La situación que actualmente atraviesa la industria acerera nacional ilustra una realidad constante: la falta de visión y planeación a largo plazo y la costumbre de ser reactivos y no proactivos a las señales que el entorno económico manda, aun cuando las señales sean claras y se percibieron desde hace tiempo, pero lamentablemente no se actuó.
Primero, la desaceleración de la economía China, que entre el 2000 y 2010, creció en promedio anual 10.3%, pero que en los últimos cuatro años ha pasado al 8%, y para los próximos cinco años se calcula que será del 6.2%, lo que implica menores tasas de crecimiento en infraestructura y por ende menor consumo de acero. Segundo, la sobreproducción de acero en China, que según datos de ALACERO es de 248 millones de toneladas, esto es, 23% más que el consumo de todo el continente americano. Ante la constante alza en su producción de acero, China debe colocar sus saldos en el mundo, los cuales vienen subvencionados y, con ello, genera una competencia desleal.

Tercero, el incremento en la triangulación y desprotección de la industria. Durante el periodo 2000-2003 el arancel del sector acero fue de 15.2%; en 2004 se inició un proceso orientado de simplificación, con lo que durante 2004-2008 el arancel promedio se redujo a 10%, y desde 2012 es 1.4%.
Con esta desgravación, mientras que en 2011 se importaban en promedio al mes 592 mil toneladas de acero, en el 2012 el promedio mensual ascendió a 804 mil toneladas. La mayor parte de este incremento provino de países con los cuales no se tiene un tratado de libre comercio, registrando una tasa de crecimiento del orden de 170%.

Todas estas señales advertían claramente que el mercado mexicano del acero se vería inundado de importaciones. A esta oferta a bajo costo —producto en efecto de dumping chino, pero también de la sobreproducción mundial— hay que añadir la creciente demanda interna proveniente del incremento en las inversiones nacionales en infraestructura y los crecientes requerimientos de acero especializados por parte de industrias de alto dinamismo como la aeroespacial y la automotriz.

Ante esta situación, la Secretaría de Economía anunció medidas de apoyo a la industria y combate a las prácticas de comercio desleal. Ahora bien, independientemente de cualquier medida que se tome, surgen dos preguntas esenciales: ¿hasta cuándo? e ¿y luego qué?

Al respecto, es importante puntualizar que cualquier medida que se adopte debe de ser por un corto plazo, ya que se trataría de una situación extraordinaria. El “proteccionismo” es tan dañino como el libre comercio a ultranza, la política a prevalecer debe ser el mercado administrado. Por ello, es preciso comenzar con la implementación de una política industrial integral que permita desencadenar el potencial productivo nacional y fomentar los insumos nacionales a fin de incrementar su competitividad, la productividad y el grado de integración nacional. Esto es, el desarrollo, implementación y ejecución de una política industrial sistémica será en beneficio de todas las cadenas productivas nacionales, no únicamente del sector siderúrgico.

Éste es un punto crítico, hablar de cadenas productivas y no solamente de sectores. En la actualidad la política pública se ha dirigido al fomento de los denominados sectores “estratégicos”, pero que a la luz realmente se han vuelto también prioritarios como el automotriz, aeroespacial, electrónico, entre otros. Sin embargo, se ha dejado de lado a las industrias sobre las que descansa gran parte de su desarrollo, como lo son la siderurgia y la metalmecánica, el plástico, la textil, la química y, por supuesto, la energética. Es conveniente preguntarse: ¿qué se está haciendo por los demás sectores?

Se requiere una política industrial transversal e integral hacia todos los sectores productivos, ya que todos aportan al producto y al empleo. Para ello es necesario construir una visión de país, ser proactivos y no reactivos. Un país puede beneficiarse del libre comercio, pero sólo si se es competitivo.

La política industrial debe ser horizontal, flexible, dinámica y de largo plazo. Horizontal para abarcar a todos los sectores, desde la alta tecnología, hasta la agroindustria e incluso el turismo, que es también un sector productivo. Flexible para adaptar sus instrumentos a las tendencias y las necesidades específicas de cada sector y región; dinámica y sostenible para mostrar efectividad en el tiempo.

La oportunidad de avanzar en el desarrollo económico está todavía presente. La estrategia debe ser bidireccional e incluyente, crecer hacia adentro sin desatender el comercio exterior. Ello se logra con un mayor encadenamiento de procesos productivos que agreguen valor a nuestras exportaciones mediante la innovación y el fortalecimiento de las pequeñas y medianas empresas, no mediante medidas artificiales, sino a través del crédito, la inversión interna basada en la articulación con las grandes empresas, la eficiencia regulatoria y los incentivos fiscales apropiados.

La política industrial debe ser una política de desarrollo, por lo tanto, de Estado y de largo plazo. El horizonte de acción es amplio y los objetivos claros: crecimiento sostenido, generador de empleo y bienestar.

 Presidente de Consultores Internacionales, S.C.

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