La percepción de la salud es materia individual. Sentirse sano o enfermo compete a la persona, no a la sociedad, no a la televisión, no a las compañías farmacéuticas. Atañe a la persona y en menor medida al entorno: en comunidades pobres la misma enfermedad se vive y “se siente” diferente cuando se contrasta con las vivencias de los habitantes de ciudades ricas. No es lo mismo padecer gripa a los diez años en la sierra de Puebla que en las Lomas de Chapultepec. La auto percepción de la salud es un tema complejo; la salud no les interesa ni a los grandes consorcios médicos ni a la nueva medicina ni a las compañías farmacéuticas. Dicta la enfermedad, no la salud.

Basta encender durante unos minutos la televisión, sobre todo la estadounidense, o escuchar la radio o leer periódicos: abundan los comerciales sobre medicamentos y servicios hospitalarios, así como las ofertas de clínicas que ofrecen revertir la vejez o vender células madre, cuyo mensaje no es promover la salud, sino ofrecer mecanismos para evitar daños ineludibles por edad o enfermedad. La salud no interesa (es aburrida); interesa la enfermedad (es lucrativa). La persona pobre poco significa (es desechable y no puede pagar); significa la que desea rejuvenecer o aplicarse células madre para ganar la batalla al cáncer u otras patologías (desea vivir y puede pagar). Inmenso intríngulis: en las sociedades ricas no es el individuo quien sabe acerca de su salud y la de los suyos, son los medios quienes, al comercializar con la salud, definen sus límites y las necesidades de la población.

Salud es un concepto complejo. Cada persona la entiende de acuerdo con sus posibilidades y con su ambiente; la economía familiar y el tejido social dictan reglas claras. Buen ejemplo son los estudios donde se comparan algunas vivencias de enfermos ricos y pobres afectados por dolencias similares como cáncer. Los pacientes pobres aceptan “mejor” la naturaleza del mal y desean apresurar la muerte para librarse del dolor, mientras que los ricos pocas veces aceptan su destino, y buscan fenecer para librarse de los efectos colaterales de la quimioterapia.

Parteaguas en este asunto fue Iván Illich, cuyo libro, Némesis Médica. La expropiación de la salud (1975), denuncia el poder de las instituciones médicas sobre las personas y sus esfuerzos para encuadrar la salud de acuerdo con sus propósitos económicos. La mayoría de las veces, cuando se trata de enfermedades o conceptos vinculados, i.e., eutanasia, suicidio, la Real Academia de la Lengua Española fracasa: Salud: “Estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones”. La definición es inadecuada per se, y lo es más cuando se compara con la de Illich: “Salud es la capacidad del individuo y del grupo de ejercitar el arte de vivir, con sus lados oscuros (los del arte de sufrir) y con sus lados luminosos (los del arte de gozar); es decir, la capacidad de integración del individuo en una cultura visible”.

Las ideas de Illich no envejecen; en las naciones ricas, la obsesión por la salud perfecta se ha convertido en una religión a la cual se subsumen, en ocasiones con fanatismo, quienes más tienen y pueden, lo que genera, poco a poco, nuevas necesidades, cada vez más sofisticadas. La espiral ideada por los hacedores de la salud no tiene fin: entre mayor la oferta de servicios y de nuevos productos, mayores las necesidades, y entre mayores las necesidades, mayor el número de nuevos artículos (el orden de los factores no altera el producto).

La salud, en contra de los dictados de sus dueños, no es perenne. El progreso médico, al igual que la salud, tiene límites. Lo que no tiene límites es la enfermedad y el uso inadecuado del poder de la medicina para prolongar vidas sin sentido. Subsumirse a las reglas de los regidores de la salud y de las vidas es erróneo; mientras la neo cultura de la salud triunfe, conviviremos, cada vez más, con muertos vivientes. Festejar lo que resta de vida es adecuado; laudar la vida llena de muerte es inadecuado. Concluyo con Illich: “Es una característica de esta sociedad superindustrializada que la gente desee ser enseñada, movida, tratada o guiada en lugar de aprender, curar y encontrar su propio camino”.


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