Chicago, Illinois.— Usualmente una tragedia hace que los arquitectos de políticas públicas ajusten las normas para prevenir perjuicios a la sociedad, esto cuando hablamos de una nación civilizada como Nueva Zelanda. Un tiroteo masivo en dos mezquitas que dejó 50 muertos y 50 heridos llevó a la primera ministra, Jacinda Ardern, a prohibir las armas de alta capacidad, de esas que disparan hasta 400 tiros por minuto.

En contraste, en el salvaje y viejo oeste estadounidense, donde no se valora la vida humana, tiroteos van y vienen y los políticos sólo ofrecen “pensamientos y oraciones” sin soluciones que paren esta locura.

Según una investigación del diario The Washington Post, donde se define un tiroteo masivo como aquel donde murieron al menos cuatro personas, se estima que han ocurrido 162 eventos de este tipo desde 1966 en EU. Ahí han muerto mil 153 personas, de las cuales 189 eran niños o adolescentes.

Mientras Nueva Zelanda reaccionó con compasión, tolerancia y acciones concretas para evitar otra tragedia, cada vez que ocurre un tiroteo en Estados Unidos los políticos que reciben dinero de los fabricantes o usuarios de armas piden no politizar el asunto, aseguran que la prohibición de armamentos no es la solución y apuestan al olvido hasta que otra masacre nos enluta.

En muchos países se permite la posesión de un arma para defensa personal o de la propiedad, un derecho razonable. No obstante, el enfermizo amor por las armas en el Estados Unidos rural lleva a equiparar tener rifles de grueso calibre con libertades esenciales como la vida y la libertad. Una visión arcaica y francamente estúpida de la realidad.

Los amantes de la cacería no necesitan disparar cientos de balas por minuto para disfrutar de su pasatiempo; de hecho, esas armas tan potentes arruinarían la presa. Tampoco, nadie en su sano juicio puede decir que necesita un rifle AK-47 para proteger su hogar, por lo que es válido que estas armas estén fuera del alcance del público.

Las reglas anunciadas por la primera ministra Ardern no sólo prohíben la venta de armas de alto calibre y de aditamentos que convierten rifles tradicionales en unos de alta capacidad. También implementarán un plan de compra de armas para quienes ya las tienen y que deberán entregarlas al gobierno o arriesgarse a ir a la cárcel.

Menos de una semana tomó a una sociedad que respeta la vida reaccionar e implementar cambios que eviten más tragedias. Esto en un país que cuenta con 1.5 millones de armas en manos del público, tres por cada habitante en promedio.

Cualquier persona con sentido común pensaría que después de que un individuo masacró a 58 personas que asistían a un concierto en Las Vegas, Nevada, en octubre de 2017, habría cambios legislativos. Pero nada ocurrió. Luego, en febrero de 2018, 17 personas perdieron la vida en una secundaria en Parkland, Florida. El tiroteo motivó que miles de jóvenes se movilizaran en todo el país demandando un alto a la violencia.

Sus muestras de civismo fueron inspiradoras, pero no cambiaron la cobardía de políticos vendidos a intereses especiales.

Con los hechos trágicos del 15 de marzo, Nueva Zelanda puso el ejemplo de cómo se debe reaccionar para proteger a los ciudadanos. Tristemente, Estados Unidos ha perdido su convicción humanista con políticos sin voluntad ni agallas para tomar medidas que erradiquen el horror cotidiano de los tiroteos masivos.

Hace poco Donald Trump describió a algunas naciones como shitholes (países de mierda). Ante la total ausencia del Estado para detener la violencia con armas de fuego queda preguntarse, ¿cuál es realmente el país shithole?

Periodista
@ARLOpinion

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