Chicago, Illinois.— Estados Unidos tiene una nueva reforma fiscal enfocada en la inversión y el empleo, según el partido en el poder y el presidente. La medida presentada como un alivio para la clase media tiene por objetivo ayudar a los negocios que verán una reducción en el impuesto a corporaciones de 35% a 21%, y a la gente de dinero que obtendrá los mayores beneficios.

Primero, debo decir que soy un conservador fiscal, por lo que apoyar a empleadores y promover medidas que motivan a la economía son principios que generalmente veo con buenos ojos. No obstante, la reforma republicana que pasó sin apoyo opositor tiene fallas estructurales que me llevan a sumarme a sus críticos.

Primero, se instrumentó de manera engañosa al prometer un reembolso fiscal promedio de 2 mil dólares por familia estadounidense. Lo que no dijeron fue que estos recortes irán disminuyendo progresivamente hasta 2027.

Y cuando esto ocurra la mayoría de familias de clase media pagarán más impuestos de lo que contribuirán en 2018. Mientras que aquellos con ingresos mayores a un millón de dólares mantendrán un rembolso anual de 23 mil dólares en promedio.

Tampoco se habla mucho de que el cambio de política sumará un billón de dólares al endeudamiento nacional —que a estas alturas supera el equivalente a un año del Producto Interno Bruto.

La promesa es que al dinamizar la economía habrá más negocios y empleo que, a su vez, incrementarán la captación de impuestos. Si bien suena bien, eso es como pretender que se evite el naufragio de un bote haciendo más hoyos en la nave para motivar a quienes sacan el agua con cubetas.

Quienes hemos seguido las discusiones parlamentarias en Estados Unidos sabemos que la reforma fiscal es una victoria de los republicanos en el Congreso, más que del Presidente. Este es un anhelo de los conservadores para demostrar que su prioridad es eliminar cargas a quienes emplean gente y mueven la economía.

Pero además del lado romántico, la reforma fiscal es también una carta de amor a la base de donantes de campaña republicanos que tradicionalmente se encuentran en el sector de negocios, mientras que el dinero demócrata llega de los sindicatos. En política cada acto tiene un ángulo con la mirada en la retención del poder y no en el bienestar público.

En mi opinión, creo que el principal pecado de la reforma fiscal es que pone la prioridad en ayudar a entidades empresariales y no a la gente común y corriente.

Disfraza sus bondades con beneficios transitorios a los individuos mientras que otorga recortes de impuestos permanentes a empresas y a millonarios.

Con esta política pública, los republicanos renuncian también a la responsabilidad fiscal que dicen es parte de sus principios filosóficos. Pues en vez de combatir el endeudamiento y el déficit nacional lo profundizan.

Una vez que los cambios fiscales se enfoquen en proteger a los negocios y a los ricos será imposible implementar cambios prometidos por décadas para retomar el control de las finanzas públicas. Pues, ¿con qué cara se le pide a un anciano renunciar a cuidados médicos subsidiados o se le retiran beneficios a los jubilados si hoy se escriben jugosos cheques a los acaudalados?

La gran apuesta es que los recortes de impuestos conduzcan al crecimiento económico acelerado. Pero el peligro es que la gente del dinero no traduzca los grandes beneficios que recibirán en oportunidades y entonces el descontento popular sea mayor. Y es que el compromiso de los agentes del capitalismo es entregar buenas cuentas a sus accionistas y a sus juntas directivas, no a la sociedad.

Si bien soy partidario de remover obstáculos a los negocios, creo que no es menester del gobierno dar

un vehículo de lujo a los particulares mientras que el país tiene una economía carcacha sobrecargada con endeudamiento.

 Periodista

Google News

Noticias según tus intereses