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Martha Elena Galindo es costurera. A sus 45 años de edad trabaja en un taller de la Ciudad de México, a donde se traslada a diario desde su hogar en Chalco, Estado de México.

“Gano mil 40 pesos a la semana, de lunes a viernes, ¿vivir? No es vivir, es sobrevivir, porque no alcanza. Alcanza para comer, medio vestirse pero ahorrándole”, dice.

Cuando se le pregunta qué pasaría si los sueldos siguen bajando y los precios de productos básicos suben, su respuesta, entre risas, suena a broma, pero no lo es:

“Pues vamos a robar, todos vamos a hacerle bulla para que robemos bien rico. Pues si no tengo trabajo, pues sí robo, es que es la verdad”.

Su coraje y las causas de su situación las atribuye al gobierno: “Todos ellos son una bola de rateros”.

“Uno que no tiene va pagando sus impuestos, nos chingan y nos chingan más. Y todos los que tienen tanto dinero, todos los gobernadores, ¿en dónde están?, libres con todos los millones fuera de aquí, lo tienen bien escondidito, y uno nada más se roba un pan y va al bote”, menciona.

“Entre menos tiene uno, más nos quieren quitar, nos quieren dejar muertos de hambre”, expresa con rabia.

En su experiencia como costurera desde hace casi 20 años, Elena cuenta que la mayoría de los trabajos pagan entre mil y mil 500 pesos (50 a 75 dólares) semanales, aunque reconoce que hay fábricas que ofrecen hasta 700 u 800 pesos (35 o 40 dólares).

“Pagan 700 pesos, con una hora que te tienes que quedar extra que te pagan a 10 pesos, ahí estuve trabajando, la verdad me urgía juntar dinero y buscar otro trabajo, era muy poco, me estaban robando, dos semanas duré y me salí”.

Otro problema que ha enfrentado es el intento de abuso de parte de sus patrones. En su último trabajo, uno de sus superiores la despidió después de que se negó a realizar favores extra laborales.

Elena cuenta que hace 18 años se ganaba el mismo salario, entre 800 a mil pesos semanales, pero los precios de los productos eran inferiores.

Afirma que al menos necesitaría “unos mil 800” para cubrir sus necesidades básicas.

Caso familiar. Martha Cristalino Moreno es madre de Elena. Tiene 60 años. En su último trabajo en una fábrica de balastros en la Ciudad de México, las condiciones y el trato eran inhumanos.

El tiempo para comer eran 15 minutos, si se pasaban un minuto más recibían una llamada de atención. Los trabajadores no podían ir al baño de manera libre. Su mirada debía estar frente al balastro y evitar distracciones con sus compañeros. De los siete días a la semana, la empresa a veces ofrecía trabajo tres días y el resto eran descansos no pagados.

Por si fuera poco, no pagaban seguro y el salario apenas llegaba a 700 pesos cuando se cubría la semana completa.

Al final, Martha Cristalino renunció porque cambió su domicilio a Chalco, y sólo los pasajes hubieran consumido la mitad de su sueldo.

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