Chicago, Illinois. Tras una crisis ambiental y una fallida estrategia de comunicación, el gobierno de la CDMX presentó un plan para reducir las emisiones. Los puntos incluidos son ambiciosos y denotan un esfuerzo por compilar políticas que han dado resultado en otras partes del mundo. Aquí una perspectiva de los aciertos y algunas ideas que pueden contribuir a una implementación exitosa.

Según la administración de Claudia Sheinbaum, el transporte público y de carga emiten el 50 por ciento de las partículas PM10 y PM2.5. Dicho esto, es vital renovar estos vehículos con unidades verdes. Es injustificable limitar al ciudadano el uso de su propiedad en las carreteras hechas y mantenidas con sus impuestos, mientras camiones y microbuses contaminan ostensiblemente.

A pesar de que este es un problema heredado, hoy la responsabilidad es de Sheinbaum por lo que debe implementar políticas agresivas para que el transporte de carga y público sean limpios, además de confinar la circulación de carga por las noches como acertadamente propone.

Ya que hablamos de vehículos de uso intensivo es necesaria una transición para que los taxis, los Uber, Didi, Cabify, Beat y cualquier plataforma de desplazamiento al servicio del público usen sólo vehículos eléctricos, híbridos o híbridos que se conectan. Estos autos son de alto impacto pues recorren muchos más kilómetros que un carro particular, por lo que es apropiado que quienes hacen negocio manejando, conduzcan sólo opciones verdes.

A los taxis y viajes compartidos se suman los autos privados como la principal fuente de los precursores de ozono, el otro contaminante que pone a temblar a la ciudad. Por lo que la visión presentada que premia a los vehículos ecológicos es acertada, como ocurre en Europa y Asia donde buscan erradicar los motores de combustión interna.

Quizá lo más controversial es limitar el uso de los autos particulares pues si bien en México son aceptadas las restricciones del programa Hoy no Circula, en el resto del mundo sería un escándalo que el gobierno le diga al ciudadano cuándo puede o no puede usar su propiedad.

A pesar de ello, la necesidad justifica políticas que distorsionan los hábitos de consumo al promover la adopción de vehículos limpios. Es inducir las ventas automotrices favoreciendo a unos en perjuicio de otros, no con el fin de ayudar a los amigos sino para que la sociedad no se asfixie respirando aire envenenado.

Por eso aquí he insistido en que el gobierno federal motive a las armadoras de autos a ofrecer una variedad de vehículos verdes que el público pueda comprar, y a los bancos y financieras que oferten créditos asequibles, para que no sea un requisito ser tan cool como Kuno Becker para adquirir un carro ecológico.

La circulación en carriles confinados para autos con varios pasajeros o para vehículos verdes es una idea implementada en California en las “carpool lanes”.

Aquí el reto es que la gente respete el uso designado pues el 24 por ciento de los usuarios violan las normas en ese estado. Para que la CDMX tenga éxito hay que establecer sanciones ejemplares. Los usuarios pueden usar un TAG que sea identificado por sensores dispuestos para ello y que cámaras de reconocimiento facial detecten y fotografíen a los infractores. Estas tecnologías pueden ser financiadas con las multas a los transgresores. La mano dura es necesaria para que esta opción de movilidad cumpla con su objetivo.

Respirar aire limpio es un derecho que equivale a proteger nuestra existencia. La crisis ambiental en CDMX ilustra cómo las políticas deben favorecer opciones verdes, sí para defender nuestra vida, pero también para invertir en las industrias con futuro. Este dilema nos presenta enormes oportunidades, en total contraste con tirar el dinero en una infame refinería.

Periodista.
@ARLOpinion

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