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Hay un griterío en la entrada de artistas del Auditorio Nacional, de pronto una ola de niños y jóvenes de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) invade el recinto con sus risas, su adrenalina, sus nervios y su entusiasmo por salir al escenario para ser parte de la temporada de El Cascanueces a cargo de la Compañía Nacional de Danza del INBA con música en vivo y un total de 80 bailarines en escena.

Todos los más pequeños se preparan en los camerinos, se alistan para maquillaje, vestuario; se ayudan entre sí, se maquillan unos a otros, se ajustan sus ropas. Hay maestros de la Escuela por todos lados. “¡Están listos los ratones!”, “¡Salen los bombones!”, “¿Dónde está el angelito?”, “¿Cómo van los soldados?” Hay preguntas a cada instante. Parece que hay un caos, pero no, muchos de los maestros y miembros del staff de la Compañía y personal asistente llevan años detrás de este ballet que en su temporada 36 contará con la participación de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes con 70 integrantes, bajo la batuta del maestro Srba Dinic y que este año se presenta en la versión íntegra del afamado ballet con coreografía de Nina Novak, basada en la original de Lev Ivanov, y música de Piotr I. Tchaikovsky.

Las maestras lo tienen todo bajo control, saben de memoria los tiempos, las prisas, el instante justo para comenzar a correr, son los dueños detrás de la escena del espectáculo emblemático de la temporada navideña en la Ciudad de México.

En un camerino está Miguel Garabenta, responsable del vestuario, cosiendo los detalles de los tutús de las bailarinas. Afuera todos corren, pero Miguel está tranquilo. “Es el ballet más grande de la compañía, son más de 200 vestuarios, cada uno tiene demasiadas cositas, por eso es tan complejo; están las mallas, la pechera, la corbatita y otras cosas para uno sólo; hay otros con el tocado, con el vestidito; hasta el más simple vestuario tiene cosas muy complicadas y laboriosos. Hay muchas cosas de todo, ángeles, ratones, hadas. Creo que llevo seis años a cargo del vestuario y a veces me parece que llevo 15. Claro que siempre es el mismo, pero lo vamos ajustando, siempre hay algo qué reponer. Además ahora estamos haciendo algunas cosas nuevas”, indica con voz parsimoniosa.

Miguel tiene en su memoria decenas de historias detrás de la magia navideña del Cascanueces, con el tiempo todas se vuelven anécdotas graciosas como aquella en la que una niña vomitó en el escenario por los nervios.

Hay otras que en su momento fueron estresantes. “Es muy divertido y es muy estresante, las bailarinas no se ponen el tutú tres horas antes, sino casi que están a punto de salir a escena, así que tenemos que coser antes, estar en las piernas del foro para estar pendientes de que nada se rompa, ajustar las cosas; todo el tiempo estamos rezando que no pase nada. Por eso es tan interesante hacer teatro, las cosas se resuelven ahí, no hay tiempo para nada más que para resolver y que nadie se dé cuenta de nada”.

Una vez, dice Miguel, empezó a caer aceite de una máquina y el piso se ensució, los bailarines que caminaban por ahí pasaban en círculo y se caían, uno detrás del otro. Nada de gravedad. “¡Todas caían en el mismo lugar, claro, todos les decíamos que no se acercaran, pero ya cuando se dieron cuenta para limpiar ya se nos habían caído como cinco. Las caídas no son graciosas, pero como no fue de gravedad sí que fue cómico ver una tras otra”.

Con esta temporada, la Compañía Nacional de Danza, dirigida por Mario Galizzi, celebra 36 años de presentar este ballet y 16 de hacerlo en el Auditorio Nacional, donde la escenografía de Laura Rode se adapta al espacio monumental del foro, para mostrar un espectacular Árbol de Navidad y un enorme sillón, que son elementos importantes de la pieza dancística.

Luego de que todos los más pequeños están casi listos y andan los ratones de un lado a otro, al lado de los soldaditos llegan los integrantes de la Compañía. Su presencia impone. Son reconocibles al instante. Sus portes, su altura, su belleza, su elegancia. Detrás de ellos camina su director, el maestro argentino, con calma y sin prisas.

“La coreografía no está mal, es un ballet tradicional y no está mal que lo conservemos a menos que queramos hacer un Cascanueces renovado; pero esta historia es para niños y no debemos olvidar que es Navidad. Es un ballet sobre el sueño de Clarita, más que una historia de Cascanueces. Me gusta la idea de conservar esa cosa naiv, las danzas, el cuento en sí mismo”, dice en entrevista, mientras por las bocinas se escucha una y otra vez que es la primera llamada.

En la tercera llamada todos están listos en los pasillos del Auditorio y los que aparecen al principio ya están en el foro esperando sus entradas. El arlequín da brincos, una bailarina recibe un masaje, los soldado de jengibre y las muñecas están listos. La orquesta empieza a tocar y se abre el telón.

Ya no hay prisas ni barullo. El silencio detrás del escenario es impresionante, sólo se escucha la orquesta; una sincronización perfecta.

Cientos de personas están ahí para darle vida a El Cascanueces que cuenta la historia de Clara, una niña que en vísperas de Navidad recibe de su padrino, Herr Drosselmeyer, un cascanueces con figura de soldado.

Esa noche, en sus sueños, Clara comienza a empequeñecerse hasta alcanzar el tamaño de sus juguetes y repentinamente se encuentra en una batalla entre ratones y su cascanueces, a quien ella salva.

La figura de madera cobra vida y en agradecimiento lleva a la pequeña a un viaje fantástico hasta el País del Azúcar, donde desfilan diversos personajes que interpretan danzas de lejanas regiones: el chocolate de España, el café de Arabia, y el té de China son algunos de los célebres cuadros donde se conjuga el talento y la gracia de los bailarines con la música de Tchaikovsky.

El ballet se presenta hoy a las 20:00 horas y hasta el 23 de diciembre.

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