Chicago, Illinois.— Muy emotivo fue ver a cientos de miles de jóvenes manifestarse en las ciudades más importantes de Estados Unidos para decir basta a la complacencia de políticos e intereses especiales que permiten la proliferación de armas. En términos reales, en este país las pistolas se respetan más que la vida humana.

Según el diario The Washington Post, al menos 187 mil estudiantes han sido afectados por la violencia en tiroteos ocurridos en sus escuelas desde la masacre de Columbine en 1999. Según el Post, desde entonces, ocurren 10 tiroteos en escuelas en promedio cada año.

Los jóvenes de hoy saben que cualquier día el sonido de “fuegos artificiales” puede ser en realidad el de un ataque que les cueste la vida. Esta violencia ocurre en un santuario del aprendizaje que se ha convertido en trampa mortal para 122 alumnos en los últimos 19 años.

Ahora, los sobrevivientes que cargan con las cicatrices del pánico y el dolor de perder a compañeros de clase se movilizan para demandar cambios en las políticas públicas o, aseguran, cambiarán a los políticos en las urnas.

Siento un gran orgullo por esta generación, acusada frecuentemente de apatía, que demuestra que sí participa cívicamente y que ejercerá las armas de la democracia a su favor. Pero también me avergüenza que tengan que salir a la calle ante el fracaso de nuestra generación, que no ha sabido protegerlos.

Estas marchas deben ser el principio de un movimiento político que coloque el interés de las nuevas generaciones en las prioridades de los hacedores de políticas públicas. Los jóvenes lidian con un mundo caracterizado por la diversidad, tolerancia, mayores niveles educativos, uso cotidiano de la tecnología y flexibilidad para discutir temas “mito” como el control de armas.

Por su parte, la Asociación Nacional del Rifle (NAR), con míseros 10 millones de dólares anuales en donaciones de campaña, tiene comprados a políticos que bloquean cambios sobre cómo se adquieren las armas, incluyendo las de alto poder. Y a eso se suma su habilidad de alborotar a su base radical cada vez que se toca el tema de las pistolas.

En el otro lado del espectro, quienes promueven regulaciones gastan menos de 2 millones de dólares en contribuciones de campaña y han sido incapaces de movilizar a la mayoría silenciosa.

En una encuesta reciente, 70 por ciento de los estadounidenses (87 por ciento demócratas y 52 por ciento republicanos) favorecen controles más estrictos para adquirir un arma. No obstante, los radicales de la NAR, que ni siquiera revelan el número de su membresía, tienen de rodillas al país.

Prohibir las armas de asalto, imponer revisiones nacionales de antecedentes penales o padecimientos mentales e instalar tecnología como lectores digitales a las pistolas, como lo hacemos en celulares para que no funcionen en manos equivocadas, son medidas que deben ser incluidas para un uso responsable de las armas de fuego.

Conducir un vehículo con irresponsabilidad puede convertirlo en un proyectil que cobre vidas. Por eso es necesario pasar un entrenamiento, exámenes y contar con un seguro antes de manejar. Entonces, ¿por qué demonios no podemos establecer medidas similares sobre artefactos que expresamente sirven para matar?

Las marchas juveniles tendrá éxito si su entusiasmo deriva en poder político. Es aberrante pero si estos chicos no pelean por sus vidas es probable que los adultos en el poder no hagan nada.

Un gobierno que es incapaz de proteger la vida y la seguridad de sus ciudadanos, especialmente los jóvenes y los grupos vulnerables, no merece detentar el poder. En esta categoría cae el de Estados Unidos y todo aquel al que le quede el saco.

Periodista

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