Chicago, Illinois.— La administración Trump delineó los cambios en el sistema de inmigración que considera aceptables. Los aspectos más relevantes son un camino a la ciudadanía para 1.8 millones de jóvenes dreamers que fueron traídos a este país de niños sin culpa alguna. 25 mil millones para la seguridad fronteriza y cambios profundos al cómo se aceptarán inmigrantes nuevos.

Los dreamers son moneda política en este país. En una encuesta de la Universidad de Harvard, 77 por ciento de los estadounidenses apoyan que estos jóvenes se queden y obtengan la ciudadanía. Por lo tanto mostrar indiferencia o deshumanización en su contra no paga dividendos.

Por eso demócratas y republicanos usan a los dreamers como moneda de cambio para dañar al rival y negociar lo que realmente desean. Ahora Trump con su plan deja claro lo que quiere: excluir de todo recurso de redención a 9 millones de indocumentados, reducir la inmigración a la mitad —como lo prometió en campaña—, abriendo la puerta sólo a los extranjeros aceptables para él.

La carnada lanzada llega con el altísimo precio de transformar los cimientos de lo que hasta ahora es la base del sistema de inmigración. Por ejemplo, al terminar con la mayoría de recursos con los que un ciudadano o residente legal puede patrocinar a un familiar en el extranjero para inmigrar, se amputaría un sistema que considera la reunificación familiar y el humanismo.

Por otro lado, Trump prefiere expresamente inmigrantes, digamos, de Noruega, como lo afirmó en la infame junta en la que llamo “países de mierda” a Haití, El Salvador y naciones africanas.

No obstante, los noruegos no parecen interesados, ya que su país fue catalogado como la nación donde reside la gente más feliz del planeta en 2017. Así mismo, el ingreso per cápita en la nación escandinava es 11 mil dólares más alto que en Estados Unidos y para rematar no existe la violencia ni la desigualdad prevaleciente en la tierra del otrora Sueño Americano.

Volviendo al plan Trump, éste exhibe dos abominaciones. 1. Quiere plasmar sus prejuicios en política pública que convierte a Estados Unidos en un país restriccionista. 2. Trump no entiende a esta nación ni los elementos que la han engrandecido.

En un gran texto, el columnista del Washington Post, Ruben Navarrette, se pregunta, ¿cómo puede liderar Trump un país que no entiende? “La nuestra es la principal tierra de las segundas oportunidades, esta gente viene cuando sus países los descuidan, abusan y oprimen. Y con frecuencia tienen éxito aquí porque saben qué opciones hay en otras partes,” escribió el periodista.

Navarrette tiene razón. Un sistema clasista de migración no hará maravilloso a Estados Unidos aceptando sólo a las élites iluminadas que creen que todo lo merecen. La innovación y el dinamismo de la economía estadounidense se origina en la necesidad y el apetito de aquellos que no tienen nada, pero que quieren lograrlo todo. Esta es la razón fundamental del porqué la propuesta de Trump debe ser rechazada. Sus criterios contravienen elementos que son pilar del éxito nacional.

Los líderes demócratas ya expresaron su oposición al plan Trump, y en el Congreso sus líderes han dicho que son los legisladores quienes darán forma a las leyes migratorias. Lo cual puede derivar en que aún aceptando la oferta presidencial la línea dura en la Cámara de Representantes elimine la opción de la ciudadanía a los jóvenes inmigrantes. El potencial resultado es vender el alma nacional a cambio de cuentas de vidrio.

Por la importancia del tema y la simpatía de los estadounidense por los dreamers, es prudente negociar un mejor acuerdo que los arrope legalmente, sin destruir las bases humanísticas de un sistema migratorio que de por sí es malo, pero que siempre puede transformarse en horrible.

Periodista

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