El catalán Luis Marcet Reñé y la mexicana Alicia Arroyo fundaron El Mesón del Cid el 28 de octubre de 1972. Muy pronto se percataron de que el sábado por la noche ofrecía la gran oportunidad para llenar ese restaurante con una cena temática. Así, trajeron una añeja tradición española a México: Las comilonas medievales.

Adrián Arroyo Legaspi, propietario de ese centro cultural y gastronómico enclavado en el Centro Histórico de la capital mexicana, informó que el Mesón del Cid mantiene intacta la herencia de aquel empresario y su tía Alicia, quienes convirtieron esa tradición que data de varios siglos en una aportación a la cultura mexicana en materia de arte y gastronomía.

“En España y muchos lugares de Europa, y ahora hasta en Estados Unidos, se acostumbra este tipo de festines, emulando las celebraciones medievales. En aquellas épocas se hacía una comida para todas las personas que dependían de un señor feudal, quien protegía a todos”, evocó el ingeniero industrial Arroyo Legaspi en entrevista.

Tales celebraciones se hacían aprovechando una fiesta patronal, un aniversario o alguna efeméride que tuviera arraigo en el pueblo, y se invitaba a todos. Desde el más rico hasta el más pobre y sin distingos, compartían todo en la mesa, haciendo común la comilona, codo con codo; el número de invitados podía llegar a varios miles”, completó Arroyo.

Aunque reconoció que hoy no hay gobernantes que hagan ese tipo de reuniones, lo que no ha cambiado ni con el tiempo ni con la distancia entre esas reuniones y las que cada sábado organiza en El Mesón del Cid, es el ambiente festivo, relajado y desinhibido, en medio de un espíritu de convivencia que ayer y hoy reúne a las familias y a los amigos.

Con 43 años, esta es la cena temática más longeva en México. No es una temporada, sino un agasajo que repetimos todos los sábados del año y que sólo se suspende los días de elecciones, el 1 de mayo por cuestiones contractuales, y cuando el 15 de septiembre cae en sábado “pues podría no faltar quien se tome muy a pecho lo de matar gachupines”.

La cena medieval en ese recinto tiene dos vertientes. Una gastronómica, que reproduce los platillos originales, porque inicia con un pincho (suerte de brocheta) con embutidos y carne. Luego viene algo muy medieval: Sopa de cola de res con verduras. El plato fuerte es ternera con rellenos (carne de res, lechón, gallina y codorniz), adornado con piñones.

La cena, en su aspecto gastronómico, termina con algo que si bien no es medieval, sino más bien renacentista, está justificado en el menú. “De postre se sirven leonesas, porque como el azúcar no había llegado a Europa en el Medievo, no se conocían los postres, pero como hoy es tan solicitado, importamos de España profiteroles”, detalló el entrevistado.

Se acompaña con vino de la casa tomado en porrón, como los que usaban los campesinos para compartir la bebida sin que ninguno de ellos tocara el recipiente con los labios, con la finalidad de evitar la transmisión de enfermedades. El porrón, explicó Arroyo Legaspi, es un envase de vidrio que sirve lo mismo que las botas de cuero para beber el vino.

La otra vertiente es la del espectáculo medieval que inicia con un mago que visita a cada grupo de comensales haciendo trucos de magia, luego aparecen un malabarista, una mujer acróbata que hace suertes con enormes trozos de tela colgados del techo, un par de altos zanquearos, y las gaitas, instrumentos medievales que hacen música que anima al mundo.

Cenas medievales, de España a la Ciudad de México
Cenas medievales, de España a la Ciudad de México

“Mucha gente las relaciona con Escocia o Irlanda, sin saber que en España hay una gran tradición de gaita, sobre todo, entre asturianos y gallegos, quienes también son celtas. La gaita, instrumento típico español, da paso a un espectáculo de danza árabe, evocando que durante cerca de 800 años, la mitad de España estuvo dominada por los árabes”, ilustró.

Termina con algo que si bien no es medieval sí es divertidísimo. La tuna, representación de la jovial alegría de los estudiantes de Salamanca. “Llevamos 43 años con la tuna de la Facultad de Contaduría y Administración de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); la tuna es en España lo que el mariachi en México si de fiesta se trata”.

La experiencia acumulada es buena por las viandas ortodoxas españolas, la variedad del espectáculo y por el entusiasmo que naturalmente nace en los asistentes, además, quienes laboran en la administración, en la cocina, y en los espectáculos de El Mesón del Cid, lo mismo que el personal que atiende a los convidados, forman una enorme gran familia.

Estas cenas y espectáculos no han cambiado mucho desde el Medievo: Los saltimbanquis siguen siendo saltimbanquis, gente libre, a quien no le gusta estar sujeta a nada. Por esa libertad, cada artista goza del pleno derecho de trabajar por su cuenta o con otra empresa el resto de la semana. El mesón les da un ingreso regular y ayuda más allá de lo laboral.

“El trato no es de patrón-empleado, sino de familia, como en las cenas medievales. Los artistas viven de aquí y se nutren del aplauso y el aprecio que les da la empresa”, dijo Arroyo, satisfecho porque El Mesón del Cid creó un patrimonio cultural para México. “Mantenemos viva e intacta una tradición que nació entre los siglos V y XV”, concluyó.

Adrián Arroyo Legaspi tiene siete años al frente del mesón, luego de Luis Marcet, la tía Alicia Arroyo y su socio Raúl Suárez, y Agustín Arroyo, primer secretario de Turismo que tuvo esta ciudad, sucesivamente. Todo puede fallar, menos la cocina, pues el público asiste por la comida ortodoxa española y en eso, se mantiene la calidad y la excelencia.

sc

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