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Para el académico y crítico de cine mexicano Jorge Ayala Blanco (1942), 2017 será un año muy fructífero, pues además del lanzamiento del libro número 12 de su abecedario fílmico que comenzó en 1968, la UNAM reeditará en versión e-book los primeros cinco volúmenes de esta colección que considera su “autobiografía espiritual”. El también profesor del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos añade que en julio próximo saldrá a la luz la letra “M” de su abecedario, además de que ya está en prensa la “N” y actualmente trabaja en el volumen que corresponderá a la “Ñ”.

Su último libro, La lucidez del cine mexicano (Premio Joaquín Rodríguez 2016 de la Red Mexicana de Periodistas Cinematográficos), que se presenta hoy a las 17 horas, en el Foro Gabriel García Márquez del Centro Cultural Universitario, en el marco de la Fiesta del Libro y la Rosa, incluye un centenar de películas, entre largometrajes de ficción, documentales y cortometrajes nacionales, estrenados entre 2013 y 2014. Esa selección de películas son analizadas por el colaborador de Confabulario, quien asegura que su interés no es calificarlas o descalificarlas con estrellitas, sino desdoblarlas, “como el niño que destruye un juguete para saber qué es lo que está dentro”.

¿Hay lucidez o destellos de lucidez en el cine mexicano?

Es lo que busca el cine de ese periodo, entre 2013 y 2014, en mi opinión. Es un cine que busca la lucidez. Son películas, casi todas realistas y que tratan de hurgar en la realidad social de México, más que en el imaginario. Esa es una parte que me parece interesante en este periodo. Por eso el tema de todo el libro es la búsqueda de la lucidez y dónde encontrar esas diferentes facetas.

¿Y qué temas de la realidad marcan ese periodo?

Los más diversos de la tierra. Todo mundo dice que los temas del cine mexicano son muy repetitivos, no es cierto. Dicen que hay muchas películas de narcotráfico o de migrantes, pero sólo son dos o tres, a lo mucho. Está Heli (Amat Escalante) o la Jaula de Oro (Diego Quemada-Díez) en este periodo, que son películas extraordinarias y súper premiadas, pero también hay otras con los temas más extraños, hay una película de zoombies, como Halley, que además parece realizada por un zoombie, que es el chiste de la película, o Musica ocular, una película sobre los sordos de un pueblo de Oaxaca…. Hay un centenar de películas y cada una es un caso distinto. No hay series o temas. Antes podías decir que el cine mexicano trataba de tal tema, incluso es curioso que las películas más taquilleras de la historia del cine mexicano están en este periodo: Nosotros los nobles y No se aceptan devoluciones, que a lo que aspiran es a una lucidez aberrante.

Pero fueron un fenómeno y se decía que, por fin, el cine mexicano tenía éxito en taquilla.

Sí, parecía que, por fin, tenía éxito el cine mexicano y finalmente son dos casos raros que no se han logrado superar. Sus resonancias llegaron al grado de que una de las películas más taquilleras hoy en Francia es la versión francesa de No se aceptan devoluciones.

¿Cuál es entonces la clave de su éxito? ¿Qué dicen?

A mí me dicen mucho. Nosotros los Nobles habla de las tribus urbanas, pero también retoma el viejo cine mexicano, el título nos remite a Nosotros los pobres, que es la versión mexicana de esa lucha de clases... Me parece interesante desde ese punto de vista y adquiere una cierta lucidez por lo que tiene atrás, que es también una película de Buñuel: El gran calavera, así como toda esta idea de que se sigue negando que haya un conflicto de clases sociales en México. Por eso me pareció interesante incluirlo en el libro. Claro, no hago crítica, es un ensayo y lo que me interesa es verla desde diferentes lados, desde todo lo que pueda manejar, sociología, psicología. En el caso de No se aceptan devoluciones es algo totalmente diferente. Es una visión, que me parece totalmente aberrante, de la condición del emigrante mexicano, que está presentado como una especie de subnormal, que es incapaz de aprender el inglés después de vivir 10 años en el extranjero y que sobrevive, supuestamente —eso es muy gracioso en la película— de que lo golpeen. Es una cinta, a mi entender, aberrante en muchos sentidos.

