Desde la campaña y reiteradamente desde que asumió la presidencia, Andrés Manuel López Obrador ha prometido una nueva relación con los países centroamericanos, sobre todo los del Triángulo del Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras. La apuesta ha sido invertir en esos países para mejorar sus condiciones de vida y ofrecer un trato más digno a los migrantes centroamericanos en México.

Es difícil evaluar a estas alturas qué tanto se ha avanzado en lo concreto en este tema, pero en conversaciones con líderes centroamericanos en gobierno y sociedad civil, se nota que ellos sienten un cambio importante de tono y trato desde el gobierno mexicano. No es que las relaciones estaban mal antes, pero sienten que ahora sí les está dando atención como iguales en un esfuerzo conjunto por mejorar la región compartida, y que hay un discurso de mayor bienvenida hacia los migrantes centroamericanos que en otro momento.

Sin duda, el canciller Marcelo Ebrard ha visitado los países de la región varias veces y auspició una reunión conjunta de los gobiernos de México, Guatemala, El Salvador y Honduras en Marruecos, durante las sesiones de Naciones Unidas sobre migración. Han presentado, por lo menos como borrador, un plan de desarrollo que integra tanto esos países como el sur de México y reconoce las similitudes que existen entre ellos. No es de todo claro cuál es la estrategia para implementar el plan, pero no hay duda que el gobierno mexicano está dialogando con sus contrapartes de una forma distinta y más frecuente que en otros momentos.

Al mismo tiempo, la estrategia anunciada para hacer frente a la migración centroamericana pone énfasis en un trato digno y con apego a los derechos humanos de los migrantes como eje central, e incluye un compromiso con visas legales para los migrantes que quieren quedarse en México y el derecho a aplicar para asilo para los que necesitan protección de la violencia. Tonatiuh Guillén, el director del Instituto Nacional de Migración (INM), anunció la nueva estrategia con el subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, esta semana, y parece un enfoque mucho más de acuerdo a una relación fraternal con los países vecinos de Centroamérica que lo que ha imperado antes.

Desde luego, si bien el tono está cambiando, y de una forma muy positiva, quedan preguntas e incógnitas. ¿Qué tanto el gobierno mexicano puede invertir de tiempo, dinero y conocimiento en Centroamérica dado las otras prioridades que tiene la administración actual y en un ambiente en que el gobierno estadounidense parece poco susceptible a colaborar activamente? ¿Cómo cambiar el trato real que dan los agentes migratorios a los migrantes centroamericanos con presupuestos limitados y vicios de conducta de mucho tiempo? ¿Aun con un mayor respeto hacia los migrantes, se puede mantener un control fronterizo real, que es necesario para que no haya una reacción xenófoba hacia los migrantes en México ni conflictos mayores con el gobierno estadounidense que podrían terminar afectando negativamente a los migrantes? ¿El gobierno mexicano tiene propuestas de cómo implementar un programa de visas de trabajo para los centroamericanos más allá de la visa regional que ya existe para guatemaltecos?

No sería justo esperar que se puede contestar todas estas preguntas a menos de dos meses del cambio de gobierno, pero serán importantes a largo plazo. Por ahora, el cambio de tono y enfoque es notable y merece reconocimiento, si bien mucha de la tarea de construcción queda por delante.


Presidente del Instituto de Políticas Migratorias

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