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Ildefonso León Monzón forma parte de un selecto grupo de mexicanos que trabaja en el experimento ALICE (A Large Ion Collider Experiment) del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), Suiza, donde obtuvieron durante una colisión de protones la formación de un plasma altamente denso y caliente conocido como “quarks extraños”, que era la forma primaria en la que se encontraba el Universo unas millonésimas de segundo después de ocurrir la Gran Explosión del Big Bang.

Trabajar en el LHC, el mayor experimento científico de los últimos años, le ha permitido a León Monzón convivir con investigadores de diversos orígenes y religiones, experimentar a gran escala con los últimos avances científicos y desarrollar nueva tecnología.

¿Cómo nació tu gusto por la ciencia?

—Mi papá trabajaba en una fábrica de alimentos derivados del tomate y fue allí donde tuve mi primer acercamiento con la tecnología. Ver cómo funcionaban las máquinas me sorprendía, eran muy sofisticadas. Una caldera para mí era un objeto gigantesco donde veía como salía vapor y se movían las turbinas. Era fantástico entrar al laboratorio de los químicos donde se hacían pruebas de conteos de hongos para evaluar la calidad del tomate. La fábrica fue la puerta para que me interesara la ingeniería y el laboratorio más grande que tuve en mi niñez.

¿Cómo era la convivencia de un niño con los trabajadores de la fábrica?

—En casa teníamos nuestra biblioteca con enciclopedias y yo leía lo que me interesaba, de filosofía leía poco, me parecía complicada, no entendía muchas cosas de las que hablaban, pero de  física, química, todo lo que tenía que ver con ciencias naturales era mi pasión, no todo lo entendía obviamente, pero por lo menos me generaba una pasión. De tal manera que recuerdo haber leído sobre la Contracción de Lorentz o la hidratación del tiempo y así aprendí a hacer álgebra para obtener las ecuaciones y de ahí lo que sería la relatividad espacial. Me reunía con mi papá y le comentaba, y hablaba con ingenieros o albañiles; en esa fábrica había absolutamente todo tipo de personas, las más increíbles personas que te puedas imaginar. Recuerdo que en unos papeles enormes como de un metro cuadrado me ponía a recitar como loco, como poseído, las ecuaciones que me había aprendido y se las enseñaba y les explicaba lo que alcanzaba a entender, entonces los comentarios de muchos de ellos eran: “Pero cómo  es posible que si me muevo el tiempo se detiene”. Eran discusiones eternas, era muy natural que se generaran ese tipo de charlas, si en el mundo científico ocurren por qué no iban a ocurrir en lo más cotidiano de nuestra vida. Así transcurrió parte de mí niñez.

¿Cómo llegó la oportunidad de trabajar en el CERN?

—Fue cuando empecé a estudiar el doctorado en Física en el Cinvestav, unidad Zacatenco, con el doctor Gerardo Herrera Corral. Al doctor Herrera le llegó una propuesta para desarrollar un detector en el CERN y la idea principal era que México se involucrara. Yo participé en el diseño y la caracterización de un prototipo, después vino la construcción del detector “V0”, que fue el paso final por el 2000, 2002. Todo se hizo en la Ciudad de México. Se creó el detector y nos fuimos al CERN a instalarlo. Fue un largo periodo que empezó en el 2000 y terminó en el 2008 con los colisiones de iones pesados.

Al terminar el doctorado me fui a la Universidad de Guanajuato, trabajé en el Instituto de Física por un año. Regresé al proyecto con Gerardo y me involucré en otro detector, ACORDE, que estaba siendo instalado y puesto en marcha en el CERN; ya había avances importantes en lo que sería un detector de rayos cósmicos para ALICE. En este proyecto trabajé con mis colegas de Puebla en la instalación del detector y en una etapa también importante que fue ofrecer una señal de disparo para caracterizar un gran detector que se conoce como “Cámara de Proyección Temporal”, y ese sistema lo caracterizamos con ACORDE y nosotros entregamos las señales de trigger. En ese proyecto estuve completamente involucrado como investigador. Tengo más de 18 años involucrado en el CERN.

¿Por qué es importante el trabajo que se hace en el CERN para la sociedad global?

—El CERN es un ejemplo en muchos sentidos de avance y desarrollo de tecnología. Cosas positivas que salen de allí tienes de sobra, por ejemplo en la medicina, los avances científicos en ciencia básica son aplicados en la medicina. Un descubrimiento fantástico es el de los Rayos X a color, el color que aparece en la imagen no es un color que yo decidí, ese color tiene un sentido que viene de lo que está compuesto, es físico, no es mi decisión que sea verde, azul o violeta. Otro ejemplo es Internet, es indudable; Internet es una invención que surgió de las grandes colaboraciones como el CERN. Los aceleradores para el tratamiento contra el cáncer también fueron originados así.

¿Cuál es el mayor aprendizaje que te ha dejado ese experimento?

—El hecho de involucrarte en un experimento de esta naturaleza y de reunirte con colegas de todo el mundo que trabajan el CERN para discutir los proyectos y demostrar tu propuesta, te deja una gran escuela. Aprendes a argumentar cómo se debe defender un proyecto, a tener disposición viendo el trabajo de otro grupo de investigación que querían llegar al mismo punto que tú. Debes observar por qué unos proyectos tienen éxito y otros no, darte cuenta cuál es el ingrediente importante para que tu proyecto sea el elegido sobre los demás; eso se aprende sólo viendo. Es lo que trato de inculcar a los jóvenes que trabajan conmigo desde licenciatura, maestría y doctorado porque, a la larga, esperas que se genere una tradición en nuestro país por este aprendizaje y que eso se convierta en una forma establecida, natural, de trabajar, de entender los proyectos científicos.

