¿Existe la banalidad del mal? Hay quienes apuestan por la hipótesis de Hannah Arendt (1906-1975), y hay quienes la consideran absurda. La idea de la filósofa judeo alemana, sea o no válida, sigue siendo materia de artículos y discusiones. Arendt, como se sabe, esbozó su teoría al acudir a Israel, en 1961, como reportera del The New Yorker, a las sesiones del juicio efectuado en forma pública a Adolf Eichmann, acusado de genocidio contra el pueblo judío y contra la humanidad. En el libro Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal, Arendt acuñó el término.

Tras “estudiar” la personalidad de Eichmann, haciendo acopio de sus estudios filosóficos, concluyó que el responsable directo de la solución final no tenía ni alteraciones mentales ni era antisemita, “sólo” se limitó a seguir las órdenes de sus superiores con el único propósito de ascender en su carrera, es decir, cumplió, como lo hacen otras personas con su oficio. Nunca cuestionó las órdenes, de ahí la banalidad del mal, i.e., a pesar de los resultados, no soy responsable de mis acciones.

Aunque en muchas ocasiones sea muy complejo no acatar las exigencias de los superiores, sobre todo en el ejército, asumir que verdugos como Eichmann, y militares en nuestro continente —léase Argentina, Guatemala, Chile— carecen de responsabilidad por “sólo” seguir órdenes debe cuestionarse; (casi) siempre existe la posibilidad de negarse y no colaborar.

Toda proporción guardada entre las matanzas de los militares y la actitud de Eichmann, el asunto Trump invita a cavilar en la responsabilidad de quienes laboran con él y su aquiescencia de seguir a su lado a pesar de tantas barbaridades, agresiones y dislates, uno más absurdo que el otro. La banalidad del mal podría terminar y convertirse en realidad si aumenta la tensión entre Trump y su colega norcoreano, Kim Jong-un, y uno de los dos, el más enojado, intente acallar a su rival por medio de una bomba nuclear…

De nuevo, guardada toda proporción, durante el nazismo, a pesar de que mucho se sabía desde 1939, fueron pocos los alemanes y escasos los líderes mundiales, incluyendo al Vaticano, que renunciaron o intentaron poner alto a la masacre contra los grupos considerados indignos de la raza aria. ¿Hubiesen muerto menos personas gracias a una oposición activa? El trágico silencio cobró las vidas de 62 millones de personas.

Por ahora —repito, por ahora— nadie ha muerto debido a las acciones de Trump, pero, su actitud lo convierte a él y a sus colaboradores en cómplices. Un ejemplo. Charlottesville, Virginia, agosto de 2107. Como se recordará, el intento de las autoridades de Virginia para remover la estatua de Robert E. Lee, símbolo de la época esclavista, devino un enfrentamiento entre ultranacionalistas y opositores, con un saldo de tres muertos —una mujer atropellada y dos policías que viajaban en helicóptero mientras vigilaban las protestas— y más de 20 heridos tras ser arrollados por un supremacista blanco.

Las primeras declaraciones tuiteras del Presidente no produjeron asombro por ser parte del paisaje trumpiano: “Indignante exhibición de odio, intolerancia y violencia de todos los bandos”; su estulticia sirvió y servirá de aliento a grupos ultranacionalistas, racistas y xenófobos.

Trump no asesina y no tiene entre manos ningún programa similar a la solución final, sin embargo, sus continuos ataques contra los dreamers, contra México —“el país más peligroso del mundo”, tuiteó Trump—, contra los habitantes de siete naciones árabes a quienes ha prohibido la entrada a su país, contra los trabajadores centroamericanos que han laborado por años en EU, y contra quienes carezcan de la pureza de sus connacionales son una muestra light de la banalidad del mal avalada por los políticos asociados a Trump. Salvo los ricos empresarios, y los mandatarios de Rusia —Putin— y de Israel —Netanyahu— nadie está a salvo.

Ante tanta sandez, la pregunta fundamental es, ¿por qué (casi) nadie de sus esbirros republicanos dimite?, ¿por qué siguen, al igual que durante el nazismo, aprobando las actitudes de Trump?, ¿dónde queda la ética de los republicanos? No concuerdo con quienes aseveran que los republicanos dignos no renuncian porque sin ellos las barbaridades de Trump serían mayores.

La banalidad del mal de quienes sostienen a Trump es trivial cuando se compara con la de Eichmann. El silencio y la complicidad de los políticos que gobiernan a su lado es la simiente de las acciones de Trump. ¿Qué hubiese dicho Arendt? Aventuro: sostener a Trump es una amenaza para la humanidad y para la Tierra.

Médico

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses