Es Trotsky quien ofrece el panorama más completo sobre el arte durante las primeras décadas de la Revolución de Octubre. Para él, la corriente predominante es la vanguardia futurista que canta a la modernidad de entonces: el acero, el ferrocarril, el automóvil, las ciudades y la velocidad. Existió el futurismo fascista que capitaneó Marinetti en Italia y el futurismo ruso que se une al nombre de Maiakovski. El Manifiesto Futurista (de 1910) de Marinetti postula que un automóvil de carreras es más bello que la Victoria de Samotracia, símbolo del arte clásico y que se encuentra en la entrada del Museo de Louvre. Se cataloga fascista a Marinetti no sólo porque perteneció a ese partido, sino porque considera a la guerra como un proceso de higiene y a su delirante misoginia une la idea del superhombre.

Las otras tendencias artísticas que conviven con la revolución bolchevique, siempre según Trotsky, son los narodniki, (en español, populistas) que reivindican la cultura del pueblo, consideran a los campesinos la clase revolucionaria y, al igual que León Tolstoi, tienden al anarquismo y comparten la idea de la supresión del Estado. Trotski no confía en que se pueda crear una cultura proletaria por la simple y sencilla razón de que la cultura burguesa tardó entre cuatro y diez siglos en incubarse, es decir, desde el nacimiento del capitalismo o desde su más remoto origen en el año 1000, mientras el socialismo se consideraba una breve transición al comunismo.

El concepto más interesante en el panorama de Trotski es el del “exilio interior”, los intelectuales que permanecieron en Rusia, pero se aislaron, como si en el exterior no pasara nada. En el fondo son los que añoran, aunque no tomen cartas en el asunto, al régimen zarista.

Maiakovski, principal representante del futurismo ruso, crea una agencia de publicidad y junto con Ródchenko, quien se responsabiliza del diseño gráfico, inventa slogans para sus carteles revolucionarios. Ródchenko, que como se sabe, encabeza la vanguardia constructivista, cumple puestos administrativos tan importantes como reorganizar los museos y las escuelas de arte. Mucho se especuló en el mundo capitalista sobre el suicidio de Maiakovski en 1930, pero el poeta conservó el tono épico (que va de acuerdo con los movimientos revolucionarios) hasta el final de su vida. Lo digo, porque el suicido del poeta más importante de la URSS, se interpretó en este lado del mundo como una crítica a la revolución. Ródchenko, muere en 1956 sin romper jamás con el régimen.

Kandinski, a quien se considera el padre de la pintura abstracta, acepta puestos administrativos culturales por un tiempo y termina por unirse a grupos en Alemania y Francia, sin tampoco querellarse con el régimen soviético. A su vez, Malévich, el creador de la vanguardia suprematista, convive felizmente con el régimen soviético hasta su muerte, en 1935. El gobierno socialista concede una pensión a su familia y compra obras suyas para el museo estatal. Interesante es que en un viaje a Alemania, Malévich influyó en la Bauhaus y obras suyas, regaladas a amigos de ese movimiento, forman parte de la colección de Alfred H. Barr, quien fue director del Museo de Arte Moderno de Nueva York. (Por cierto la exposición Pinta la revolución (la nuestra, la mexicana) que vimos en septiembre pasado en el Palacio de Bellas Artes, se basó en esta colección).

Todo lo anterior, porque en el llamado mundo Occidental, se dijo fuerte y quedito que la URSS dejó de lado e incluso censuró el arte de vanguardia, pero como lo prueban los nombres de Maiakovski, Kandisnski, Malévich y muchos más, la vanguardia acompañó a Revolución de Octubre. Por cierto, en México, el movimiento futurista se llamó Estridentismo y entre los nombres más notables de esta corriente están Fermín Revueltas, el pintor de la famosa estirpe, y la fotógrafa Tina Modotti. En lo personal, creo que el Retrato de Ana Mérida de Diego Rivera es la obra más memorable de esta corriente, pues capta a la bailarina en movimiento.

A estas alturas, el lector se preguntará ¿y el realismo socialista? El muy difundido Decreto Zhdanov que filia a la URSS a esta corriente artística se establece el 10 de febrero de 1948, cinco años antes de la muerte de Stalin. Los ataques a los célebres músicos Shostakovich, Prokofiev y Jachaturian con sus correspondientes autocríticas dieron la vuelta al mundo y, aunque fueron rehabilitados el 28 de mayo de 1958, esto ya no se difundió en nuestros lares. (Entre paréntesis, los nombres rusos, como son escritos en alfabeto cirílico, adoptan distintas grafías al ser transliterados).

No sobra decir que el realismo socialista cuenta en su haber, con las siguientes e indiscutibles obras maestras. La madre, de Máximo Gorki, a quien se hace padre, creo que a destiempo del realismo socialista, pues esta obra es de 1907, diez años antes de la Revolución. El Don apacible de Shólojov se considera la obra cumbre del realismo socialista, sin embargo, quisiera llamar la atención sobre una obra menos conocida de Shólojov y que tiene el título poco atractivo de Ellos murieron por la patria, se trata de una novela contra la invasión nazi que me arriesgo a decir y espero confíen en mi palabra, que es superior con mucho a Adiós a la armas de Hemingway, que no es obra menor. Monsiváis, quien detestaba el realismo socialista, me dijo, cuando le expresé esta opinión, “y eso que no has leído el Don apacible” y luego una frase admirativa que no recuerdo exactamente. Mi preferida, sin titubear, es Pedro I, de Alexei Nikolaievich Tolstoi, curioso personaje que se exilió por propia voluntad de 1918 a 1923, año en que se dijo yo qué hago aquí (en París) y se regresó de volada a Moscú. A su regreso, fue apodado por sus compañeros del soviet supremo, “Camarada Conde”. (Al parecer era príncipe y no conde). Pedro I narra la historia de una amistad y el proceso modernizador de San Petersburgo, novela que, a despecho de sus tres tomos, quedó inconclusa por la muerte del autor. Alexei Tolstoi escribió, además, Tinieblas y amanecer sobre la revolución de 1917 y una obra teatral Iván el Terrible. Este Alexei Tolstoi (lo aclaro porque tiene un homónimo también escritor) recibió el Premio Stalin y el Premio Lenin; Shólojov, reitero, también realista socialista, obtuvo el Premio Nobel. Sin embargo, el mayor servicio de la Revolución de Octubre a la literatura fue alfabetizar a la población, crear millones de lectores para la creación literaria.

En el cine, no cantan mal las rancheras. De Sergei Eisenstein es El acorazado Potemkin, que se considera la más comentada película de todos los tiempos, y a ella habría que sumar Octubre, con su recreación de la toma del Palacio de Invierno y su impresionante Iván el Terrible. Aquí hizo, contratado por Hollywood, el film Viva México, que nunca se concluyó. Sus conceptos sobre la edición o montaje cinematográfico revolucionaron el cine. Se popularizó tanto la ópera que en los autobuses de la antigua URSS se oía durante todos los trayectos, aunque lo más sorprendente es que en el tren la música ambiental era “Patrulla americana”.

Profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM e integrante del Centro de Análisis de Coyuntura Económica, Política y Social, CACEPS, caceps@gmail.com

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