¿Qué proyectos propios te ha permitido generar tu trabajo en el CERN?

—Recuerdo que le envié un correo a Gerardo en 2009 y le comentaba que ya era momento de explorar si podíamos hacer un material como el centellador. Le pareció buena idea, me involucré en el estudio de cómo fabricar plástico centellador. Al cabo de seis meses, más o menos, se vislumbró una forma simple en la que lo podía obtenerlo. Hice las primeras pruebas, pero no salía; hubo una serie de fracasos, hasta que finalmente lo conseguí.

¿Cuál era el objetivo de hacer material centellador?

—Lo interesante no es hacer el centellador, sino lo que puedes hacer una vez que eres capaz de elaborar el plástico centellador, porque el centellador existe desde los 60, lo importante es saber qué hacer con esta tecnología. Sabiendo cómo obtenerla me di a la tarea de hacer geometrías diversas, placas, cilindros, etc., y fue bastante emocionante. Lo que hicimos fue armar un detector de rayos cómicos y ahí nos dimos cuenta que funcionaba.

Después vino otra etapa para el centellador. Fue colocarle un átomo muy especial que es el gadolineo, un metal, la pregunta era: ¿cómo colocar un metal en moléculas orgánicas?, es complicado, pero es común. La sangre tiene un metal que es el hierro, viene anclado. Me di a la tarea, con un colega, de crear una cadena donde pudiéramos colocar el gadolineo, lo hicimos y lo colocamos en el centellador. Pudimos tener un centellador que detecta partículas cargadas, pero también neutras como el neutrón, lo que te permite monitorear un reactor nuclear en tiempo real y a distancia.

Lo relevante es lo que viene después. Insisto mucho en eso: tienes que imitar para avanzar, es como con los pintores, empiezan haciendo canastas de frutas, y después son todo un Picasso.

¿Has generado otro proyecto?

—Sí, ahora trabajo en el diseño de un sistema para monitorear material radiactivo que puede ser estático o dinámico. Nos estamos enfocando en proyectos de seguridad y enviamos una propuesta al Conacyt con esta intención, no sólo es crear y hacer el material, nuestro objetivo es el sistema, el diseño electrónico, la adquisición de los datos. El proyecto que me interesa es de carácter nacional y sería crear un sistema móvil para monitorear la Central Nuclear de Laguna Verde. Lo discutí con uno de mis colegas del Cinvestav, hice simulaciones por computadora y creo que puede dar mucha luz de hacia dónde nos debemos mover, y esperar una convocatoria del Conacyt en ciencias básicas para la propuesta.

¿Has logrado que otros jóvenes se sumen a los proyecto del CERN?

—Claro que sí, hemos enviado jóvenes al CERN a realizar sus estancias e investigaciones y les ha ido muy bien. Tratamos de impactar en diversas áreas, abrir camino para que las nuevas generaciones se sumen y sigan la escuela. Ahora, uno de mis estudiantes de doctorado está en el CERN, él se queda todo un año allá a cargo de uno de los detectores mexicanos, y una de mis estudiantes de maestría, Lucina Gabriela, está aquí en México haciendo análisis de datos y presenta los resultados cada semana a los investigadores que están en Europa. Cristhian Alfonso Valerio-Lizarraga, uno de mis estudiantes de doctorado, trabajó en el nuevo acelerador del CERN, el Linac 4, que inyectará mayor energía en el LHC; él diseñó la fuente de protones para este acelerador, así de importante fue su trabajo; eso no existía en el mercado, había que hacerla. Está en México diseñando aceleradores para nosotros. Todo un caso de éxito. No tengo duda de que jóvenes así hay varios en el país. Inteligencia hay en todos lados, lo que debemos hacer es crear condiciones para desarrollar esa inteligencia.

¿Consideras qué la ciencia es capaz de romper fronteras?

—Sí, la ciencia es un claro ejemplo de lo que pasa cuando colaboran las personas, no hay espacio para el racismo ni la xenofobia, sería benéfico, fantástico, trasladarlo a otras áreas. En el CERN hay personas de todas las religiones, pero obvio que eso queda afuera; hablamos de un proyecto que nos es común. La ciencia es un ejemplo de lo que pasa cuando unes a las personas.

¿Qué opinas de los que dicen que a los mexicanos no les interesa la ciencia?

—Que es un cliché y una tontería decir que a alguien no le interesa la ciencia; es negar una cualidad humana: la curiosidad. Es una característica de la ciencia, querer saber más, no conformarte con lo que tienes. La curiosidad también está en México, es innegable. Si le damos la oportunidad a nuestros jóvenes de que se eduquen, tendremos mejores ciudadanos, no necesariamente todos serán grandes ciudadanos, no es una cura milagrosa, pero tener ciudadanos educados nos da una herramienta para defendernos y crear una sociedad más justa.

¿Qué te gustaría qué la gente aprendiera de ti?

— Una de las cosas que fueron relevantes durante mi formación desde la niñez fue que me pedían constancia; era algo que me resultaba difícil. Hace unos días platicaba con una persona que trabajó en la oficina de patentes de Suiza. Le pregunté: ‘¿Qué es lo que considera que tenemos los latinos?’ y me contestó que los latinos tiene una gran inteligencia, pero que quisiera que la constancia fuera mayor. Mi consejo para los jóvenes es que tengan interés por algo y que la constancia sea una característica para que logren algo en su formación y sus vidas. Eso va hacer una diferencia; con el paso del tiempo la van a apreciar y se sentirán agradecidos de haber sido constantes.

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