Era el último día del rally. Pocas horas después, supimos que las emociones fuertes estaban reservadas para esa jornada con ese brinco espectacular del Citroën de Kris Meeke que no acabó en volcadura gracias a la cajuela/barra de contención de aquel Passat estacionado. Pero, repito, eso no lo sabíamos todavía. Estábamos en la sierra de Guanajuato, queríamos ser testigos de las etapas La Calera y Derramadero Power Stage, y ya para entonces, la sensación entre nosotros (público y profesionales) era de promesa no del todo cumplida.

De repente, vimos polvo suelto en el camino a lo lejos. ¡Bien, los autos! ¡Queremos ensuciarnos! Pero lo que vimos fue a un señor de mediana edad con una escalera metálica en el hombro, que cruzaba por la mismísima pista, muy quitado de la pena. ¡El rally podía ser cancelado por imprudencia! Los cuerpos de seguridad retiraron pronto al señor.

Vivir un rally: la emoción subterránea
Vivir un rally: la emoción subterránea

Bienvenidos al Rally Guanajuato. Casi estoy tentada a afirmar que la escena anterior fue lo más memorable que vi ese día, pero se me olvida que hay un mundo de fanatismo y pasión detrás de la apariencia. Allí estuvo la niña de no más de 10 años que lloraba al ver y abrazar a Jari-Matti Latvala, del Toyota Gazoo Racing, el campeón de la etapa en la Ciudad de México. Familias enteras pasaron horas bajo el sol solo para ver pasar, en unos cuantos segundos, a su piloto favorito por un tramo de tierra o asfalto. Otros señalaban el peligro de deshidratación.

Había que tener paciencia para obtener sorpresas. Elvira, por ejemplo, nos demostró que el rally no es únicamente para aficionados hombres. Ella, que tiene 29 años y un divorcio reciente, viajó desde el municipio del Valle de Santiago, Guanajuato, con sus dos hijos. Acamparon un día antes y vieron las etapas de la 9 a la 14 (Media luna, Lajas de oro y El brinco). Elvira nos dijo que asiste al rally desde que “sus hijos eran pequeños” (tenían tres y seis años cuando hablamos con ella) y que lo seguiría haciendo hasta que “ya no pudeda más”. Una pequeña fogata ardía en medio de la familia, en donde preparaban el desayuno.

Sí. La emoción a pie de pista trasciende a todas esas fotos y videos en redes sociales publicados solo para presumir de haber asistido al rally que México ama. Y de haber bebido mucha cerveza durante esos días.

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