de México, Corina Armella de Fernández Castelló consigue reunir la riqueza histórica, visual y social que existe en torno de los mercados de México.

Este libro, que publicó la Ciudad de México, contiene textos de Eduardo Matos Moctezuma, Ángeles González Gamio, Elena Poniatowska, Jacobo Zabludovsky, María Isabel Villa y Edgar Anaya, además de un texto introductorio de Corina Armella.

Se acompaña de fotografías de Michael Calderwood tomadas en los más importantes mercados del DF. Su lente retrata un recorrido por la diversidad de colores, frutos, carnes, artesanías y la más variada clase de productos, de tiempos muy diversos, que sólo es posible encontrar cuando uno se adentra en uno de estos mercados.

El libro está organizado por crónicas o historias que describen los ambientes o que toman un mercado en particular, como son los de Tlatelolco en tiempos prehispánicos y el de La Merced. Rescata en gran parte de los textos la historia de estos lugares.

Eduardo Matos hace un repaso de la importancia del mercado y cómo su organización impactó a los conquistadores. Se detiene a examinar el de Tlatelolco y el de Tenochtitlan. “Fue el mercado de Tlatelolco el que alcanzó gran fama por una serie características, especialmente por la manera en que impactó a los conquistadores recién llegados, quienes dedicaron varias páginas de sus crónicas y cartas de relación para describirlo”.

González Gamio se ocupa de contar los antecedentes, programas de construcción de mercados, relación con la ciudad de mercados como los del Parián —que fue edificado en 1700 y se encontraba en la Plaza Mayor, hoy Zócalo—, el tianguis de Zoquipan, que antecedió a los mercado de la Merced; el de San Juan, cuyos orígenes también se remontan a tiempos prehispánicos; el Abelardo Rodríguez, que destaca por los murales que se encuentran en sus pasillos y que, escribe González Gamio “fue planeado como centro cultural donde tanto los comerciantes como sus hijos y los compradores, tuvieran a la mano y pudieran apreciar y aprovechar diversos bienes culturales, por lo que el edificio cuenta con una biblioteca, una escuela de artes manuales y un teatro”. Finalmente se refiere al mercado 2 de abril, que fue inaugurado en 1902.

En el texto “Pásele, marchantita”, Elena Poniatowska traza en primer lugar una comparación entre el mercado y el súper, lugar donde no se encontrará la sorpresa y donde “ni se cumplen antojos ni se enderezan jorobados”. La escritora apunta: “Todo el barroco mexicano se concentra en la forma en que las marchantas apilan sus flores y sus frutas en el mercado. El mercado —tal y como lo pintó Diego Rivera— es el gran teatro de México. También Pablo Neruda escribió que México está en sus mercados y que las verduras son piedras preciosas”.

El periodista Jacobo Zabludovsky (fallecido en julio) narró en una crónica la vida del mercado de La Merced, los lugares que más le gustaban, los lugares que desaparecieron.

El texto final es de Édgar Anaya Rodríguez, quien relata cómo desde niño vivió el mundo del mercado y cuenta las anécdotas que resumen la transformación de esos espacios: “Así como algunos dicen con resignación: ‘aquí me tocó trabajar’ o ‘que estudie m’ijo, pa que no tenga que vivir en el mercado’, otros cada mañana abren su puesto con el entusiasmo de disfrutar un día más, del brazo de sus ‘hermanos de ingresos’, los clientes”.

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