En el libro recalca la falta de apoyo para exhibir el cine mexicano. Ahora que se plantea una renegociación del TLCAN hay gente de la comunidad cinematográfica que dice que es una buena oportunidad para revisar el tema...

A mí me parece que lo mejor que le puede pasar al cine mexicano es que se revise el Tratado de Libre Comercio o que se anule. Realmente el cine mexicano se hundió desde el punto de vista industrial por ese tratado, eso ya lo sabemos. Al cine mexicano ni siquiera se le consideró entonces como una industria, se abrió el mercado pero fue como un servicio al jefe, al cine hollywoodense. Y después vino algo mucho peor: el duopolio (Cinemex-Cinépolis). Antes , por lo menos, había otras opciones, pero se fue reduciendo y se llegó a esto. La situación del cine mexicano es de lo más contradictoria: hay unas 30 o 45 extraordinarias películas al año y muy pocas recuperan el dinero con lo que generan en taquilla.

Indica que la Ley de Cinematografía, con su obligatorio 10% de pantalla para el cine mexicano, es letra muerta. ¿Qué falta?

Otra ley o que se cumplan las leyes en México, que realmente sirvan para algo. En este caso para que las películas sean redituables porque se lo merecen, no que estén arrinconadas en los guettos, antes les llamábamos cineclubes, ahora ni siquiera existen, hay una pequeña cartelera alternativa y la Cineteca Nacional, donde hay una cola impresionante, casi de años, para poder exhibir una cinta. Es absurdo.

¿Cómo hacer ensayos cinematográficos dejando del lado la crítica?

La idea está planteada desde el primer tomo de mi abecedario, en La aventura del cine mexicano hay una epígrafe que he prolongado y lo haré hasta que llegue a la “Z”, si es que llego, que es una idea tomada de Crítica y verdad, de Roland Barthes, que dice que cuando la crítica funciona para juzgar no puede ser sino conformista; la verdadera crítica de los lenguajes no consiste en juzgarlos, sino en distinguirlos, separarlos y desdoblarlos. La idea de desdoblarlos es muy rica porque se trata de desmontar los mecanismos de la película, que es como una idea ingenieril, como el niño que destruye su juguete para saber qué es lo que está adentro.

¿Actualizará alguno de sus primeros tomos que se reeditarán?

Erratas o datos que estén mal, pero nunca un concepto. Así pensaba yo entonces y nunca voy a cambiar a ese Ayala Blanco que fui. He sido 12 personas, uno por libro. Así pensaba yo cuando escribí La aventura del cine mexicano a los 23 años, ese joven Ayala Blanco así pensaba y lo respetamos. Haré todo menos esa cosa espeluznante de una versión expurgada o rehacer lo que uno dijo. Lo sé porque una vez compré Ulises criollo, de José Vasconcelos y resulta que lo que estaba leyendo era una versión expurgada; también me pasó cuando me acerqué a los primeros poemas de José Emilio Pacheco, ya no digamos Emilio García Riera, que se arrepintió de todo lo que había hecho y corrigió sus libros, eso jamás.

¿Y cómo ha cambiado ese Ayala Blanco desde que publicó el primer tomo de esta serie?

Por lo menos ahí hay 12 Ayalas Blanco. Cada libro es un personaje diferente, uno evoluciona. Alguien decía que lo que uno hace al escribir es redactar su propia autobiografía y sí, mi autobiografía espiritual son estos libros. Está primero el Ayala Blanco ingenuo, amante del cine norteamericano, envenenado con que había un mal cine; después sería el que sufrió el impacto del 68, La búsqueda del cine mexicano es resultado de eso, porque el cine mexicano también se modificó por el impacto del 68, nos sacó de la ingenuidad. Toda una generación dejamos de ser unos ingenuos en el momento de la matanza. En cada uno cambié mi enfoque porque el cine evoluciona y uno se tiene que adaptar, trato de cambiar también el tono, pero nunca el lenguaje. Nací barroco y moriré barroco (ríe).

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