Como nunca en la historia de nuestro país, concurrimos a las elecciones atrapados en un mar de información que nos ha llegado por doquier, desde los medios tradicionales hasta la intangibilidad de las redes sociales.

Fuimos testigos de acontecimientos políticos, campañas electorales, discursos proselitistas y cobertura noticiosa a través de una multiplicidad de plataformas que de manera neutral e interesada, oportuna y tendenciosa, objetiva y proselitista buscaron influir en nuestras preferencias políticas, lo que nos debe llevar a ser cuidadosos de las fuentes de información a las que concedemos credibilidad.

Pero la información no lo es todo si no hemos tenido el tiempo de analizar, procesar y contrastar lo que ha buscado trasmitirnos cada una de las candidaturas, sobre todo porque estamos en presencia de una elección caracterizada también por una avalancha de información falsa, diseminada con el propósito de confundirnos.

De ahí que lo más sensato es concurrir a votar de manera informada, razonada, consciente y libre, a partir de una decisión moldeada racionalmente e impulsada desde la emotividad que logró transmitirnos cada candidatura.

Hay que ir a votar, porque no solamente seremos millones de ciudadanos los que estaremos haciendo fila para ejercer nuestro sufragio, sino porque del otro lado de la mesa estarán miles de ciudadanos de nuestro barrio o nuestra colonia que fueron aleatoriamente seleccionados y oportunamente capacitados para recibir nuestros votos, y para cerrar la cadena de confianza que nos llama a concurrir a elecciones auténticamente ciudadanas en donde somos todos nosotros los mejores garantes de que nuestros votos se van a contar adecuadamente.

Con independencia de que estén deambulando quienes han intentado manipular la voluntad ciudadana a través de la compra de votos, de mensajes intimidatorios, del uso clientelar de los programas sociales, de la desinformación, el desvío de recursos públicos, el robo de papelería electoral, la desaparición de candidatos, la inyección de dinero ilegal a las campañas, no tengo duda de que ir a votar libremente y sin condicionamientos de ninguna especie representa la mejor decisión que podemos tomar, porque al hacerlo reaccionamos frente a todos aquellos que buscan amedrentarnos para que nos quedemos en casa, temerosos, y sean ellos los que decidan frente nuestra pasividad.

Decidir no ir a decidir ante las urnas representa una victoria de quienes buscan que nos marginemos para que todo siga igual. Pero decidir participar significa refrendar que los asuntos públicos, por el hecho de serlo, nos involucran a todos por igual, y confirmar que queremos ser parte de las decisiones más significativas sobre el rumbo que queremos para nuestro país, nuestras entidades federativas, municipios y alcaldías.

Vayamos, en consecuencia, a votar en libertad, con convicción y con alegría. Finalmente, detrás de la emisión del sufragio se esconde la esperanza de que todo irá mejor, que es posible salir adelante, mejorar nuestras condiciones de vida, la de nuestros seres queridos, así como el anhelo de que podemos dejar atrás la desigualdad que nos divide como sociedad, la inseguridad que nos tiene atemorizados, y la escalada criminal que hoy ha ensangrentado a nuestra patria.

Las elecciones, en este sentido, representan la oportunidad para volver a creer que el bienestar común, el resguardo de los nuestros y la paz social son posibles. Hagamos lo que hoy nos corresponde e inundemos las calles en busca de nuestra casilla. Mañana será un nuevo día en el que podremos alzar nuevamente nuestra voz para llamar a la unidad de nuestras clase política y convocar a que todos, sociedad y gobierno, cerremos filas en torno al fortalecimiento de nuestra identidad nacional, la preservación de nuestros más altos valores democráticos, la solidez de nuestras instituciones, y la recuperación de nuestra dignidad como personas.

Si hoy hacemos lo que nos toca en las elecciones, mañana, la democracia podrá hacer lo que le corresponde ante nosotros.

Académico en la UNAM

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