Filas casi infinitas, circulares y silenciosas rodean cada mañana, desde el pasado febrero, el museo Hishhorn de Washington: miles de personas se agolpan expectantes por entrar en el fascinante pero breve universo de la exposición "Infinity Mirrors", de la artista japonesa Yayoi Kusama.

Las horas de espera para lograr una de las entradas diarias y gratuitas, aunque limitadas, y asistir a la muestra no disuaden a los visitantes, pese a que la experiencia de entrar en las seis "habitaciones infinitas" de Kusama (Japón, 1929) apenas suma unos dos minutos de vida.

"Son veinte segundos dentro de la habitación", explica  uno de los voluntarios que trabajan en el museo antes de entrar en el primer habitáculo del recorrido. "Mucha gente se ríe, pero verás que es suficiente", argumenta.

Cada uno de los espacios diseñados por la reconocida artista japonesa apenas tienen un área de 15 metros cuadrados, por lo que frente a cada una de las instalaciones emergen nuevas filas gestionadas por el equipo del museo, pertrechado con cronómetros de principio a fin.

"Hemos descubierto que la exposición puede acoger así a más visitantes por día fácilmente. La capacidad sobre el número de personas que pueden entrar en las habitaciones está definida por su espacio", explica una representante del museo.

Entre una habitación y otra, el visitante puede contemplar otros objetos de la obra de Kusama, desde esculturas cosidas con tela y algodón, parte de su etapa obsesiva con las formas fálicas, hasta cuadros de sus comienzos y de épocas más recientes, donde se puede apreciar la evolución de la japonesa en su apuesta por el infinito y la reiteración como camino hacia la evasión.

"Washington es una ciudad internacional extraordinaria con amor por el arte y la cultura, y el Hirshhorn es conocido por presentar exposiciones innovadoras. En los últimos años, Kusama ha disfrutado de una aclamación mundial", dice una de las curadoras de la muestra, Sandy Guttman.

"Sus obras de arte pueden ser una forma de curación, o de escapismo, y estamos encantados de poder presentar sus impresionantes salas de espejos junto con pinturas y esculturas, que miles de personas pueden experimentar de primera mano", agrega la curadora, quien recuerda que uno de los principales objetivos de la japonesa es "traer alegría", y que sus obras sean vistas por "el mayor número posible de visitantes en todo el mundo".

La experiencia de inmersión planteada por Kusama, a través de un juego de repeticiones de elementos, luces y espejos, se ha convertido en uno de los grandes atractivos de la ciudad, y pese a tener un tiempo controlado ante la alta demanda de asistentes, la unicidad de la apuesta artística continúa atrayendo en masa a sus visitantes.

No obstante, los expertos en arte que han podido visitar la exposición cerrada para críticos, y luego abierta para el público, argumentan que las personas de a pie no pueden llegar a experimentar por completo la experiencia que ofrece la japonesa.

"Desafortunadamente, la estética básica de Kusama, su fascinación por el infinito y la repetición y la forma en que estas cosas pueden borrar el ego -como ser empequeñecido por un mar de estrellas en una noche sin nubes-, se pierde cuando el tiempo en cada habitación es tan apresurado", arguyó el crítico de arte del diario The Washington Post y premio Pulitzer, Philip Kennicott.

"Uno apenas ha registrado la mirada básica del espacio cuando te dan un golpe en la puerta y se abre, la luz del día entra y tienes que dejar que entre la siguiente persona. El ruido de la multitud también se filtra a través de las paredes de las cajas de Kusama, interrumpiendo la serenidad que recordaba de mis primeros encuentros", agregó.

Pero lo cierto es que la espectacular experiencia de imbuirse en espacios infinitos de luces calmas o destellos de colores ha superado al boca a boca de ese relato y el lamento por la brevedad del encuentro: ya son más de 100.000 personas las que han visitado la exposición en apenas dos meses, y más de 200 millones de publicaciones en las redes sociales con el hastag #InfiniteKusama.

De hecho, ha habido episodios que contradicen las palabras del Kennicott, como demuestra el hecho de que a pocas semanas de su apertura, una visitante perdiera el equilibro en la sala de las famosas calabazas de Kusama y rompiera una de ellas mientras se hacía una "selfie". Una pieza similar llegó a pagarse en Shoteby's por 800.000 dólares.

Para compensar las prisas y las eternas colas de las salas cerradas, la exposición cierra con un cuarto completamente blanco, donde los asistentes sí pueden interactuar con la instalación y reciben a la entrada varias pegatinas con círculos de colores -tan propios de Kusama- que pueden colocar ellos mismos sobre los muebles o las paredes del habitáculo.

Washington, la ciudad de los museos por excelencia en Estados Unidos, ha sido la primera parada de esta muestra "Infinity Mirrors" que será itinerante por varias ciudades del país, además de Toronto (Canadá) hasta 2019, por lo que pese al éxito rotundo, su paso por la capital estadounidense no podrá extenderse más allá de mediados de mayo.

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