Cuando se trata de bajar de peso la problemática suele simplificarse a una mera cuestión de ingesta calórica, consumir menos para estar más delgados o, como es referido usualmente por profesionales de la salud, un enfoque de calories in versus calories out (calorías que entran versus las que salen).

Sin embargo, la realidad es más compleja que hablar solo de procesos químicos, y no pasa apenas por comer menos o hacer ejercicio. Tal vez este sea el motivo por el cual las dietas fallan tan seguido y a tanta gente le cuesta bajar de peso.

Desde la psicología se trabaja la idea del hambre como un estado mental que regula cuán saciada se siente la gente, qué tipo de permisos se da y hasta cómo ve la comida. Un estado de ánimo que altera la percepción sensorial y modifica decisiones al respecto.

¿El hambre está en la cabeza?

El hambre como proceso constante que sucede en el inconsciente es una idea relativamente nueva o a la que se le está prestando más atención en la actualidad. Así, este estado psicológico puede fluctuar y verse aminorado o exacerbado por variables: acciones conscientes como ingerir cierta clase de alimentos, someternos a dietas o llevar un determinado estilo de vida, pero también puede responder a otros funcionamientos de autorregulación del organismo más difíciles de dilucidar.

Como explica Michael Graziano, neurocientífico de la Universidad de Princeton, a la hora de sentarse a comer una hamburguesa puede parecer muy grande o muy chica según cómo nos sentimos. Nuestro humor puede hacernos verla pequeña e insuficiente, o si estamos saciados, podemos pensar que es enorme y asquearnos.

Pero no solo la forma en que percibimos la comida puede verse alterada por el modo en que nos sentimos o el hambre que tenemos, también la memoria. Numerosos estudios señalan la idea de que la gente a dieta tiende a juzgar mal la cantidad de comida que ha ingerido, el tamaño de las raciones, e inclusive suele “olvidar” que comió ciertas cosas. Dependiendo de este hunger state, como Graziano lo define, puede por ejemplo omitir que en vez de dos se comió tres porciones de pizza.

El hipotálamo manda

Por otro lado, la “saciedad” es en parte algo psicológico, por más que tienda a considerar si está satisfecho según lo lleno que se sienta luego de comer. ¿Cómo es esto? El hambre es regulada por el hipotálamo en nuestro cerebro. Para determinar cuándo es momento de comer, el organismo chequea mediante sensores los niveles de grasa, proteínas y glucosa en sangre en ese momento.

La información viaja hacia el hipotálamo, una especie de centro de control general, donde es procesada y combinada con otras variables (disponibilidad en el estómago, atractivo de la comida que tenemos delante, etc.). Asimismo, este proceso neuronal nos va entrenando cognitivamente: por eso tenemos hambre a ciertas horas del día, debido a un complejo y precavido sistema que anticipa la necesidad futura de nutrición del cuerpo.

En suma, no se trata de que su estómago se retuerza de dolor o haga ruidos audibles que avergonzarían a cualquiera, sino a que su cerebro detecta faltantes en la composición de la sangre que necesita adquirir para que no desfallezca en un par de horas.

El hambre, por el contrario, funciona en muchas ocasiones haciéndonos desear alimentos que no requerimos o cuyas sustancias ya están presentes en cantidades necesarias en nuestra sangre. De la misma manera, hay un margen entre sentirnos llenos y estar empleando la capacidad máxima de nuestro estómago. Precisamente porque, de nuevo, nuestro cerebro se nos adelanta y envía señales para que dejemos de comer antes de llegar a ese punto.

El sistema aprende a anticipar y autorregularse inconscientemente, pero cuando intentamos interferir de manera deliberada –por ejemplo, mediante dietas– muchas veces esto no funciona del todo bien. De hecho, Graziano plantea que si empieza a reducir la ingesta calórica para perder peso puede terminar generando el efecto contrario: hacer que su hunger mood suba y empiece sin darse cuenta a comer porciones más grandes o picar entre comidas. ¿Le suena familiar? Es decir, se empieza a librar una batalla un tanto desigual con nuestro hipotálamo.

jpe

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